Capítulo 4

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Me sentía fatal. Lo único que deseaba era ir a mi casa, meterme en la ducha y dormir, dormir y dormir. Un poco de comida grasosa y una soda con hielo serían admitidas. Sin embargo, era el momento de la expiación. Un pecado, una penitencia.

Una hora después de hablar con Isabelle, armado con una bolsa con dos magdalenas, un vaso de café y mi sonrisa número cinco, esa destinada a solterones desesperados, llamé a la puerta del misterioso pianista buena gente. Cuando se abrió la puerta me di cuenta de que no tenía idea de si ese espartano asesino que tenía al frente era el pianista porque no había reparado en él con demasiado cuidado. Además, por alguna razón mi mente lo había imaginado como un señor de mediana edad.

—¿Qué quieres? —me dijo hostil y fue allí cuando llegó la confirmación de que sí era el hombre a quien había culpado públicamente de mi ineptitud y por ese motivo su pago mensual se vería sustancialmente disminuido.

Claro que con la ratificación de la identidad vino también la certeza de que mi sonrisa número cinco no iba a ser de mucha ayuda. El fulano Bastian no tenía aspecto de solterón y mucho menos de buena gente. Lamentablemente nunca había perfeccionado ninguna sonrisa para derretir al rey del hielo. Solo me quedaba esperar que su gusto por los bollos dulces me salvara de morir congelado por unos ojos tan azules como el cielo del Ártico.

—Vine a disculparme y te traje unas magdalenas como soborno —sonreí tratando de parecer apenado y no asustado ante el inminente fin de mis días.

—No necesito tus disculpas.

—¿Y mis magdalenas? —pregunté tratando de parecer todo lo dulce e inocente que era capaz; creo que hasta batí las pestañas, pero no le arranqué ni una sonrisita.

—No necesito nada de ti.

Eso sí que era algo que no escuchaba con mucha frecuencia.

—Es decir, que me vas a dejar irme a mi casa triste y desolado bajo el peso de mi culpa.

—¿Qué quieres de mí? ¿Absolución instantánea? ¿Qué te mande a rezar diez avemarías para que estés libre de pecado y puedas comenzar nuevamente? A fin de cuentas es viernes y para las personas como tú es el día en que la semana inicia.

—Bueno —dije encogiéndome de hombros como si fuera obvio. —La capacidad de perdonar es una gran virtud que será tomada en cuenta muy seriamente el día del juicio final. Al menos eso es lo que me han dicho ciertas fuentes porque no soy católico.

Suspiró exasperado, lo que me exasperó. Yo era el que tenía resaca, yo era el que estaba cansado y el tono de voz de ese tipo no estaba ayudando a mi recuperación. ¿Qué quería de mí? ¿Era muy difícil decir «pasa adelante, hombre hermoso» y dejarse tranquilizar por todo mi encanto?

—Mira, Deshawn, no te voy a dar ninguna «paz espiritual» —hizo el gesto de las comillas con las manos. —Tampoco ninguna licencia para que te vayas de fiesta esta noche con la conciencia tranquila. Considéralo mi contribución al Universo para ver si algún día maduras y te conviertes en un ser humano responsable.

—Tú no me conoces —le respondí indignado. Yo había venido a hacer mi buen gesto del día y estaba saliendo regañado. ¿Dónde quedaba la gratitud?

—¡Todo el mundo te conoce! —exclamó y puso una expresión sarcásticamente perpleja aderezada con el movimiento respectivo de las manos. —Te has encargado de que así sea mostrando a diestra y siniestra que no eres más que un divo borracho, parrandero y malcriado que tuvo la fortuna de nacer con toneladas de talento que, para colmo, desperdicia como si no fuese mayor cosa creyendo que durará por siempre.

Sus palabras me golpearon más fuerte que una bofetada porque eran las mismas que usaba mi conciencia para torturarme, solo que en esta oportunidad podía escucharlas en la voz de un ser vivo y en un tono un poco más alto de lo que mi cuerpo soportaba. Era como una invitación abierta para que todas las jaquecas del mundo vinieran a atacarme y, obviamente, las muy disciplinadas habían acatado el llamado.

—No soy así —me defendí. —Ya no.

—¿Me vas a decir que no llegaste a trabajar borracho después que pasaste toda la noche de juerga?

—¡No estaba borracho!

—¡Perdón! Tenías resaca, cosa que es lo mismo solo que un par de horas después.

—No eres nadie para juzgarme. Mi vida y lo que haga con ella no son tu problema.

—Lo son en el momento en que tu comportamiento afecta a la mía, ¿o se te olvida que trataste de joder la manera en que me gano la comida?

—Lo siento, ¿está bien? Vine a disculparme, a pedirte que retomes tus horas. No voy a ser una molestia, si quieres cantaré alabanzas sobre la forma en que tocas el piano, exigiré que te lleven de gira con la compañía, lo que quieras.

—No me hagas favores.

—A todo el mundo le gustan los favores, los regalos y las fotos de animalitos tiernos.

—A mí no.

—¿Tienes algo en contra de los animalitos tiernos?

—¿Sabes qué es lo más triste? —me miró como si yo fuera un pobre cachorrito atropellado en la calle y yo odiaba ese tipo de miradas. Había recibido demasiadas durante toda mi vida. —Que podrías haber sido famoso como artista, simplemente tenías que trabajar duro; pero tomaste el camino fácil y decidiste hacerte famoso por otra cosa.

—¿Qué sabes tú de trabajar duro?

No me respondió. Bastian cerró la puerta en mi cara y me quedé solo en ese pasillo con el café en una mano y la bolsa de las magdalenas de chocolate en la otra. Lo peor era que me sentía más molesto, confundido y solo de lo que había estado en mucho tiempo.

El 'Chico Malo' del Ballet (Gay) [Terminada] #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora