Trece

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Capítulo no editado.

Ocho años viví en una isla rodeada de maestros

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Ocho años viví en una isla rodeada de maestros. No sabía lo que era un amigo. Mi vida era tan monótona y sinsentido que mi único escape era el momento que podía leer libros o ver películas.

Amaba imaginar ser el personaje de algún libro porque sentía pequeñas emociones e imaginaba que era una persona normal en un mundo normal.

No sabía lo que era la definición de alegría, tristeza, enojo o miedo aparte de las que decía la enciclopedia. Los libros describían las emociones y era tan genial imaginar como se sentiría.

Los maestros eran indiferentes y solo se preocupaban por hacer que yo aprenda cosas nuevas. Para ellos era simplemente el trabajo por el cual les pagaban.

Anhelaba sentir cosas tales como la sentían los personajes.

Intenté manipular a los maestros para hacer que perdieran el control y se enojaran conmigo para poder sentir miedo. No sentí nada.

Me escapé a la selva y rompí muchas reglas para saber como se sentía la adrenalina. No sentí nada.

Vi películas de comedia para sonreir; sin embargo solo veía que lo que llamaban comedia era solo una estupidez. No sentí nada.

Intenté todo lo posible para poder sentir algo. Solo conocía a cierta cantidad de personas desde que nací y había experimentado con sus emociones para ver si lograba causar algo en mí y nada pasó.

No me rendía y cada vez experimentaba con algo más innovador, más peligroso. La única que faltaba en mi lista era la Señora Jane. Ella era tan innexpresiva que me parecía imposible hacer que se saliera de control.

Se me había ocurrido una idea. Podría tentar su muerte, solo llevarla a un punto al que yo podría lograr tener un poco de miedo y así buscar ayuda.

Todo estaba planeando; le daría un pastel con canela aprovechando que era su cumpleaños. Ella era alérgica a la canela. Solo se lo daría y la vería asfixiarse hasta que me asustara como los personajes que ven a un ser querido cerca de la muerte. Pero tenía una inyección preparada para salvarla antes de que muriera. Solo era una niña y sabía que matar a alguien era malo.

La vi devorarse el pastel. Noté como su piel palidecía y empezaba a sudar excesivamente, su rostro se estaba hinchando. Tenía todo calculado, pero el miedo no se asomó.

Esperé un poco más y aún no sentí nada. Unos segundos más y luego otros. Vi que era suficiente y si no actuaba rápido todo terminaría mal.

Clavé la jeringuilla en su muslo. Pensé que ya no sentiría miedo y que ella se mejoraría. ¡Cuán equivocada estaba! Me asusté mucho cuando vi que dejaba de respirar. Supe exactamente como se sentía el miedo cuando vi como sus ojos perdían la vitalidad.

Mi corazón se aceleró y empecé a llorar pidiéndole que afuantara. Grité por ayuda. Presencié su muerte y me prometí que no volvería a intentar sentir algo.

SUEWhere stories live. Discover now