Capítulo XXXIX: Abrázame como si nunca fueras a dejarme.

Comenzar desde el principio
                                    

Paro de batir, cuando veo que la abue se va. Suspiro llena de alivio. Me volteo a ver a Sebas que duerme en la mesa, mientras veía algo en su Ipad. Genial, y él no lo regaña. No se nota el favoritismo, sarcasmo, vil sarcasmo.

— ¡No me importa quién seas, Ken morocho! —Escucho los gritos de mi abuela, mientras alzo una ceja, y dejo el plato hondo en la mesa de la cocina, tratando de no hacer ruido para asomarme por la entrada a la cocina.

— ¿P-perdón? ¿Me acaba de llamar "Ken morocho"? —Una voz con un acento conocido habla lleno de confusión. Sí, ese es Dante, mi llegue. (Cof, cof, mi novio-no-novio-que-sí-parece-mi-novio-pero-aún-no, cof, cof).

— ¿Es que acaso estás sordo, copia mal hecha de Olivia Villanueva? Tú eres el que le anda tirando la onda a mi nieta, claro que sé quién eres. Ahora vete, que está ocupada lavando los platos. Además, a mi hija Betty no le caes bien. Fuera. —Hace un ademán de que se vaya. Ruedo mis ojos.

—De hecho, abuela, mi mamá acepta la relación. Es mi novio —me encojo de hombros, mientras me apoyo con mi hombro en el umbral de la cocina. La abuela me lanza una mirada asesina.

—Estoy hablando con el Ken Morocho, no contigo, niña. —Pero, como que apenas procesa mis palabras, porque me voltea a ver con rapidez, que desgraciadamente no le rompe el cuello—. ¿Novios? ¡Tienes quince, no veinte para andar de novia! ¿Ya sabes lavar tus calzones? No, ¿verdad? Entonces nada de novio, te lo prohíbo, Verónica.

—Abue, tengo diecisiete, lavo mi propia ropa cuando René no puede que con todo, y la verdad es que no puedes prohibírmelo ya que, mi madre ya me dio el permiso —me encojo de hombros, despreocupada y tratando de controlar mi vena rabiosa. Dante traga saliva visiblemente cuando camina hacia mí, y me besa en la frente.

— ¿Por qué tu abuela parece odiarme demasiado? —Susurra con confusión. Hago una mueca, sin responderle realmente. La abuela suspira, y niega con la cabeza.

—Mi hija y tú son muy estúpidas —murmura llena de decepción. Alzo una ceja.

— ¿El simple hecho de que me guste el chico que me conoce mejor que nadie me hace estúpida? —Agarro a Dante de la mano, y la aprieto con fuerza. Mi abuela ríe, incrédula.

—El hecho de que creas que este niño pijo no te engañará en un futuro, y seas tan incrédula para caer por una cara bonita —Chasquea la lengua, y haciendo aquello se ve como si fuera la gemela de mi madre, porque a pesar de tener su edad, las canas apenas se le notan entre su cabello castaño, y las arrugas ni siquiera lo parecen. Es bella, pero su corazón parece despreciarme—. No quisiste quedarte conmigo, y eso aún sigue doliendo. ¿Por él te quedaste?

—Claro que no sólo por él. Lo hice por mi madre, por mis amigos, por mí misma. No quise quedarme contigo, porque mi familia me necesitaba, y no iba a huir. Mi madre estaba mal, y yo tenía que ser fuerte cuando papá se fue. —Explico, más calmada.

—Iré a dormir unos treinta minutos —dice, dándole poca importancia a lo que dije. Suspiro, cansinamente, cuando veo que se aleja por las escaleras.

—Bueno, eres valiente, Vero. —Dante me sonríe cariñosamente. Le sonrío con boca cerrada.

—Sólo quería soltar lo que verdaderamente quise años atrás. Además, estoy asquerosa, no sé cómo siquiera puedes estar cerca de mí —hago un puchero, que Dante besa cariñosamente. Mis mejillas se sonrojan, y le doy un golpe con fuerza en su hombro. Dante se queja, jadeando.

—Ya, demasiado pronto, perdón —se soba, mientras se sigue quejando.

—Muy pronto, estúpido Dan-Dan —bufo divertida. Dante se encoge de hombros.

Desafiando a Dante (Desamores #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora