━ 𝐗𝐕𝐈𝐈: Solsticio de Invierno

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Así pues, luego de enaltecer y ovacionar a los Æsir y a los Vanir con uno de los sacrificios más trascendentales y significativos del Jól, la diversión y la jovialidad se adueñaron por completo de la capital, convirtiéndola en un sumidero de risas, bromas y buenos deseos.

En la plaza del mercado, junto a otros hombres y mujeres, Astrid, Eivør y Drasil ponían a prueba su destreza con un juego de puntería y precisión. Este consistía en encajar en una estaca de madera —que permanecía clavada en el suelo— un aro o, en su defecto, una herradura. Obviamente el lanzamiento solo podía efectuarse a una distancia considerable del objetivo, de ahí que la concentración y la coordinación óculo-manual fueran imprescindibles para el buen desarrollo de la praxis.

—¡Oh, vamos! ¿Cómo puedes tener tanta suerte? —pronunció Astrid al ver que de nuevo Eivør había conseguido introducir su aro en la estaca. Con esa iban ya ocho veces las que había acertado, siendo diez la puntuación máxima—. Es increíble... —farfulló.

La aludida esbozó una sonrisa taimada.

—¿Notas eso, Dras? —inquirió al tiempo que se agachaba para recoger su aro. La mencionada, que se hallaba de pie junto a Astrid, la miró con la diversión relampagueando en sus orbes esmeralda—. Creo que a alguien no le sienta muy bien perder —añadió, burlona.

Drasil tuvo que morderse la lengua para no echarse a reír.

—¿He dicho ya que eres insufrible? —soltó Astrid, a lo que Eivør le guiñó un ojo con picardía—. Por todos los dioses... No sé cómo te soporto. —La mayor frunció los labios en una mueca desdeñosa.

Eivør brincó hasta situarse a su lado.

—Porque en el fondo me amas, y lo sabes —puntualizó mientras batía sus largas y espesas pestañas—. No aguantarías ni dos días sin mí. —Volvió a sonreír, aunque esta vez de una forma mucho más sugerente y cautivadora.

—Más quisieras —rebatió Astrid con las mejillas ligeramente sonrosadas.

Drasil, por su parte, negó con la cabeza, sabedora de que aquellos piques aparentemente infantiles no hacían más que avivar la tensión sexual que había entre sus compañeras. Porque por mucho que se empeñaran en aparentar lo contrario, era evidente que entre ambas existía una fortísima atracción. No se trataba de algo romántico, ni mucho menos, dado que Astrid estaba enamorada de Lagertha, sino de una cuestión más bien fisiológica, algo puramente libidinoso.

Haciendo oídos sordos a los comentarios de las morenas, que no dejaban de incordiarse la una a la otra, la hija de La Imbatible se colocó en la zona de tiro, dispuesta a realizar un nuevo lanzamiento. Tomó una bocanada de aire y, sin más preámbulos, arrojó su aro, que dio de lleno en el objetivo.

Cuando Drasil regresó junto a Eivør, permitiendo que Astrid ocupara su lugar y comenzase la penúltima ronda, se tomó unos segundos para poder observar a su alrededor. Las calles de Kattegat estaban abarrotadas de gente, tanto que casi no se podía transitar por ellas. Los aldeanos reían, vitoreaban, aplaudían y participaban en las numerosas actividades que se habían organizado para esos días tan especiales, entre las que destacaban los combates de glima —tanto masculinos como femeninos— y algunos juegos tradicionales.

Los bufidos de Astrid hicieron que volviera la vista al frente.

Como cabía esperar, Eivør había dado nuevamente en el blanco.

—Eres consciente de que está a tan solo un punto de la victoria, ¿no? —manifestó Drasil.

Astrid se cruzó de brazos, dejando entrever su irritación.

—Sí, lo soy —masculló entre dientes—. Y lo peor de todo es que vamos a tener que invitarla a una jarra de cerveza cada una. —Se masajeó el tabique nasal en un gesto cansado—. Recuérdame no apostar la próxima vez que juguemos a algo.

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