– Ya deja eso, no necesito que me quites culpa, sé lo que hago y sé lo que provoqué, no soy tan bruto como para no entender cuando la cago – su tono es molesto pero con ese toque de culpabilidad que me hace sentir un poco incómodo.

– Adán yo...– quiero hablar para hacer algo respecto a lo que pasa en estos momentos.

– Te llevaré a tu casa, no debí haberte traído a la fuerza y menos provocar lo que pasó en aquel bebedero – dio por terminada la plática y continuamos el camino a mi hogar, quizá tiene razón, no debió haberme traído a la fuerza, no debió hacerme llorar y tampoco debió haberme besado, aunque al pensar aquello último sentí un piquete raro dentro de mí, como una punzada cerquita del corazón.



Poco a poco comencé a reconocer el camino, ya estábamos cerca del sendero que llevaba al camino real, tardamos un muy buen tiempo en llegar, durante el resto del trayecto ambos nos mantuvimos en silencio absoluto, únicamente los cascos del caballo pisando en suelo y los zapatos de Adán eran lo único que podíamos escuchar. Rápidamente identifiqué la escuela, aquella que está cerca de mi casa, tal como lo había dicho ese patán me estaba regresando a mi casa.


– Te ayudo – detuvo al animal y me estiró la mano.

– Yo puedo solo – contesté en el mismo tono seco que él, con cuidado comencé a descender de la silla y de un salto me bajé.

– Iré a entregarlo – sin decirme otra palabra, jaló las riendas y se llevó al equino a donde lo consiguió. Me quedo un momento mirándolo perderse entre la oscuridad del camino que las viejas farolas ya no alcanzan a iluminar.

– A veces eres un bruto – digo en voz baja y luego de soltar un suspiro me dirijo a casa.



Con los zapatos mojados y sintiendo bastante frío llegué, toco la puerta principal y no tardan ni cinco segundos en abrir.

– Ya vine – sonrío y descubro que era Adán Gregorio quien me abrió la puerta.

– ¿Estás bien? – me llama la atención que me hable de tu, el abogado que yo recuerde no lo había hecho antes.

– Sí, solo tengo un poco de frío – siento un picor en la nariz y me la tallo.

– Entra, estas helado – me acaricia la espalda y entro, siento inmediatamente el calor de la casa. Veo que junto a mi mamá está sentado Adán Alejandro, quien se pone de pie para recibirme.

– Nos tenías preocupados, Eva con N al final ¿Estás bien? – me pregunta mientras examina todo lo que puede de mi cuerpo.

– No me digas así y sí, estoy bien – miro al par que tengo enfrente y ellos me ven también muy fijamente.

– No pasó nada ¿cierto? – el abogado me cuestiona y hace que parpadeé un par de veces.

– No, no, nada – digo con nerviosismo, me ponen tenso si me miran de esa forma.

– ¿Estás seguro? – el deportista también me pregunta seriamente, algo no propio de él, ¿Qué les ocurre? ¿Por qué esa insistencia?

– Sí, estoy seguro, voy a saludar a mi mamá, permiso – negando con la cabeza, me abro paso entre esos dos y me dirijo con mi progenitora, mientras camino sigo sintiendo sus miradas, como si me siguieran con ellas.


Mamá me mira amorosamente, me encuclillo para quedar a su altura y la saludo.

– No pude traer los elotes para el pan, hubo un incidente – la miro y ella me acaricia con su mano.

Una Eva y tres patanesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora