━ 𝐗𝐈𝐕: Tu destino está sellado

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—Hoy es un nuevo amanecer para Kattegat —pronunció Lagertha en tono solemne, haciéndose oír por encima de las voces de los lugareños, que no demoraron en guardar silencio—. Para todos nosotros. —El énfasis en esos dos últimos vocablos fue más que notorio—. No conocemos el sino del rey Ragnar, ni sabemos si volverá algún día —apostilló con cierto pesar.

Drasil tragó saliva, acongojada. La mención del caudillo vikingo había generado en ella un tremendo malestar, una inmensa desazón que llevaba acompañándola desde que aquel barco cristiano había arribado a Kattegat. Inevitablemente su atención volvió a focalizarse en Ubbe, cuyo semblante, al igual que el de Sigurd, se había ensombrecido por completo.

Sintió lástima por ellos.

Pero sobre todo sintió lástima por Ragnar.

—No sois bien gobernados desde hace mucho tiempo, y muchas cosas se han abandonado —prosiguió la rubia—. Kattegat ha cambiado bastante en los últimos años; ha crecido y florecido. Por lo que dicen, es el centro mercantil más grande y rico de toda Noruega.

Mientras Lagertha hablaba, exponiendo que debían fortificar el reino con fosos, zanjas y empalizadas, dado que el éxito que estaba teniendo a nivel comercial podría suscitar envidia en todo aquel que ambicionara el poder, Kaia no dejaba de vigilar a la muchedumbre.

Sus orbes grises se movían erráticos de un lado a otro, en busca de cualquier movimiento extraño y/o sospechoso. Puede que la gran mayoría hubiese aceptado nuevamente a Lagertha como gobernante, pero no todos veían con buenos ojos su regreso. Había quienes hablaban de usurpación, por lo que no estaba de más ser precavidos.

Esa era precisamente la razón por la que estaba tan pendiente de los Ragnarsson. Desde que se habían enterado de la muerte de su progenitora a manos de Lagertha, Ubbe y Sigurd —y, ahora que había regresado de Inglaterra, también Ivar— no habían hecho otra cosa que menospreciar todo lo que la rubia representaba. Era evidente que su sed de venganza no había disminuido con el transcurso de las semanas, de ahí que La Imbatible no se fiara de ellos y prefiriese tenerles lo más controlados posible.

—Los que estéis de acuerdo conmigo, decid sí.

—¡Sí! —corearon todos, justo antes de aplaudir.

Como cabía esperar, los únicos que se mantuvieron en silencio fueron Ubbe y Sigurd. Aquello no le pasó desapercibido a Lagertha, que frunció los labios en una mueca desdeñosa. Sin embargo —y pese a su orgullo—, decidió no darle demasiada importancia. Al fin y al cabo, ella era la primera en comprender el odio y el resentimiento que ambos le profesaban, de modo que no podía culparles ni recriminarles nada.

Fue entonces cuando los gritos y las ovaciones cesaron. 

Igual que una serpiente, Ivar entró reptando en el Gran Salón. A medida que avanzaba, arrastrando su cuerpo por el suelo debido a la inutilidad de sus piernas, la gente que había allí congregada se fue apartando para permitirle el paso.

El joven estaba más que acostumbrado a desplazarse de esa manera —llevaba toda la vida haciéndolo—, por lo que no tardó en aposentarse delante del trono, desde donde una implacable Lagertha lo miraba con expectación.

—Bienvenido, Ivar —saludó la rubia.

—Vengo a exigir justicia —anunció el menor de los Ragnarsson, una vez que se hubo acomodado en la banqueta que Ubbe le había facilitado. Tenía el rostro perlado en sudor, lo que hacía que varios mechones de cabello azabache se adhiriesen a su frente—. Todo el mundo sabe que mataste a mi madre sin motivo, solo por ambición. Y exijo por ese motivo justicia.

La frialdad con la que se expresaba, así como el brillo psicótico que relampagueaba en sus iris celestes, hizo que Drasil se estremeciera a causa de un escalofrío.

➀ Yggdrasil | VikingosWhere stories live. Discover now