Capítulo 4: Guardiana

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—¡¿Quién eres?! —la chica gritó angustiada.

Se volvió tras de sí,  de nuevo giró rápidamente buscando una salida. Se encontraba atrapada.

—¡No buscábamos perturbar a los muertos!—Las lágrimas de la joven se deslizaron por sus mejillas con la visión de su amigo en el suelo.

—¡Lo siento mucho! ¡Por favor! ¡Piedad! ¡Por favor!— Se arrodilló sollozando a la espera de que algún tipo de milagro la salvase de la quema.

— ¡Solo quería ayudarme!— Agachó la cabeza contra el suelo sintiendo el látigo de las llamas amenazantes sobre ella.

—Solo quería ayudarme...

La barrera era demasiado gruesa como para proponerse atravesarla sin calcinarse. Sin salida, permaneció arrodillada a la espera de su final. Los ojos le dolían, no podía ya mirar las llamas directamente, solo podía esperar que todo se tratase de una horrible pesadilla.

—Ber...

Envuelta en las fatales llamas, comenzó a sentir el quemazón en su piel.  Recordó a su padre, recordó a su madre  y recordó a Bernoz.

—Nos veremos amigo, muy pronto...

Las llamas habían cubierto el área donde la chica se encontraba, los graves gritos de dolor de la moza ya habían comenzado a oírse cuando una brisa helada comenzó a congelar las horribles llamas. Era brillante, blanca y parecía provenir de la nada. Entre la escultura cristalizada que habían dejado las llamas, a Elianne le pareció discernir un rostro familiar, sin embargo, el shock del momento le impidió continuar con los ojos abiertos hasta que la mayoría de las flamas se paralizaron. Entre la blanca niebla que ahora rodeaba la zona, una figura cuya piel parecía hecha de diamante caminaba hasta la chica despacio. Estaba desprovisto de cabello y a pesar de no poseer una generosa masa muscular, podía distinguirse claramente que se trataba de una figura masculina. Justo en el pecho, donde empieza la boca del estómago, la gema brillaba intacta, incrustada en la figura cuyo rostro le era extrañamente familiar. Su estatura no superaba la de Elianne y sus ojos oscuros enseguida dieron un vuelvo al corazón de la muchacha.

—¿Bernoz?

La figura que brillaba con el resplandor celeste de la gema continuaba aproximándose. La solidez de su cuerpo le asemejaban más a una obra artificial que a un ser vivo. Todos sus músculos podían apreciarse conforme se acercaba, como finas fibras congeladas se unían conformando la musculatura de un delgado cadáver animado cuyos ojos...Eran los de su amigo. Sus labios se mantenían inmóviles aunque sus ojos tuvieran vida.

—Bernoz, ¿Eres tú?— La chica miró hacia donde se encontraba el cuerpo de su amigo. Ya no se encontraba allí. Tampoco la gema.

Una parte de sí misma estaba aterrorizada ante aquella visión. Un no muerto que parecía haber tomado los ojos de su amigo para sus andanzas. El ser se agachó y contempló a Elianne. La chica se mantuvo estoica decidida a desentrañar el misterio que se encontraba frente a ella. La vida parecía haberle dado otra oportunidad y sabía que era gracias a aquel cadáver cristalino que emitía un frío polar.

Su salvador le tendió una mano a la muchacha que temblorosa aceptó para levantarse. A pesar de su rigidez se adaptaba con facilidad a las posiciones que debiera tomar una persona de carne y hueso. Su textura era fría pero agradable, aterciopelada. Ya de pie recuperó sus cuchillos y llevándoselos al cinto continuó contemplando aquel rostro delgado y consumido, la cáscara vacía que había quedado de su amigo.

—¿Qué eres?

Nerviosa permaneció junto él, no podía explicárselo a sí misma pero tenía la sensación de que su amigo había muerto. Aun así, estaba segura de que una parte de él vivía en aquel ser que se erguía con el brillo de la gema en su pecho. Podía sentirle. Sentía a Bernoz bajo aquella dura capa de hielo transparente y frío.

—Brigg, una sentimental...— El eco de una voz femenina devolvió el estado de tensión a Elianne. Parecía que la noche aún guardaba más pesadillas.

Caminando entre las tumbas del cementerio, una mujer de cabellos rojos trataba de contener una nueva carcajada. Un vestido negro ceñido hacia más notoria  su figura. Sus ojos dorados brillaban como la llama que antes estuvo a punto de acabar con Elianne. Era ella. Susurró unas palabras para sí misma mientras se aproximaba hasta donde se encontraban.

—¡¿Quién es Brigg?! ¡No sé nada! ¡Déjame ir!— A pesar de ser capaz de pelear con un oso mano a mano, la presencia de aquella mujer ahora le helaba la sangre.

—Necesito esa piedra mocosa, esto no va contigo.

En ese momento Elianne pensó en comenzar una huída. Desconfiaba aún de la extraña transformación que había experimentado Bernoz, pero se trataba de él, podía sentirlo. Cogió la fría mano que antes la levantó del suelo y tiró de ella para comenzar a correr como ya lo hicieron cuando un majestuoso dragón les salvó la vida a ambos.

—Tú lo has querido.

La tierra comenzó a temblar bajo sus pies. Ella que antes estaba cruzada de brazos ahora los abría hacia el cielo con una sonrisa en los labios.

— ¡Salid! ¡Salid cáscaras vacías y llenaros de mi energía!

De nuevo aquel resplandor esmeralda comenzó a manar de la punta de sus dedos.  La tierra del cementerio se agitó. De entre las entrañas de la tierra comenzaron a emerger los esqueletos de los antepasados de Hendelborg. Los cuerpos de los familiares a los que sus ciudadanos mostraron respeto justo aquella noche. Sus huesos corruptos por el tiempo chasqueaban de nuevo en movimiento. Al principio inestables, pronto comenzaron la marcha hacia la pareja que no daba crédito a lo que veía. Un grupo de cientos y cientos de almas poseídas por aquella mujer comenzaron a rodearlos. Elianne, arrepentida de no haber comenzado la marcha anteriormente, se apresuró a caminar sobre las lápidas para saltar la valla de madera que le llevaría de vuelta al poblado. Corrió tan rápido como le dieron sus musculosas piernas, algunos huesudos cuerpos aún emergían bloqueándole el paso. Era escalofriante. A diferencia de Bernoz, su respeto por el mundo espiritual era fervoroso, fruto del miedo y de las historias de terror a la luz de una cálida fogata. Sacó sus cuchillos para deshacerse de una mano esquelética que le inmovilizaba la pierna. Un corte rápido y se llevó un brazo hasta el cúbito aún sujeto a su espinilla izquierda. Los tendones secos aún unían las pútridas articulaciones. Sentía como si cientos de personas la miraran a sus espaldas, sentía el peso de sus almas. Jamás había estado tan asustada. Ahora entendía lo que experimentaban las criaturas a las que ella daba caza en la nieve. Un nuevo cadáver viviente se aferró al cuello de la muchacha que emitió un sonoro grito.

—Vamos Brigg, no te empeñes. Abandona las causas imposibles de una vez por todas...No te salieron bien querida— Elianne podía oírla ahora a menos de un metro de distancia.

— Te la daré si la dejas ir

Era su voz. La voz de Bernoz aún vivía tras la fría carcasa en la que ahora habitaba.

—¡Qué bonito!

La figura cristalina se aproximaba hacia donde se encontraba la mujer pálida de cabellos pelirrojos.

—¡ No! ¡Ber! ¡No se la des! — La muchacha ya casi no podía articular palabra mientras lidiaba con un grupo de esqueletos que le impedían cualquier movimiento.

Su amigo había vuelto a la vida gracias a aquella piedra, si se desprendía de ella... No quería ni pensarlo.

—¡ Nooooo! ¡Ber!

Bernoz caminó sin mirar atrás. Caminó hasta aquella mujer que lo contemplaba sonriente. Parecía estar divirtiéndose.

Cuentos de Delonna IWhere stories live. Discover now