celos cap 4 y 5

4.8K 167 2
                                    

Perdon por no publicar aqui van dos capitulos

Capítulo 4
María se quedó completamente inmóvil durante largo rato, después de que Esteban se marchara, combatiendo las lágrimas con los puños apretados y los ojos cerrados, sujetándose la toalla con firmeza contra el cuerpo. Cuando los latidos de su corazón empezaron a disminuir y los músculos de su estómago se relajaron en parte, respiró profundamente, abrió los ojos y bajó la vista hasta el anillo de bodas. Durante los doce meses transcurridos, había pensado muchas veces en quitárselo, pero por algún motivo le parecía incorrecto, aunque no sabía por qué. Cuando se hubiera divorciado sería distinto.
Los diamantes del anillo brillaban, burlándose de ella y evocándole recuerdos de la noche en que Esteban se lo había enseñado.
-Eres mi sol, mi luna y mis estrellas -le había dicho-. Mi vida, mi razón de ser. Lo supe desde el momento en que te vi, tan diminuta, tan perfecta y tan inolvidable. Eres mía, María, igual que yo soy tuyo, y así será para siempre.
Y solo cinco años después, todo había terminado. Ana Rosa Fasola, una buena amiga de Alba, no había ocultado nunca la adoración que sentía por Esteban. En algunas ocasiones, al principio de su matrimonio, María había bromeado con él al respecto. Sintió que se le revolvía el estómago al imaginarlos juntos, y apartó la imagen de su mente. Iba a pasar un rato con Lorenzo antes de la cena. Se concentraría únicamente en el niño. No tenía que seguir pensando en su hermano mayor.
Bajó por la escalera y atravesó el vestíbulo para ir a la casa principal. Jadeaba como si hubiera estado corriendo. Aquélla había sido su primera casa verdadera, y aún se sentía en casa cuando estaba allí, pero en aquel momento no quería estar cómoda allí; necesitaba distanciarse. No había vuelta atrás.
-¡María! ¡María!
Lorenzo la recibió de forma tan efusiva como por la mañana, después de haber pasado un año sin verla. Corrió hacia ella y la abrazó, mientras entraba en su cuarto de juegos.
-Me alegro mucho de que hayas venido -dijo mirándola con seriedad-. Todos los días pensaba en ti.
-¿De verdad?
María sonrió, aunque lo que quería hacer realmente era echarse a llorar y abrazar fuertemente al muchacho. Pero aquello no serviría de nada a ninguno de los dos. Ya había llorado mucho, y seguiría llorando la pérdida de su madre. Ella tenía que intentar hacer que no pensara en la tragedia.
-Entonces a lo mejor por eso he vuelto durante una temporada.
-Creo que sí. Cuando se desea mucho una cosa, a veces se consigue que se cumpla -dijo Lorenzo con gesto solemne.
En aquella ocasión, a María le resultó difícil no estallar en una carcajada. La arrogancia de los Sanromán no conocía límites. A pesar de que solo tenía diez años, Lorenzo se comportaba con tanta seguridad como su hermano, y estaba convencido de que si quería algo ocurriría, simplemente porque era su voluntad.
Se trataba de algo más que la ingenuidad confiada normal en los niños. Era la característica de todos los Sanromán. Pero en aquel momento se alegraba mucho de que Lorenzo la poseyera. Necesitaba toda la ayuda que pudiera darle.
-Quédate, por favor -rogó el niño-. Para siempre, quiero decir.
-María. María. Esteban y María. Pobre Benito. Pobres pájaros.
Benito decidió que se había mantenido al margen de la conversación durante demasiado tiempo, y se puso a dar saltos, proclamando una unión que se había roto mucho tiempo atrás.
-Yo también me alegro de verte -dijo María con sarcasmo, acercándose al ave-. ¿Se puede saber a qué viene eso de «pobre Benito»? Eres el animal más afortunado del mundo. Tienes toda la comida que quieras, una casa preciosa y un amo que te adora. ¿Qué más podría desear un loro?
-¡Fruta! ¡Fruta!
El animal aprovechó para pedir su manjar favorito, y María pensó, como en muchas ocasiones, que a veces parecía humano.
Los tres pasaron una hora juntos. María estaba segura de que Benito se había aliado con ella para apartar la mente de Lorenzo de los acontecimientos del día siguiente.
De repente, cuando estaba más relajada, mientras Lorenzo y ella se reían de las palabrotas que había aprendido el loro, una voz de mujer perteneciente al pasado la dejó paralizada, desde el umbral.
-María -saludó Alba, con un tono ácido recubierto de miel-. Esteban nos ha dicho que has venido al entierro. Debes estar destrozada, ¿verdad?
Observó con reproche los rostros sonrientes de mujer y niño. El mensaje era inconfundible: en su opinión deberían estar tristes, sombríos.
-Ha sido Benito. Nos estaba haciendo reír -empezó a explicar Lorenzo.
-Hola, Alba -interrumpió María-. Hola, Romano. Sí, estoy destrozada por la pérdida de tu madre, como todas las personas que tuvieron la suerte de conocerla. Para mí era la madre que nunca tuve.
Pensó en silencio que Lorenzo se había dado cuenta inmediatamente de lo que insinuaba su hermana. No sabía cómo un niño de diez años podía ser tan perceptivo, cuando Esteban y Romano eran incapaces de interpretar a aquella mujer. No le importaba que Alba la criticara a ella, pero era demasiado cruel al hacer notar que le parecía mal que Lorenzo tuviera un alivio pasajero. Su hermana sabía perfectamente lo mucho que el niño quería a Liliana. A veces parecía que no tenía sentimientos.
-¿Cómo estás? -preguntó Romano, sonriente-. Me alegro mucho de verte, aunque habría preferido que fuera en otras circunstancias.
A María le caía muy bien el marido de Alba, aunque era muy reservado, y no le resultaba fácil saber lo que pensaba en realidad. Sin embargo, estaba segura de que bajo su austeridad se ocultaba una buena persona.
-Estoy bien, gracias.
Habría dicho algo más, pero Alba entró en la habitación y se quedó mirando al loro con disgusto.
-Me parece antihigiénico que este animal viva aquí -dijo en voz alta-. Mirad lo sucio que está todo a su alrededor.
-Está muy limpio -protestó Lorenzo, indignado.
-El loro hace mucha compañía a Lorenzo -dijo Esteban, que acababa de llegar-, como sabrás muy bien. Y está muy bien cuidado, además de ser muy dócil.
Alba levantó las cejas con incredulidad, pero cuando abrió la boca para contestar a su hermano, Benito decidió tomar la palabra.
-Oh, Alba. Idiota, Alba -proclamó.
-¿Habéis oído eso? -preguntó furiosa, volviéndose hacia los demás-. Me ha insultado. Ese bicho me ha insultado.
-Oh, Alba.
El ave se estaba divirtiendo, evidentemente. Los presentes se esforzaban para contener la sonrisa, pero Benito hizo otro comentario, y Lorenzo tuvo que llevarse la mano a la boca para no reír.
-Ese jardinero... -dijo Esteban.
Fingía sentirlo mucho, pero María estaba segura de que disfrutaba con aquello.
-El jardinero nuevo pensó que sería divertido enseñarle algunas expresiones bastante pintorescas -continuó Esteban-. Desgraciadamente, no somos capaces de convencerlo para que las olvide.
-Qué desagradable -dijo Alba, con las mejillas rojas-. Este animal no es una mascota adecuada para Lorenzo. Hay que deshacerse de él. Estoy segura de que mamá estaría de acuerdo conmigo.
-Creo que ya has dicho bastante -intervino Romano, mirando a su mujer con un reproche casi imperceptible.
Evidentemente, Alba tenía intención de seguir, pero cuando miró a su marido se quedó paralizada durante un instante antes de encogerse de hombros, fingiendo despreocupación, y marcharse de allí.
-Benito no sabía lo que decía -empezó a explicar Lorenzo, con los ojos llenos de lágrimas-. No es culpa suya.
-No te preocupes -le dijo Esteban con suavidad.
Sin embargo, miró a María de reojo, y ella supo perfectamente lo que pensaba: que el loro sí sabía lo que decía. Ella opinaba lo mismo.
-Cenaremos dentro de veinte minutos -dijo Esteban al niño-. Vamos a tomar algo antes, pero no creo que quieras venir con nosotros.
-No -dijo Lorenzo, resentido-. Quiero quedarme aquí.
-Entonces, en veinte minutos -miró a María-. ¿Vienes?
Ella tampoco se sentía preparada para unirse a los demás. Preferiría quedarse con Lorenzo y Benito, pero no podía decirlo, pensó con rebeldía. Como de costumbre, la palabra de Esteban era la ley.

celosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora