Capítulo 8

38 6 1
                                    


Restablecer la confianza en mí, dejar la tristeza a un lado y olvidarme de la ira que sentía hacía los dioses y el destino fue muy difícil, pero, afortunadamente, contaba con el apoyo de mi reina y su pueblo.

Poco a poco, comencé a retomar algunas de mis actividades cotidianas y a rehacer mi vida, un día a la vez.

Todas las mañanas, al despuntar el alba, Caradoc, Tòmag, Tàmhas, y yo salíamos a cabalgar por el bosque. Había olvidado lo mucho que me gustaba sentir el aire contra mi rostro, lo reconfortante que era la amalgama que formaban los sonidos que nos rodeaban.

Volví a mi entrenamiento. Tòmag y su hermano Tàmhas eran dos de los mejores caballeros de la reina, y estaban siempre dispuestos a batirse a duelo con quien tuviera la osadía de retarlos. Teniéndolos a ellos no necesité de ningún estafermo para practicar, aunque, he de confesar que extrañaba los monigotes fallidos de Alas.

Había perdido un poco de mi habilidad por falta de práctica, pero después de demasiadas derrotas, muchos cardenales en el cuerpo, y más de una humillante caída, logré comenzar a serles difícil de derrotar y, pasado un tiempo, pude vencerlos a ambos.

Tàmhas me enseñó a manejar el arco y las flechas, algo que me resultó mucho más complicado de lo que esperaba, pero disfruté muchísimo aprendiendo algo nuevo. Él y Tòmag eran los dos guerreros más antiguos de Aldys, aunque no parecían ser mucho mayores que yo.

Con la ayuda de Caradoc construí varios estafermos para entrenar a los más jóvenes, y al hacerlo, recordé las muchas sonrisas que los endemoniados espantapájaros de Alaster nos robaron a mis amigos y a mí durante nuestra estancia en el reino Lachlan; y las tantas sorpresas que siempre nos llevamos al probar cualquiera de los inventos del joven príncipe.

Recordar se volvía cada vez más sencillo y menos doloroso. Aún sufría al ver en mi mente la muerte de Clèm, pero ya no me sentía tan responsable por ella. Cuando pensaba en mi familia, veía a mi padre enseñándome a cabalgar, sonriendo con orgullo; a mi madre bailando conmigo en brazos, feliz; a Rozen jugando conmigo y llenándome de mimos; y a mi sobrino, ahora lo veía con la gran sonrisa que tenía cuando me mostró aquella rosa blanca que había plantado para Maghy. Se sentía muy bien verlos así. Tranquilos y felices. Sonrientes y llenos de cariño.

-----

El noveno mes del año llegó y con él, el aniversario luctuoso de Clèm. Aldys, Brac y Caradoc me ayudaron a preparar una pequeña ceremonia para conmemorar la ocasión. Esperamos la llegada de la noche y juntos nos dirigimos al río. Sobre un pequeño cuenco de madera dejé una vela y algunas rosas que había encontrado en el bosque. Dejé mi ofrenda en el agua y la dejé partir.

―Clèm, pequeño, en un día como este te uniste al resto de nuestra familia. Por mucho tiempo me culpé por tu partida, y deseé ir con ustedes. Todo fue tan repentino que no pude siquiera despedirme de ti. Ahora, es momento de dejarte ir ―suspiré y un nudo se instaló en mi garganta―. Aún es doloroso, eso no te lo puedo negar, pero no puedo seguir aferrándome a tu recuerdo. Tú mereces estar en paz, con los nuestros y, ahora sé que mientras siga llorando tu muerte, no podrás hacerlo. Te libero ahora, pequeño mío. Ve con ellos ―vi como mi ofrenda comenzaba a unirse al cauce del rio―. Sé feliz y permanece tranquilo, Clèm. Aprenderé a vivir sin ustedes, pero nunca dejaré de sentirlos y amarlos ―las lágrimas inundaron mis ojos―. Tu espíritu podrá ser libre desde este momento y yo volveré a ser quien era antes. Lo prometo ―dije lanzando mis palabras al viento, esperando que él las llevara a su destino―. Siempre estarán en mi corazón. Los amo. Adiós Clèm. Adiós ―respiré profundamente mientras veía mi ofrenda alejarse―. Vida, destino, queridos Dioses, ya nada nos debemos; Diosa Madre, Dios Padre, podemos estar en paz. De hoy en adelante me pongo en sus manos, les ofrezco mi existencia para que hagan con ella lo que más conveniente crean.

MendigoUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum