Capítulo XXVI.

2K 251 1.1K
                                    

   Había pasado una semana desde el accidente de Julian, y gracias al cielo estaba bien. No le dolía para nada y, según el doctor, su recuperación era bastante progresiva porque estaba guardando el reposo al pie de la letra.

   En cuanto a Paul, fue todos los días en la tarde para darle lecciones de piano a Jules. Nuestra relación era algo distante, aunque no dejaba de hablarle y reírme de las cosas que decía graciosas para él.

   Teníamos como una amistad, como siempre debió ser. A pesar que era lo mejor, yo no dejaba de sentirme mal. Era egoísta, tal vez... pero yo quería a Paul para mí; yo quería que él estuviera conmigo.

   Era domingo, así que decidí llevar a Julian al parque y despejarme un poco. El tanto estar encerrado en el departamento y pensar en Paul me hacía daño. Por ello decidí alistarlo con prendas deportivas muy simples y de colores grises. Para mí escogí una simple sudadera negra, pantalón del mismo color y zapatillas blancas.

   —¡Ahí, papito! ¡Yo quiero subirme en el columpio! ¿¡Puedo!?

   En medio de una risa lo sostuve entre mis brazos y lo senté la sillita del columpio, la cual tenía una especie de madera que evitaba una posible caída. Acomodé su yeso con cuidado para que no fuese a lastimarse. Hecho eso le di la vuelta, tomé las cadenas para comenzar a mecerlo.

   —Papito, eres muy lento.

   —Pero, Julian —reí—, te puedes caer.

   —¡No, papito! ¡Quiero tocar esa rama con mis pies!

   —Pues te quedarás con las ganas.

   —¡Papito!

   —No, Julian —negué con la cabeza—. Cuando te quiten el yeso podrás hacerlo, pero ahora no. No querrás lastimarte otra vez, ¿verdad?

   —No, papito. No quiero.

   Hice un brusco movimiento con mis manos, logrando que él se meciera con intensidad y que riera. Como noté que ya tenía el ritmo, decidí colocarme frente a él y empujar las cadenas de vez en cuando.

   —Siento maripositas en el estómago, papito.

   —Te dije que no comieras tanto helado.

   Julian se rió.

   —Linda dice que cuando nos enamoramos sentimos mariposas en el estómago. Papito..., ¿tú te has enamorado alguna vez?

   —Eh, claro. Por supuesto que sí.

   —¿De mami?

   —De ella también.

   —¿Y también sentías maripositas en el estómago?

   —Sí —asentí, sonriéndole de lado—. También las sentía.

   —¿Y las has vuelto a sentir?

   —Claro que sí.

   —¡Eso quiere decir que estás enamorado de alguien! Papito, me da vergüenza hablar estas cosas contigo —dijo, estando más rojo que un tomate.

   —¿Por qué, Julian? —reí un poco al ver su reacción—. Enamorarse es algo normal.

   —Yo sé, papito. ¿Y de quién lo estás ahora? ¡De Yoko no, por favor! ¡No, papito! ¡Ella me cae mal!

   —No de ella —le dije—. Pero no tienes que decir eso. Ella es una buena persona.

   —¡No! ¡Es mala! ¡Nos separó a ti y a mí!

Your Heart is all I have ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora