Capítulo 4

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El invierno había terminado y el bosque comenzaba a recuperar toda su gloria, pero yo aún no me sentía listo para partir. Me sentía, como Aldys había dicho cuando la conocí: en casa, a salvo; y esa sensación de extravío y dolor que me controlaba al llegar a aquellas tierras empezaba a desaparecer.

Caradoc era mi amigo y Aldys, ella representaba todo lo que yo había necesitado a lo largo de mi vida. Tomaba los distintos roles de los personajes que más falta me hacían. Era mi reina, mi hermana, mi madre, mi amiga, mi confidente, mi dama.

No sé muy bien cómo fue que sucedió, pero la amé. La amé de una forma nueva y diferente. Amaba su fuerza, su libertad y su espíritu. Amaba su sabiduría y comprensión. Amaba su gentileza y el vigor con el que lideraba a su pueblo. Con ella sentía que yo podía ser yo, el de verdad, quién quiera que este fuera. Me reconfortaba cuando lo necesitaba y me escuchaba siempre. Me reñía cuando lo consideraba necesario, pero siempre me mostraba paciencia y comprensión. Ella no me necesitaba para protegerla, creo que tenía el carácter y fuerza necesarias para protegernos a todos y a sí misma sin ayuda de nadie.

Como Reina era imponente y poderosa, pero cuando estaba conmigo, como amiga, se tornaba tranquila y sosegada. Conmigo ella era solamente Aldys y yo era solo Amyr. Pero ella era una reina antigua y yo..., en aquel entonces, yo no era nadie.

En su tradición eran las mujeres quienes elegían a sus consortes; eran ellas las que decidían a quien unir su vida. Y yo era tan poca cosa, que no me podía dar el lujo de aspirar a tanto. Así que me limitaba a amarla en silencio.

Mi reina me apreciaba, sí, pero no me había dado ninguna señal que me permitiera tener esperanzas. Aun así, la amaba con silenciosa locura.

―Madre, ¿has comenzado ya los preparativos para Beltane? ―la voz de Caradoc me sacó de mis cavilaciones.

―Sí, lo que me corresponde organizar está listo. Lo demás está en manos de Brac y sus hombres.

―Tu druida se encargara de lo que corresponde a los cazadores y tú de las doncellas, ¿cierto? ―preguntó el muchacho.

―Así es. Las mujeres y yo hemos seleccionado ya a la joven que representará a la Madre en el Gran Matrimonio; y Brac ha adiestrado a los cazadores para que uno de ellos pueda representar al Dios en el sagrado ritual.

―Amyr, ¿tú también buscarás formar parte del grupo de cazadores? ―preguntó el príncipe emocionado.

―No. Aldys y Brac me han dicho que solo los jóvenes pueden participar en el ritual. Supongo que soy ya algo viejo para eso ―reí.

―Recuerda, Caradoc, que el Matrimonio Sagrado es una forma de despertar a la virilidad ―intervino Aldys.

―Madre, tú participaste en este ritual, ¿no es así?

―Sí, fue hace más de diecisiete años. Tú fuiste concebido en el Sagrado Matrimonio.

―Amyr, ¿alguna vez fuiste el Macho Rey, el cazador que protege al pueblo? —preguntó el príncipe.

―No lo recuerdo, Caradoc, pero lo dudo. Creo que nunca he participado en las festividades de Beltane. Mi mente me elude, pero estoy seguro de que jamás habría podido olvidar algo así de poderoso.

―Yo seré el Macho Rey de este año ―afirmó el muchacho, ufano y optimista―. Me consagraré a la Madre y honraré al Padre de esta manera. Y le demostraré a nuestro pueblo que soy digno de dirigirlos al lado de mi madre, cuando el tiempo, el destino y los Dioses, así lo decidan.

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Faltaban poco para la segunda celebración mayor del año. El cuarto mes terminaba y era tiempo de festejar la unión de los dioses. Las hogueras estaban listas, el pueblo feliz, Aldys presidiría de nuevo el ritual, y todo estaba impregnado de felicidad, energía y magia.

El día indicado llegó y un ambiente de expectación se sentía desde el despunte del alba. La gente buscaba purificarse bañándose en el agua de los ríos y, así, estar lista para la noche.

Cuando la oscuridad cayó sobre nosotros y las antorchas y hogueras se encendieron, Aldys salió de nuevo para hablar con su pueblo.

Los cazadores estaban listos, con los rostros cubiertos por antifaces; la Doncella estaba alojada en una cueva dentro del bosque, y esperaba a que el Macho Rey diera caza al ciervo más poderoso de estas tierras y llevara a su presa ante ella para demostrar su valía; lo que le daría derecho a unirse en cuerpo y alma con la representante de la Madre, y, si su unión era bendecida, seguramente engendrarían un vástago.

Era una noche en la que todo estaba permitido. La tierra era fértil y para festejarlo los cuerpos se fundían en uno solo.

―¡Oh Diosa Madre, Reina de la noche y de la tierra! ―Aldys se veía más hermosa que nunca―. ¡Oh Dios Padre, Rey del día y de los bosques! Celebro su unión mientras la naturaleza se regocija en un fuerte resplandor de color y vida. Acepten mi regalo Diosa Madre y Dios Padre, en honor de su unión.

Ella me buscó con la mirada, de la manera que siempre lo hacía para intentar explicarme algo.

―De su unión sagrada surgirá de nuevo la vida. Una abundancia de criaturas vivientes cubrirá las tierras, y los vientos soplarán puros y frescos ¡Diosa Madre y Dios Padre, celebro con ustedes! ―se acercó a una de las hogueras―. Dios Padre que moras en los bosques, enciende los fuegos de Beltane en mi alma, para que con tu fuerza y coraje mi corazón arda. Que mi cuerpo y espíritu se colmen de calor para que todo lo inunde tu infinita pasión.

Al terminar sus palabras el pueblo entero comenzó a danzar alrededor de las hogueras y los cazadores salieron a dar caza a su presa. Yo regresé a mi habitación para observar lo que sucedía desde la ventana.

La magia que ante mi mirada se manifestaba, era algo que solo me podía permitir contemplar, pero entonces, sus brazos tomaron mi cintura y su cuerpo se pegó a mi espalda. Sentí su aroma inundar mis sentidos, colmándome de una sensación embriagante, deliciosa. Una descarga eléctrica recorrió mis venas.

Aldys acercó sus labios a mi oído y después de dar un pequeño beso sobre mi lóbulo murmuró:

―Siente el amor de la Madre y enciende los fuegos de Beltane en tu corazón. Déjame, al menos por esta noche, llenar tu vida con los fuegos de esta estación.

Giré mi rostro hacia ella, lleno de asombro. Iba a decir algo pero sus labios reclamaron los míos y, el amor y la unión de los dioses se convirtieron en nuestros. Esa noche fue un obsequio que ninguno de los dos esperaba, una rara ocasión que aparentemente le robamos a nuestras estrellas. 

MendigoWhere stories live. Discover now