Capítulo 3: La señora de la llama

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—Y ni hablar del morbo que produce...—dijo el muchacho entre susurros.

Pensando que el discurso del muchacho había acabado, Ben volvió a dedicar una mirada furtiva a su hijo. Parecía qué últimamente siempre tenía que decir la última palabra. Cuando el chico desapareció adentrándose en estrechos aposentos de la casa, Dagrun, la atareada madre dejó el cuchillo sobre la mesa y se volvió hacia su marido.

—Está en la edad mi amor, es solo un jovencito contestón— Dagrun tomó las grandes y trabajadas manos de Ben entre las suyas y le sonrió.  Ben aproximó sus dedos hacia los oscuros cabellos de su mujer y los acarició.

—Se parece demasiado a ti, cuando eras joven eras como uno de esos potrillos indomables de los que yo cuidaba en la antigua granja.— ambos sonrieron y terminaron la conversación con un tierno beso.

Una vez tomó su desayuno, Bernoz salió de las granjas para cotillear la preparación de la festividad. El mercado estaba atestado de tiendas y cada rincón de la aldea estaba decorado con flores y otros frutos huecos y secos al sol. Multitud de velas y flores habían sido preparadas en el centro de la plaza del mercado para llevarlas en comitiva al cementerio de Hendelborg. Los artesanos terminaban sus obras, iconos de madera, piedra y otra gran variedad de materiales que se amoldaban a la ocasión. Vendían cráneos en cuyas cuencas reposaban flores, coronas fúnebres que llevar a los familiares fallecidos, talismanes de protección y otros artículos esotéricos...Todo un mercadillo, una ocasión brillante para hacer negocio de las creencias espirituales de un pueblo que creía en aquel cuento a pie juntillas. Hasta los pasteleros preparaban dulces especiales para los paladares de las gentes. Le irritaba sobremanera aquel mercantilismo.

—¡Eiiiiiii Ber!— una palmada demasiado enérgica en su retaguardia le advirtió de que disfrutaría de compañía.

—Hola, Elianne.— como siempre le saludó resignado. Era algo escandalosa y siempre se preguntaba así mismo el por qué de aquella conducta que parecía dirigida a llamar la atención.

La gran chica había elegido una piel clara de viejo lobo para celebrar la festividad. Orgullosa exhibía su indumentaria de caza con una sonrisa. Bernoz jamás había aplaudido ninguna de sus adquisiciones, se lo dejaba a los colegas con los que Elianne se veía en "El cuerno negro". De nuevo traía aquel arpón a sus espaldas. "¿Era necesario llevarlo hasta para comprar el pan?".

Juntos anduvieron hasta los tenderetes que se preparaban con todo lujo de productos artesanos. Olisquearon los manjares tradicionales de su pueblo mientras criticaban los estúpidos tocados que algunas viudas que aún guardaban el luto acostumbraban a llevar durante la cena de Serdöian.

—Ber...Tengo algo que decirte.— la voz grave y rasgada de la chica tomó un matiz de seriedad que pocas veces aparecía y que cuando lo hacía se merecía completa y absoluta atención.

Bernoz ,que curioseaba unas bolsas de tela con el emblema de Hendelborg ( se trataba de un mozo que portaba una lanza y un escudo bajo fondo azul) abandonó su actividad para volver el rostro hacia su amiga en el mismo instante en el que distinguió aquel particular tono de voz.

Su moreno rostro lucía afligido, sus ojos algo vidriosos, como si fuera a arrancar a llorar de un momento a otro.

—Me marcho de Henderlborg.— la brisa gélida que ya comenzaba a anunciar la llegada del frío acarició los rubios cabellos de Elianne, los rebeldes cabellos que se escapaban de su larga trenza.

Bernoz no esperaba aquel anuncio. Odiaba su manera de llamar la atención, odiaba su esfuerzo por siempre parecer la más fuerte, su manera de hablar y los gritos que profería diera igual el lugar o momento en el que se encontrara...Pero jamás había pensando en la posibilidad de que algún día se marchara. Jamás había visto a aquella muchacha tan afligida.

Cuentos de Delonna IWhere stories live. Discover now