celos cap 7 y 8

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Aqui van dos capitulos!

#Celoso

Capítulo 7
Algunas horas después, cuando María bajó a desayunar para encontrarse con que no podía seguir adelante con su decisión, recordó una frase que pronunciaba a menudo la señora Jennings: a menudo, los planes mejor trazados dan al traste por una tontería. Había oído a la directora del orfanato decir aquello en infinidad de ocasiones, pero nunca le había parecido tan cierto como entonces.
-Suba a la habitación de Lorenzo -le dijo Gina, nerviosa, en cuanto la vio aparecer-. Le duele la cabeza y la garganta, creo que se ha puesto enfermo.
María se quedó paralizada, mirando hacia la escalera.
-¿Cuándo ha enfermado? ¿Ha estado así toda la noche?
-No lo sé, señora, pero su esposo está muy preocupado. Lorenzo tiene mucha fiebre.
-¿Han llamado ya al médico? -preguntó María mientras corría hacia la escalera.
-Sí, claro que sí. Debe estar a punto de llegar.
Cuando María llegó a la habitación de Lorenzo entró directamente, sin llamar. Se encontró al niño agitándose enfebrecido en la cama deshecha, mientras su hermano intentaba bajarle la fiebre con un paño húmedo.
-Me ha llamado hace unos minutos, pero lleva bastante tiempo así -comentó Esteban agitado.
María comprobó al instante que tenía motivos para estar nervioso. El niño tenía tanta fiebre que estaba delirando.
-Llena la bañera -dijo intentando hablar con calma-. Rápidamente.
Esteban la miró como si se hubiera vuelto loca.
-Lo que necesita es un médico, y no un baño.
-Ya lo sé, pero tenemos que intentar bajarle la temperatura hasta que llegue el médico.
Mientras hablaba, destapó al niño y le quitó la camisa del pijama, para humedecerle el torso y los brazos. Intentó no dejarse llevar por el pánico ante su elevada temperatura.
Cuando se llenó la bañera, Esteban tomó en brazos a su hermano y se lo llevó al cuarto de baño. Mientras tanto, María quitó las sábanas y las cambió por unas nuevas. A continuación puso en marcha el ventilador del techo, para refrescar el aire.
Cuando Esteban volvió al dormitorio con Lorenzo, la temperatura de la habitación había bajado considerablemente, y saltaba a la vista que el agua templada había tenido un efecto beneficioso, porque el niño había recuperado la lucidez.
-Me duele mucho la cabeza -murmuró, mirando a María-, y no puedo tragar.
-Puedes tragar, aunque te duela -contestó ella con una sonrisa-. Voy a pedir a Gina que te traiga algo de beber, ¿de acuerdo?
-Sí.
Sin embargo, cuando María se levantó, el niño alzó las manos para intentar detenerla.
-No te vayas -le rogó, con los ojos llenos de lágrimas-. Quédate conmigo.
-Yo iré a buscar la bebida -dijo Esteban, levantándose-. ¿Crees que podemos darle un analgésico infantil?
-Sí.
Sus ojos se encontraron durante un momento, y María sintió que su corazón se aceleraba. Esteban no se había afeitado; evidentemente, Lorenzo lo había llamado antes de que tuviera tiempo para arreglarse. La sombra de la barba, combinada con su pelo revuelto y con su aspecto de incertidumbre, resultaba enormemente atractiva. María apartó la vista con un esfuerzo. Siempre había sido irresistible y siempre lo sería, y antes de marcharse de allí se habría vuelto loca.
El médico llegó en el momento en que Esteban subía con la bebida, y su diagnóstico fue inmediato.
-Tiene sarampión -les comunicó-. La mitad de los niños de esta zona lo ha contraído. Es una enfermedad muy contagiosa. Ya se empieza a ver el principio del sarpullido. Pronto lo tendrá en todo el cuerpo.
-¿Es peligroso? -preguntó María preocupada, mientras Esteban daba de beber al niño.
Era el mismo médico que había ido a la casa el día de la muerte de Héctor.
-Ya no. Antes de los antibióticos podía ser una enfermedad muy grave, pero en la actualidad se cura muy fácilmente. No tiene motivos para inquietarse. Lo peor es la fiebre. El dolor de cabeza y de garganta se le pasarán solos en poco tiempo, pero es importante evitar que le suba mucho la temperatura mientras tenga el sarpullido.
María sonrió, recordando lo amable que había sido aquel hombre con ella después de la muerte de su hijo. A menudo iba a visitarla solo para ver cómo estaba, y pasaba mucho rato charlando con ella, sin dar a entender por palabra ni por obra que su tiempo era muy valioso.
Puso a Lorenzo una inyección de antibióticos, y después bajó con Esteban para darle las recetas y las instrucciones. En cuanto se despidió del médico, Esteban subió corriendo al dormitorio del niño.
-¿Cómo está?
Aquella pregunta era innecesaria, y no encajaba con la actitud habitual de Esteban, dura y completamente lógica. María lo miró divertida antes de apartar la mirada.
-Exactamente igual que cuando has salido, hace un par de minutos -contestó con tranquilidad-, y deja de preocuparte. Ya has oído lo que ha dicho el médico. No es nada grave. Solo tenemos que mantenerle la temperatura baja. Ahora vete a desayunar, no pasará nada.

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