El día era hermoso, el cielo se veía completamente azul y ninguna nube amenazaba con romper la armonía que el pueblo merecía. Tomé un buen baño y me puse el feileadh mor[1] que Lady Ros había mandado a confeccionar para esta ocasión. Las campanas comenzaron a tañer anunciando el inicio de la ceremonia. Sir Dall, Sir Aballach y Lord Wessex llegaron por mí, para escoltarme hasta la capilla.

Al llegar, todos los presentes voltearon a verme y gritos y vítores se hicieron escuchar, porque finalmente, después de lo que parecía una eternidad, el Su Alteza Real, el Príncipe Valan Eumman Andrews estaba entre ellos. Avancé hasta el altar y el arzobispo se acercó a mí para ungirme y bendecirme. Después tomó la corona que había pertenecido a mi padre y antes de ponerla sobre mi cabeza me hizo jurar ser quien protegería, incluso con su vida, al pueblo, y que haría todo por brindarle felicidad y paz.

Por un momento cuando la corona tocó mi frente, sentí la presencia de mis padres, mi hermana y mi sobrino a mi lado. Ahora estaba haciendo lo que debía haber hecho desde hacía mucho tiempo. Ahora era el Rey.

Me giré para que el pueblo me conociera. Vi muchas caras de sorpresa y, por fin, pude ver el rostro desconcertado de Nathara y su madre. Instintivamente volteé hacia donde debía estar Lady Ros y fijé mi mirada en Maghy, se veía sumamente hermosa, luciendo un sublime vestido verde pálido con listones dorados que resaltaba increíblemente su belleza, pero sus ojos no tenían el brillo de siempre, aun así me sonrió ligeramente. Me detuve un momento, atrapado de nuevo por su mirada, después desenfundé mi espada y me dirigí a mi gente.

―Para mis súbditos y todos los pueblos aliados, mi espada para su protección y mi mano para la justicia.

Ahora era tiempo de que todos los presentes me juraran lealtad, pero antes, debía investir a Eoin. Le indiqué que debía hincarse frente a mí. Los murmullos no se hicieron esperar, pero todos callaron al ver que él sería el primero de mis caballeros. Posé mi espada sobre sus hombros y lo hice levantarse. Al hacerlo lo abracé.

―Gracias por todo hermano ―murmuró y, de inmediato, uno de los heraldos, que había logrado escucharlo, le pidió que se dirigiera a mí como «Majestad». Hice un ademán para evitarlo pero―: lo lamento Majestad ―dijo Eoin apenado y ligeramente burlón.

―No Eoin ―sonreí―. Qué los dioses me condenen si en algún momento te exijo que me llames Majestad, hermano ―respondí dejando que todos escucharan, mientras lo abrazaba―. Este hombre que ahora es mi caballero, fue y siempre será mi hermano menor, por ello debe ser tratado con el mismo respeto que me tratan a mí. Quien se atreva a ofenderlo me ofenderá directamente a mí ―dije para todos, pero viendo directamente a un par de damas que se veían, una a la otra, realmente temerosas.

Después de aquello, uno a uno, mis aliados y los antiguos caballeros de mi padre, fueron pasando a mi presencia. Sería una tarde muy larga, estrechando de nuevo cada uno de los lazos de amistad que protegían a mi pueblo.

Primero llegaron a mí aquellos que habían dirigido el castillo Andrews desde la muerte de mis padres, después los reyes aliados. Alas y Laren se unieron a los Reyes Lachlan y sus caballeros. Mis dos amigos parecían muy sorprendidos, pero se mostraron felices ante la revelación de mi identidad. Nuestra alianza no solo sería de palabra, sino de cariño y amistad.

Finalmente, el momento que había estado esperando llegó, después de un largo rato, el Barón Kerr se aproximó a mí, acompañado de su familia, él y Niall se mostraban felices, pero las señoras, bueno, después de tantas cosas, ellas parecían más bien preocupadas. Antes de que dejaran paso a las siguientes personas que llegaban a mí, me dirigí a Nathara.

―Mi Lady, creo que ahora será la palabra de la hija de un barón contra la de un Rey ―procuré sonar tranquilo, pero, al mismo tiempo, imprimí toda la fuerza que podía en mi mirada―. ¿Me pregunto cuál de las dos tendrá más credibilidad? ―ella me miró retadora pero después pareció arrepentirse de su altanería―. Espero no tener que verla de nuevo en mis tierras ―le dije de forma que solo ella y yo pudiéramos escuchar mis palabras.

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