Seven Minutes In Heaven |stylinshot|

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Harry estaba recostado bocarriba, mirando hacia la nada y simplemente escuchando las súplicas de su amigo para que levantara su perezoso y nervioso cuerpo de la cama. Era sábado por la noche y no estaba en planes del rubio de quedarse en la casa de su mejor amigo sin hacer nada, a diferencia del castaño.

—¡Oh, vamos, Harry! —se quejaba Niall—. No puedes esconderte de Louis por siempre.

—Sí puedo, y lo haré.

¿Louis? Sí. Harry Styles, un hombre hecho y derecho de veinte años estaba asustado de ver al chico que lo venía trayendo loco desde hace un par de meses, a aquel que conoció en una de las tantas fiestas que su amigo Liam había organizado, y era exactamente donde Niall estaba pidiéndole que fueran: a una fiesta llena de gente, y entre ellos, la razón por la que Harry no tenía intenciones de salir de la cama.

Salió de todas formas.

Niall presionó el timbre de la casa de Liam Payne. Harry, con una mano dentro del bolsillo y la otra despeinando su rebelde melena rizada, no dejaba de repetirse:

—Dios, Hazza, tienes veinte años... —supiró—. No puedes temerle a un tipo como Louis.

—¡Esa es la actitud! —le alentó Niall con una palmada en la espalda.

Harry se resaltó; no se había dado cuenta de que aquello lo había dicho en voz alta. Le dio un intento de sonrisa a su amigo y carraspeó para tragarse sus nervios. La puerta finalmente se abrió y de inmediato apareció un sonriente Liam.

—¡Heeey! —saludó—. Al fin llegaron.

—Sí, nos retrasó un pequeño problema —Niall miró sin disimulo alguno a Harry, quien simplemente prefirió hacer el tonto.

Un momento después, los tres ya estaban en la sala principal, en donde habían al menos diez personas en posición india frente a una mesa de centro llena de latas de cerveza y un par de snacks para acompañar. Niall y Harry los saludaron a todos, incluyendo al dueño de aquella mirada celeste que traía con el corazón acelerado a Harry. En el momento en que sus manos chocaron, un revoltijo de emociones se desataron en él. Tuvo miedo. Tuvo un miedo increíble de que Louis notase lo que Harry sentía por él, aun cuando el ojiverde no hizo más que sonreírle con los labios apretados y seguir su camino hasta sentarse en un espacio vacío que había frente a la mesa.

Harry no dejaba de jugar con sus manos, sin estar completamente presente en la sala. No podía hacer más que pensar en Louis y preguntarse si él pasaba por su cabeza también. Sin embargo lo creía imposible, pues, hasta donde sabía, Louis era totalmente heterosexual, y decirle aquella noche cada palabra que cruzaba por su mente sería dejarse caer en la humillación total y al posible rechazo. 

—¿Sigues ahí? —una voz lo sobresaltó y le hizo volver a la realidad.

Miró hacia su alrededor; todos le miraban y Zayn, otro de sus amigos, aún esperaba por una respuesta con una sonrisa burlona en sus labios.

—Perdón —balbuceó Harry—, ¿qué decías?

—Que si conoces los Siete Minutos en el Cielo.

—Um... —rascó su cuello—, no. ¿Qué es eso?

—¡Joder! —exclamó Louis, mirando exclusivamente a Harry—. ¿En serio no lo conoces?

El hecho de que Louis le volviese a preguntar, incluso cuando ya sabía la respuesta, le ponía incluso más nervioso, y comenzó a sentir cómo se hacía cada vez mas pequeño. No hizo más que negar mientras se encogía de hombros, rogando el no ponerse colorado.

Al ver que todos comiezaron a ponerse de pie, él también lo hizo, metiendo ambas manos en los bolsillos de sus ajustados jeans y esperando una explicación por parte de alguien. Aquel "alguien" resultó ser Louis, quien lo tomó por los hombros y lo guió hacia la puerta de lo que parecía un armario debajo de las escaleras mientras que todos se acercaban y sonreían.

—Tú entras en este lugar —apuntó hacia el armario— con los ojos vendados y esperas a que una persona al azar entre también. Tienen siete minutos de encierro para hacer lo que ustedes quieran —su voz comenzó a bajar el tono y hacerse más lenta; sus ojos penetraban por completo los de Harry—. Siete minutos en el cielo.

De repente, todo se volvió negro. Harry tocó sus ojos, sin embargo sintió una tela por encima de éstos. Intentó negarse y escapar de quienquiera que lo estuviese empujando, pero cinco segundos después, ya estaba dentro del armario y la puerta se cerró delante de él.

—¡Hey, esto no es divertido! —protestó golpeando la puerta—. ¡Sáquenme de aquí!

—¡Quitarse la venda antes de tiempo no se vale! —reconoció la voz de Niall del otro lado.

Quiso sacársela de todos modos, ya desesperado, pero el nudo estaba muy bien hecho y sus dedos comenzaban a hacerse torpes. No tuvo otra opción más que resignarse a esperar su pareja de juego. Se apoyó en la pared y cruzó sus brazos, sin saber absolutamente nada de toda esta tortura.

Hasta que sintió que, casi un minuto después, la puerta volvió a abrirse. Harry se paró derecho, estático en su posición, esperando alguna señal de la persona que acababa de cerrar la puerta a sus espaldas. Intentó sacarse la venda, sin embargo una mano tocó la suya y, lentamente, la volvió a bajar. Harry no pudo evitar el tragar saliva con nerviosismo, incapaz de percibir un detalle de quien estaba justo frente a él.

Y sintió una lengua pasar por su cuello. Y unas manos tocando su abdomen. Se sobresaltó, pero no tuvo intenciones de alejarse. Le serviría para dejar de pensar en Louis, fue su única idea. Los besos en su cuello se fueron intensificando, al igual que aquellos dedos recorriendo su piel, esta vez por debajo de su camiseta. La persona misteriosa lo acorraló en la pared y tomó sus manos, las cuales posicionó por detrás del cuerpo de Harry, impidiendo que le tocase. Harry dejó escapar un gruñido al momento en que su camiseta fue subiendo y unos labios fueron haciendo recorrido hasta llegar hasta el botón de sus jeans, el cual fue desabrochado inmediatamente, tan rápido como el cierre fue bajado. Ni siquiera Harry fue capaz de creer que hasta este punto ya estuviese completamente excitado, con su respiración agitada y su corazón latiendo que más fuerza que nunca. Su miembro erecto fue sacado de sus bóxers y lamido de inmediato.

—Ah... —gimió Harry en un susurro mientras hacía puños sus manos en su espalda.

Quería tocar a aquella persona, saber de quién se trataba, pero cada vez que lo intentaba, las manos volvían a posicionarlo en su demandado lugar. Necesitaba saber de quién eran aquellos labios y lengua que hacían maravillas sobre su pene, saboreándolo y sintiéndolo en todo su esplendor. Lo necesitaba en serio.

Decidió dejarse llevar, ya ni siquiera preocupándose de quién era esa lengua, sino de las increíbleas cosas que ésta podía ocasionar en él. Escuchaba el sonido candente de aquellas lamidas, los besos y los gemidos que sólo provenían de la sedienta boca de Harry.

Unos momentos después, cedió. Se entregó al placer y quiso gemir, sin embargo mordió su lengua para evitarlo. Su agitada respiración comenzó a ralentizarse de a poco, mientras que sentía cómo sus bóxers y jeans volvían a ser puestos en su lugar. La persona misteriosa volvió a ponerse de pie, quedó frente a Harry y comenzó a desatar el nudo de la venda. Sólo vio oscuridad.

Al menos, los primeros segundos.

Luego, lo vio. Incluso en la nula luz y en lo poco que se habían acostumbrado sus ojos a la oscuridad, reconoció el color de aquella mirada celeste, tan brillosa y salvaje como nunca. Harry se sorprendió; no fue capaz de hacer nada más que abrir sus labios y tocar su rostro y cuerpo, confirmando, así, que, en efecto, quien acababa de hacerle llegar a la cima de lo más alto del clímax de lo que alguna vez había llegado había sido el mismísimo Louis Tomlinson.

Louis le dio una sonrisa coqueta y tomó la mano de Harry, para luego dirigirla al bulto endurecido de sus propios jeans. Harry relamió sus labios al momento en que lo apretaba, aún sin poder creer lo que acababa de ocurrir y con quién acababa de ocurrir.

—¡Los siete minutos terminaron! —la voz de Liam llamó desde afuera.

La puerta se abrió y la luz llegó directo a sus rostros. Louis, todavía con aquella traviesa sonrisa en sus labios, guiñó un ojo a Harry y salió del armario, tanto literal como metafóricamente. Harry hizo exactamente lo mismo un segundo después.

Ahora podía comprender por qué le llamaban los Siete Minutos en el Cielo, pues, el tan sólo hecho de pensar en lo que Louis le hizo ahí adentro le hacía sentir plenamente en las nubes.

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