Capítulo 18: El corazón del laberinto

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Más tarde, cuando volvieron al salón, sus hermanos sacaron el tema que había estado esperando toda la noche: el destino de la Mansión Snape. Se preguntó si ya habrían intentado hablar con Harry al respecto, y tomó nota mental de preguntárselo cuando volviesen a Hogwarts.

–Ya te he dicho, Claudius –dijo a su hermano tras un apasionado discurso sobre la importancia de la Mansión­–que no tengo intención de volver a abrir la mansión hasta que tenga oportunidad de descubrir qué clase de sorpresas Padre dejó preparadas. Hasta ahora mis horarios no me han permitido hacerlo.

– ¡No es justo relegarnos a una casa menor mientras la Mansión está vacía! –Exclamó Claudius furioso– Lo haces para castigarnos. Nos mantienes alejados...

Severus dejó de escucharle, puesto que este discurso ya lo había oído. Incluso había leído una versión escrita en las cartas que le habían enviado durante los años en que no se habían hablado unos a otros. Se preguntó qué estaría reteniendo tanto rato a Harry alejado del salón, y echó un vistazo a la puerta, preocupado. Se dio cuenta de que también Julius estaba ausente, y empezó a sentir una sospecha incómoda.

– ¿Dónde está Julius? –inquirió, interrumpiendo el monólogo de Claudius. Éste se calló, resoplando disgustado y mirando a otro lado. Severus paseó la mirada por los demás. Julliana y Delphina parecían excitadas ante la pregunta, y su diversión pareció confirmar la sospecha que anidaba en el corazón de Snape. Marcellus y Alrik parecían también divertidos. Pero fue la reacción de Diana la que le preocupó más: miraba a su marido y a sus hermanos con sospecha, confusa– ¿Dónde está? –volvió a preguntar, levantándose.

–Vamos, Severus –Marcellus río suavemente– deja que Julius se divierta. Es lo que suele hacer. Y dudo que a Harry le moleste.

Los celos y la furia relampaguearon en el corazón de Severus, estremeciéndole con su intensidad. Diana también se levantó de un salto, con la confusión mudando en rabia.

– ¡El laberinto de rosas, Severus! –Le gritó, con una mirada algo salvaje– ¡No culpes a...!

Si no hubiese añadido este último aviso, Severus habría salido de la habitación únicamente furioso. Al oírlo, sin embargo, una chispa de miedo se encendió en él. ¿No culpes a Harry? ¿De qué? Sus palabras implicaban que posiblemente Harry no fuese responsable de lo que ocurriese.

En un instante se encontró fuera, corriendo hacia la entrada del laberinto. De niño había aprendido sus secretos, cómo caminar por sus siempre cambiantes senderos; incluso conocía un atajo al corazón del laberinto. Pero cuando penetró por la entrada principal se dio cuenta de que algo había cambiado sutilmente. Notó los hechizos que guardaban el lugar y sacó la varita de inmediato. Una identificación reveló la presencia de encantamientos de compulsión transportados por el aroma de las flores. Mezclados en la magia de compulsión había hechizos de amor y afrodisíacos, no demasiado fuertes para lo que él podía soportar, pero suficientemente intensos como para ofuscar a cualquier mago o bruja corriente que entrase en el laberinto.

Ni él ni Harry eran corrientes en ningún sentido, pero de todas formas corrió hacia el centro, dejando de lado los corredores en favor del atajo. Su mente no dejaba de sugerir situaciones. Era obvio que sus hermanos y Diana esperaban que encontrase a Harry en una posición comprometedora con Julius. No le había pasado por alto que Julius encontraba a Harry atractivo: apenas le había quitado los ojos de encima en toda la noche. Pero sospechaba que aquello era algo más que una connivencia entre hermanos: tal vez Marcellus y Claudius creían que si Julius lograba seducir a Harry, éste sería más fácilmente manipulable por ellos.

La rabia le inundó de nuevo. Si descubría que lo habían hecho por la estúpida Mansión, iba a quemar el lugar hasta los cimientos y dejarles viviendo en la calle.

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