Capítulo XLV.

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   Envolví mi cuerpo en un suéter delgado de color azul cielo, el cual combiné con un pantalón de mezclilla y botas marrones al estilo leñador. Faltaba poco para salir, así que tomé el abrigo que me iba a colocar y lo aventé a la cama.

   —¿Ya estás listo, John?

   —Sí, cariño —murmuré, aplicando perfume sobre mi cuello. Dejé el bote a sobre la mesita de noche, y tomé mis lentes para colocármelos—. ¿Tú?

   Paul entró a la recámara algo ajetreado. Él vestía un suéter gris cuello alto, pantalón negro y un par de botines de gamuza que le daban una combinación estupenda.

   —¿Ese abrigo lo usarás tú? —señaló el que había puesto en el cama. Yo asentí—. Pues ahora lo usaré yo.

   —¿Qué? ¿Por qué?

   —Porque lo digo yo —contestó obvio, colocándoselo. Sonrió al ver su silueta en el espejo de la habitación—. Qué bello me veo, con razón no pudiste resistirte a mí. Nadie lo hace, de hecho.

   Solté un pequeño bufido, seguido de una risa. Tuve que devolverme hasta el armario para poder buscar otro. No quería registrar las pocas cajas de mudanza que todavía habían en la recámara, así me conformé con el primero que encontré. Ese era totalmente gris, a diferencia del otro que era de color azul marino.

   —Ese te combina más.

   —Pero ese es mío.

   —Bueno —argumentó—, lo mío es tuyo; y lo tuyo es mío.

   —Agh.

   Salió de la habitación a paso rápido, y yo lo seguí. Jude y Hather yacían sentados en el sofá, envueltos en prendas deportivas y con carita soñolienta.

   —Pero, papito —se estrujó el ojito derecho—, ¿tan temprano?

   —¿Temprano? —tomé el pequeño bolso que había empacado con todas las cosas necesarias para que su tarde fuese divertida—. Mami te quiere ver, ¿tú no?

   —A mami sí.

   —Bueno. ¿Y tú, Heather?

   —También, pero tengo sueñito.

   Paul regresó a la sala con Mary entre sus brazos, la cual estaba cubierta por una manta rosa y su cabecita de un gorrito del mismo tono.

   —Ya vámonos —dijo—. Son las nueve. Es más que tarde.

   Tomé el bolso rosa de Heather, mientras que Paul se colgaba el de Mary en el brazo. Logramos salir de casa, cerrando la puerta con seguro y asegurándonos que Martha estuviera adentro. A Paul —ni a mí— no le gustaba que ella se quedara afuera cuando salíamos, mucho menos en la noche.

   Acomodé los tres bolsos en la maleta del auto, la cerré con fuerza y me aseguré de que los niños estuvieran bien cómodos en los asientos de atrás. Al hacerlo, Paul y yo entramos a nuestros respectivos puestos. Encendí el vehículo, coloqué mis manos en el volante y lo giré para poder salir de la propiedad.

  —Tienen sueño —murmuró, luego de mirarlos—. Están dormidos.

   —Tan flojos que son —me reí—. Son las nueve.

   Él rió.

   —¿A dónde vamos primero? —le pregunté, sin perder la vista del camino—. Cynthia me dijo anoche que se despertaba algo tarde, así que por qué no vamos a dónde Linda.

   —Claro, como quieras —asintió despreocupado, al tiempo que sacaba el móvil de su bolsillo—. Voy a marcarle —tecleó un par de cosas, y luego lo colocó en su oreja—. ¿Linda? ...ah, tú. Pásame a Linda, por favor... ¿Cómo? ... ¿y no puedes salir un segundo y avisarle? ...No, fíjate que no puedo. Necesito hablarle a ella. Dile que es con las niñas... Ajá, espero... ¿Linda? Es Paul... Muy bien, ¿tú? ...Me alegro. Oye, ya voy llegando a tu casa... Están dormidas las dos —carcajeó—. Sí, de acuerdo... Adiós. —Y colgó.

Your Heart is all I have ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora