Parte segunda

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Al principio hubo timidez, pero bastó un solo roce de labios para que todo el deseo contenido estallara, tal cual una bomba. El acto no fue romántico ni por asomo. La urgencia por sentirse, por fundirse en aquellas sábanas royales no dio paso al amor.

Los besos fueron profundos, dolorosos, voraces. Ella ardía de adentro hacia afuera. Lo quería todo: su cuerpo, sus labios, su miembro... su corazón, su alma. Jamás lo admitiría a viva voz, pero secretamente lo quería más de lo que alguna vez podría decir. Prometió hace unos meses, cuando él volvió a sacudir su mundo de nuevo, que sepultaría cualquier sentimiento romántico hacia él. Porque, en el fondo, reconocía que él no sentía lo mismo. Aunque muchas veces dudó, no quería correr ese riesgo.

Ezequiel la desnudó de un solo tirón. Tampoco fue muy difícil, puesto que ella sabía lo que ocurriría de ante mano y optó por ponerse un vestido de botones muy fácil de remover. Dejó que acariciara sus senos. Esos que siempre lograban excitarlo de solo verlos-aunque estuvieran cubiertos- cuando hablaban por videollamadas. Se notaba la ansiedad y las ganas acumuladas en sus movimientos. Su cara era como alguien que al fin recibe agua en el desierto; como un niño al que le traen su dulce favorito o el juguete que había pedido con insistencia a sus padres para Navidad. Lamió hasta que se sintió extasiado. De vez en cuando susurraba «Qué ricura... Esto es la gloria». Y es que la chica contaba con un pecho abundante, de esos que llevan un sello con una descarada invitación a sumergirse en ellos.

La volteó con un poco de brusquedad y hundió sus manos en su cabello ondulado. Acarició el área y ella cerró los ojos de placer. «¿Te gusta que te halen el pelo?». Su sonrisa y su cara contestaron esa pregunta. Él rugió en su oído y la volteó de nuevo para besarla con urgencia. «Eres perfecta, Flor.» Posteriormente se lanzaron a la cama y allí comenzó a tocar el punto más sensible. Todo estaba listo, no hacía falta preparar el terreno, pero él prefirió extasiarse del cuerpo de la mujer antes de entrar en su interior.

Flor quiso hacer lo propio. Así que besó, mordisqueó y lamió cada parte de él. Su olor la enloqueció. Era la primera vez que un cuerpo níveo lograba sacudirla. Para ella era perfecto, hermoso, inigualable. Le hacia perder los estribos, con él no existía un botón de pausa.

La chica bajó hasta su entrepierna y allí se quedó hasta que él no podía más. Eso lo puso como un loco y las ganas de navegar en sus aguas le fueron incontrolables. Ella también deseaba lo mismo, así que sin temple se fundieron en un solo abrazo. Fue un mar de emociones infinitas, un éxtasis eterno, perfecto y sincronizado. Los gemidos de ambos seres se mezclaban entre sí y juntos hacían una melodía erótica y sensual. Las paredes temblaban con sus vibraciones, la temperatura era insoportable; viajaban al cielo y descendían al infierno simultáneamente. Los ángeles y demonios observaban con envidia aquel acto tan lujurioso. La luz y la oscuridad devorándose, fundiéndose, haciendo una combinación perfecta en una habitación cualquiera. Fue suya en todos los sentidos y estaba plenamente consciente de ello. Y eso, por el contrario de hacerla feliz, le hizo sentir miserable. Pero en esos instantes nada importaba. Así que empujó los miedos y la terrible verdad que conocía muy bien y que de seguro se revelaría al día siguiente. Prefirió embriagarse de un amor que jamás iba a ser, pero que por unos segundos se materializó en aquellas sábanas azules.

Sus cuerpos estaban sudados y exhaustos, pero no era suficiente para opacar abriles de deseo comprimidos. Siguieron devorándose hasta el alba.

Ella terminó dormida en su pecho, como tantas veces deseó. Y su corazón se desbordó.

Des[conocidos]Where stories live. Discover now