Capítulo 17: Testamento

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Tras el hallazgo de las armas del santuario de Huoyan, los ánimos entre los pobladores del Templo de la luz estaban altos. Había comenzado el entrenamiento. Aquellas armas de diferentes formas, naturaleza y función parecían estar fabricadas para las manos de cada monje guerrero que había logrado evadir el miedo de las horribles pesadillas que, al parecer, todos sufrieron bajo la piedra del sagrado santuario.

Los avances de Elianne con la alabarda plateada eran sorprendentes. Lo que al comienzo parecían unos movimientos torpes seguidos de posiciones poco acertadas para el ataque, se habían convertido en brillantes maniobras de defensa que a pesar de no ser aún suficientemente rápidas, prometían un progreso claro y afín a sus capacidades. Acostumbrada  al corto alcance de sus cuchillos de desollar, la alabarda le resultaba algo pesada y lenta, a pesar de ello, después de sentir por primera vez el tacto de su plateado material, sintió que jamás existiría una compañera más eficaz que su nueva aliada en la batalla. Los tiempos de la peletería habían acabado, su nuevo entrenamiento era un signo más de la nueva aventura que le había tocado vivir, sin embargo, por siempre guardaría sus cuchillos de marfil enfundados a ambos lados de sus caderas.

Además del entrenamiento marcial, bajo la supervisión del Guardián Despierto, los adeptos del mismo preparaban con sumo respeto y dedicación las armaduras para hacer frente a la amenaza que según el Maestro era inminente. No eran armaduras plateadas de acero templado como las que se acostumbraban a ver en las ciudades que anteriormente formaban parte del  antiguo Imperio, se trataban de armaduras de placas de metal que se unían mediante piezas de cuero que protegían el cuerpo. Solo las partes vitales se resguardaban tras el acero, dando ligereza a la armadura cuyo casco iba acompañado de una máscara para proteger el rostro. Los monjes repasaban con paciencia que las uniones del cuero quedaban estables, trenzaban cuidadosamente cada unión de las artesanales armaduras de color tierra mientras entonaban cánticos y susurraban sus preceptos, las Virtudes y el Noble Camino que les mostró el Maestro en aquel monte hace ya incontables años.

Felfalas contemplaba los tapices ricamente elaborados que descansaban sobre las delicadas paredes de papel de arroz del habitáculo que compartía con Elianne. Los altos montes junto con la flora y fauna del lugar se representaban mediante bordados de hilo brillante cuyos colores resultaban sorprendentemente vívidos sobre la inmaculada tela de algodón. El elfo apenas había pegado ojo, las palabras del Maestro sobre Bernoz le preocupaban demasiado como para evadirse; el Maestro quería despertar a Brigg independientemente de las consecuencias que ello causase al muchacho. «Madre es la causa mayor; por ella todo lo damos pues ella todo nos da.» se dijo para sí el guerrero elfo.

Se llevó los dedos índices a las sienes, sentía una presión extraña, más molesta que la que le advertía de los fenómenos meteorológicos. Era una presión que se propagaba por sus vértebras cervicales hasta la columna haciéndole tiritar. «¿Podría ser Ella?»

Con los pies descalzos caminó por la suave alfombra hasta al exterior del templo donde se calzó sus botas de piel de venado. Los monjes habían abandonado sus tareas contemplativas, las velas se habían apagado y no había nadie dedicándose a los oficios de la meditación— lo cual había sido una rutina bastante habitual los días pasados—. La luz del día era escasa, un cúmulo de oscuras nubes provenientes del norte se aglomeraban  amenazando tormenta, teñían las cristalinas cataratas y los transparentes estanques de un azul oscuro que profería cierta melancolía al paisaje. El ambiente era húmedo y olía a lluvia. Cansado de divagar sobre el destino de la gema, el espíritu que en ella habitaba y su poseedor, se tumbó sobre la fresca hierba de un claro alejado del Templo de la Luz. Prefirió evitar de los gritos de los monjes esforzándose en su arduo entrenamiento,  las necesidades de su cuerpo se habían tornado más espirituales desde el encuentro con el Maestro de Zharan-Ilah y la posibilidad de entrar de nuevo en armonía con Madre antes de que Ella se diera cuenta de que el Maestro había vuelto al santuario le entusiasmaba, elevarse sobre cualquier circunstancia y fluir con el resto de seres vivos de Uzodia, sentirse en sintonía con la energía que fluía dentro de él le ayudaría a canalizarla  con más naturalidad el día del gran combate que todos esperaban.

Cuentos de Delonna IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora