━ 𝐗𝐈𝐕: Tu destino está sellado

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—Ivar —lo llamó Ubbe—. Deberías calmarte —dijo al tiempo que posaba una mano en el hombro del susodicho. Le conocía lo suficiente como para saber que no les convenía que se alterase.

—No me toques, cobarde —bramó Ivar, zafándose de su agarre.

Ubbe lo miró con una ceja arqueada.

—No es un cobarde —rebatió Lagertha, acaparando nuevamente la atención de los hermanos. Con la elegancia que le caracterizaba, se puso en pie y acortó la distancia que la separaba de Ivar—. Tal vez él entienda cosas que tú no quieres ver —añadió.

Esta vez fue la soberana quien apoyó una mano en el hombro del muchacho, provocando que este compusiera una mueca de aversión. Sin poder hacer nada para evitarlo, Lagertha se ahogó en el mar de sus ojos, los cuales había heredado de Ragnar.

—Yo lo entiendo todo a la perfección —masculló el moreno entre dientes—. Tú mataste a mi madre a sangre fría. —Realizó una breve pausa para poder comprimir la mandíbula con fuerza, en un vano intento por descargar la frustración que le oprimía las entrañas—. Quiero venganza. ¡Te desafío a un combate singular! —la retó, ufano.

Ante ese último comentario, las fisonomías de Ubbe y Sigurd se crisparon en un rictus turbado, al igual que las de Torvi, Astrid, Eivør, Kaia y Drasil. Lagertha, por su parte, suspiró.

—Rehúso.

—No puedes rehusar —contradijo Ivar.

—Claro que puedo. —La reina irguió el mentón con altivez—. ¡Rechazo el combate, Ivar Ragnarsson! —exclamó, a lo que el aludido enrojeció de la ira.

Desde su posición, Kaia dejó escapar por la nariz todo el aire que había estado conteniendo, aliviada. Daba gracias a los dioses porque Lagertha no hubiese caído en su juego. En un acto reflejo buscó con la mirada a Astrid, que lucía igual de soliviantada que ella.

—¿Por qué? —quiso saber Ivar.

—No quiero matarte —respondió Lagertha, tajante. Apenas un instante después, giró sobre sus talones y, elevando un poco la falda del largo vestido que llevaba puesto, se sentó en el trono.

—¿Quién dice que me ganarías? —cuestionó el menor de los Ragnarsson.

—Lo digo yo. —El tono de la rubia no admitía réplica.

De nuevo, el silencio se apoderó del Gran Salón. Nadie se atrevió a romperlo, a excepción de Ivar, quien, luego de esbozar una sonrisa mordaz, se aventuró a retomar la palabra:

—De acuerdo, no lucharemos. —Se rascó la nuca sin apartar la vista de Lagertha, que no había variado lo más mínimo la expresión de su semblante—. En realidad, no me importa —confesó, encogiéndose de hombros con naturalidad—. Solo quiero que sepas que, algún día, te mataré. —La reina batió sus largas y espesas pestañas, azorada—. Tu destino está sellado.

 Tu destino está sellado

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