Capítulo 3: La señora de la llama

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—¡Vaya! ¿Estás segura? Quiero decir... ¿Por qué?— estaba confuso y comenzó a tartamudear estúpidamente.

Una brillante y transparente lágrima atravesó la mejilla de Elianne longitudinalmente. Con una de sus manos enguantadas en cuero se limpió la nariz después de inspirar fuertemente por la nariz. Miró a izquierda y derecha para volver a posar su mirada en Bernoz.

—La peletería de mi padre, vamos a cerrarla.— su voz casi era un susurro. Cabizbaja permaneció en silencio. El ruido de los barriles de cerveza siendo apilados y el trajín del mercado disfrazaron el triste momento.

Bernoz se enfureció. Aquella noche todo el pueblo se volcaría en cubrir las tumbas de sus antepasados con reliquias e incluso joyas mientras familias como las de Elianne debían abandonar la aldea por problemas crematísticos. Sintió el potente impulso de tomarse la justicia por su mano, de cambiar el mundo y sobretodo de no volver a ver la melancolía en aquellos celestes y salvajes ojos.

—¿Nos vemos esta noche?—  Bernoz se cruzó de brazos y comenzó a idear  un plan para mejorar la situación de su amiga .Aquellos muertos no necesitaban monedas nunca más y estaba dispuesto a repartir justamente los recursos del pueblo.

Elianne miró sorprendida a su amigo, nunca había sido él quien  proponía el plan, ella era la que normalmente le atosigaba para compartir algún momento juntos. Los labios del chico temblaban y Elianne se percató de que no la miraba directamente, trataba de esquivar los azules iris de la chica a toda costa. Elianne sonrió y se limpió las lágrimas.

—¿Dónde?

— En el cementerio— Bernoz se esforzaba por mantener un tono de voz monocorde y carente de cualquier muestra de efusividad.

Elianne abrió sus ojos de par en par.  Pensó que aquel chico había perdido definitivamente un tornillo.

—¿Esta... noche?

—Esta noche, cuando la comitiva de Serdöian abandone el cementerio.— el chico miró esta vez directamente a la chica, estaba tranquilo y  a Elianne no le pareció que escondiese algún macabro plan.

—No es nada respetuoso Ber, los espíritus...— Elianne comenzó a levantar su característica y resonante voz por encima de la de los viandantes. Muchas historias se han escuchado en el pueblo sobre  aquella noche y la fortuna de quienes osaron hacer oídos sordos a las tradiciones.

—¡Tsss! No pasará nada, no habrá lugar más tranquilo.— Bernoz moviendo la mano en señal de despedida se comenzó a alejar de la chica que incrédula aún se preguntaba si aquel muchacho no había tomado algún tipo de seta alucinógena. No le dio la contraria, probablemente sería su última semana en la aldea y pudiera ser que su amigo le escondiera una sorpresa. Elianne se alejó a paso ligero, estaba nerviosa ante la extraña proposición.

***

Las velas ya casi se habían consumido. Las alimentos elaborados durante todo el día habían sido engullidos por las familias que ahora dormían plácidamente tras visitar las tumbas de sus antepasados. Hace tan solo escasas horas la familia Solberg, al igual que todas las familias de Hendelborg, habían llevado deliciosos pasteles de carne y verdura que habían elaborado ellos mismos. Todas las familias de la aldea llevaron sus ofrendas mientras alumbraban su camino con blancos cirios. La pequeña Vredda de la mano de su hermano observó algo temerosa la comitiva de gente que en silencio se dirigía al cementerio. Aquella noche había decido dormir con sus padres a pesar de que su hermano le aseguraba que todo era un gran engaño, que los muertos no cenarían ese banquete. Ahora todos descansaban, los ronquidos de su padre podían oírse desde todos los rincones de la casita y todo apuntaba a que la aldea estaría desierta. Bernoz tomó su chaqueta de piel, a pesar de no querer reconocerlo estaba nervioso, sus dedos le temblaban y tenía miedo de alertar a sus padres con el sonido de su respiración. Se colocó sus botas tan sigilosamente como pudo. Acudió al huerto para tomar un par de sacos de estopa, el día siguiente era un día de descanso y nadie trabajaría por lo que sus padres no extrañarían unos cuantos sacos de menos. Con los sacos en las manos ya estaba listo para partir hacia el cementerio. Caminó despacio, casi sin apoyar la suela de sus botas sobre el suelo de piedra, no cerró las puertas de la casa y dirigió una  última mirada al dormitorio de sus padres. —¡Allá vamos!—. Abrió la puerta principal, el chirrido de las bisagras hicieron que su corazón aumentara su velocidad normal hasta que por fin la puerta dejó espacio suficiente para su cuerpo. Tenía un pie fuera cuando recordó que había olvidado su gema, su talismán. —¡Mierda!—la necesitaba, sus dedos necesitaban rozar aquel frío cristal que parecía encantado. Los ronquidos de su padre se detuvieron cuando las bisagras volvieron a escucharse en el pasillo principal, sus pasos  volvieron hacia su dormitorio, hacia un hueco cerca de la ventana donde guardaba su tesoro. Escuchó el sonido de las sábanas, había despertado a alguien.

Cuentos de Delonna IWhere stories live. Discover now