CAPÍTULO 5: En shock

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Fue el dolor más grande que experimenté en mi vida, el que nunca siquiera le desearía ni a mi peor enemigo. ¡Y no fue la única vez! Una vez a la semana le llevaba una rosa roja, hablaba con él hasta que se hiciera muy noche, quería imaginar que él aún estaba ahí, vivo, conmigo.

Y tanto me ensimismaba en mis conversaciones, que de veras por unos momentos llegaba a creerlo. Luego me estrepitaba contra la cruda realidad, sin Noah. Y abrazaba su lápida. Como es un cementerio, se oían cosas extrañas e incluso algunas veces sentía ráfagas de viento pasar rápidamente por mi lado. Me gustaba pensar que era él diciéndome que no fuese tan paranoica, que intentara salir adelante…

Pero no era así. Noah y yo llegamos a estar comprometidos, nos amamos y entregamos intensamente, pero terminamos en malos términos por… cosas.

¡Cuánto me arrepiento! La culpa me carcome en varios aspectos, por ejemplo, cada vez que recuerdo las veces en que pude haberle dicho que lo amaba. ¡Y no lo hice así en concreto, nunca! Él se fue a la tumba —o eso creo— sin saberlo.

En las fechas de nuestro aniversario le llevaba cosas más especiales y significativas que fueron para nosotros estando él en vida. Como nuestro anillo de compromiso que siempre traía puesto en mi anular, hasta ese día. Verifiqué que nadie me viese y disimuladamente en un pequeño hoyo lo enterré a lado de su lápida, para no correr con el riesgo de que alguien lo robase, puesto que es de oro y con hermosos rubíes al medio. Él todavía lleva en su anular el anillo que yo le regalé, es lo más seguro, su cadáver aún lo lleva puesto…

No estoy lunática, no estoy demente. No durante estos malditos tres años y medio estuve hablando con el aire, sola; no hice regalos ni llevé rosas a quien jamás estuvo ahí… ¡¡No!!

Además, si él fuese Noah me habría reconocido, me hubiese abrazado o reprochado con suma ira tantas cosas en el milagroso caso de que hubiera sobrevivido, pues tengo la certeza de que nadie logra sobrevivir a un disparo en la cabeza; ¡háganme el favor! Uno al recibirlo muere al instante. Sobretodo me reprocharía con un profundo resentimiento el haberlo abandonado cuando más me necesitó, el siquiera haber ido a visitarlo al hospital para evidenciar mi preocupación y demostrar que él era importante para mí. Pero si fuera así —algo imposible, por cierto— ¿cómo podía yo saber? ¡Si creía que estaba muerto!

O tal vez es una maldita pesadilla de la cual pronto despertaré. Sí, eso debe ser, estoy soñando.

Igual debo cerciorarme. Tengo que confirmar que no es una puta alucinación por tantas pastillas y antidepresivos que estuve tomando. Que le estoy poniendo el rostro de Noah a este empleado, quien mantiene su amable sonrisa y la endulza más de no ser posible. Su mirada tiene un brillo especial, pero el fulgor de estos ojos de tonalidad miel es distinto al que tenía el Noah que yo conocí; no reflejan un deseo explícito, sino amabilidad y se nota que traen mucha alegría consigo. Él aún permanece con el brazo extendido, esperando pacientemente a que se me ocurra estrecharle la mano.

Dios.

Aún permanezco con la expresión papel, inmóvil, mirándolo dubitativa. Pero obligo a mi cuerpo moverse y le estrecho la mano, pero con fuerza, esperando terminar agarrando el aire o despertar en mi cama u oficina, como otras veces. Un sueño que reflecta los deseos o anhelos más íntimos lo puede tener cualquiera.

Pero no sucede como las veces anteriores.

Él no se desvanece, ni se difumina. Y el rostro de Noah sigue ahí, sus ojos me miran ahora preocupadamente.

Ahora sí que veo todo borroso por la fuerte impresión que estoy recibiendo, o tal vez es el sueño desvaneciéndose, ya no sé… Todo a mi alrededor se carga de una intensa bruma, el rostro de Noah se reproduce en dos y en tres…

¿Quién fui? #EndlessAwards2019Where stories live. Discover now