Capítulo 6: No por mucho madrugar...

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Capítulo 6: No por mucho madrugar…

Roberto lo pasó muy mal el primer año que vivió sin su querida esposa, Rosa.

Tenía dos «mochuelas», dos hijas de 7 y 9 años de edad, de los que cuidar. Necesitaba ayuda, y su familia se la dio. Marta se había prejubilado a los cincuenta años de edad, o sea hacía cuatro años. Todos los días iba a su casa cuando él se ausentaba para ir al trabajo. Ella se encargaba de asear a las niñas, hacer que se hiciesen la cama, les preparaba el desayuno y los acompañaba a la escuela. Luego volvía a la casa y les preparaba la comida antes de irse a la suya. Roberto era quien iba a buscar a sus hijas al colegio y cuidaba de ellas el resto del día.

Al final del día, cuando sus pequeñas Marina y Silvia dormían, a la hora en que otrora había hecho el amor con ella, él solía coger uno de los diez libros que había escrito su muy amada esposa, y los releía. Se los sabía de memoria, pero le daba mucho gusto volver a leer lo que su Rosa había escrito un día allí. Le parecía estar escuchándola. Porque ella le había leído a él antes que a nadie cada una de las obras que finamente publicó. Rosa Rabadán, una de los autores de lo que después se acabaría conociendo como la «Kindle Generation» en todo el mundo, o «La Generación Kindle» en España, había sido publicada por una famosa editorial sudamericana que había triunfado en España, vendiendo millones de ejemplares en ambos continentes de cada uno de sus libros; pero allí tenía él la primera edición, la auténtica, la autoeditada. Cuando sólo él creía en ella, hasta el punto de costear los mil ejemplares de cada una de las diez autoediciones. Ahora eran incunables que se habían cotizado más de cien veces más de su precio inicial, pues eran la «Edición Príncipe».  Para él tenían más valor: él oía a su Rosa pronunciarle cada una de las palabras que leía, al igual que un día había tenido ella misma aquellos libros en sus manos y se los leía a su esposo con su voz cantarina y sensual... Por eso ahora, cada vez que cogía él alguno de aquellos volúmenes sentía que era como si todavía cada una de esas palabras se las estuviera leyendo ella, el amor de su vida. Dicen que el amor de verdad llega más allá de la muerte. El de Roberto y Rosa desde luego que era así, pues ella le hablaba desde el Más Allá a través de sus libros. Cada vez que leía algo encontraba un sentido nuevo a cada frase. Había leído aquellos libros una y otra vez, y él seguía siendo incapaz de escribir como lo había hecho su esposa. Ocasionalmente le habían hecho alguna entrevista sobre ella, pero no había contado mucho de su vida privada, pues eso era de ellos dos sólo. Le preguntaron la consabida cuestión: «¿Hasta qué punto eran autobiográficas esas novelas?» Evidentemente, quien lo preguntaba no se las había leído, pues presentaban mundos tan dispares unas y otras, lecturas personales de su mundo interior y exterior tan diferentes, que no podrían haber sido vividos por la misma persona, aunque sí que habían cabido todos ellos en la fértil imaginación de Rosa.

Y sin embargo,  aunque se veía una clara evolución a lo largo de ellas, el estilo era el mismo, el sello era idéntico. En las diez novelas escritas de los 19 a los 24 años de edad, a razón de dos por año. Setecientas páginas por año. No había estado nada mal.

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