Pequeña princesa

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Cierto día encontré a una pequeña princesa encerrada en un horrible calabozo. Estaba atada de pies y cabeza con espantosas cadenas. La joven se veía frágil, débil e inofensiva como una pequeña flor.

La princesa no parecía princesa, estaba harapienta, con su ropa sucia y carita manchada. Su piel que antes era delicada y suave como la hoja de una rosa, ahora se encontraba áspera y con notorias cicatrices.

¿Cómo es que llegaste aquí pequeña princesa? Le pregunté al instante que la vi.

Yo siempre he estado aquí, contestó con dificultad. Pero no de la forma en la que ahora me ves. De pequeña solía correr y ser feliz en un hermoso castillo, mis padres; el rey y la reina, estaban siempre conmigo. Todo era perfecto.

Vi una débil luz en su mirada, que poco a poco se fue apagando otra vez.

A medida que yo crecía, mis padres se fueron olvidando de mí. Eso me dolió mucho, y me di cuenta que cada vez que alguna acción de otros me dolía, una cicatriz marcaba mi cuerpo. Esa fue mi primera cicatriz. Y el castillo se hizo más pequeño.

Después conocí a otras princesas y príncipes, con ellos olvidé el abandono de mis padres, encontré otro refugio y otro mundo. Todo iba bien, reíamos por todo, nos divertía ser libres cada uno en su castillo. Pero noté que en algunas ocasiones ellos me causaban cicatrices, yo creía que estaba bien pues ellos también las tenían. Pero cada vez que a ellos les salía una cicatriz, también me obligaban a tener una. Pensé que eso era amistad.

Cada vez eran cicatrices más y más dolorosas. Me volví débil en vez de fuerte. Y poco a poco el castillo se volvió más pequeño y solitario.

Ya con mi cuerpo marcado, me volví más frágil, temerosa, pues ya no quería tener más dolor. Cierto día llegó de visita un joven príncipe, caballero de pies a cabeza. Me enseñó un sentimiento muy bonito, recuerdo que él lo llamaba "amor". Ambos lo sentíamos, bueno eso creía yo.

El joven príncipe poco a poco se convirtió más hostil, más frío, más dragón que caballero. Pensé que eso también era parte del amor, así que me quedé aguantando cicatrices por él, curando las suyas mientras él solo profundizaba las mías.

Llegó el día de la partida del príncipe, se fue sin decir nada. Me dejó sola, herida y con un gran vacío en el alma. El castillo se volvió frío, comenzaron a edificarse muros extraños, crecieron miedos en forma de plantas que nunca regué. En vez de castillo parecía un calabozo.

Superé lo sucedido con el príncipe, sabía que tarde o temprano se me pasaría todo eso que él llamaba amor. Comencé a curar mis heridas, sola. Sonreía cada vez más, y descubrí que cada vez que lo hacía las cicatrices se notaban menos; no se iban pero las podía disimular. Las ramas del miedo seguían, por más que traté de arrancarlas no podía. Así que me rendí, y una cicatriz más marcó mi piel. Los miedos crecían, las sonrisas se borraban y las heridas se marcaban más cada vez que me dejaba vencer. El castillo ya era un calabozo, con ramas de miedo por todas partes, cadenas echas con tristezas y desilusión me apresaron salvajemente.

Desde ese día he luchado por salir, he gritado con todas mis fuerzas solo para que tú me oyeras. Pero los miedos crecieron hasta cubrir mis labios, poco a poco el calabozo me fue aprisionando más y más.

Pero ahora por fin llegas tú, no eres príncipe de ningún reino, ni princesa de algún castillo. Simplemente eres tú. Que con tanta tristeza decidiste buscar dentro de ti, y terminaste hallándome. Hallaste a la princesa que siempre vivió dentro de ti. Ahora tú eres mi heroína, nuestra liberadora.

Reaccionaste y te diste cuenta que a veces la tristeza nos ayuda a encontrar nuestra verdadera esencia, nos ayuda a saber quién somos, a encontrarnos. Tú me hallaste a mí, a la princesa que vive en tu interior. Una princesa marcada con cicatrices pero que aun así sigue siendo una verdadera princesa.

Luz de luna - Poemas, escritos y frasesWhere stories live. Discover now