EL DESEO DEL DEMONIO 2

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Bueno, yo fingí al igual que ellas, pero en cuanto podía hacía saber a tu madre, la querida y pequeña Elizabeth, cuál era su lugar.

Cuando finalmente murió tu abuela, me encargué de la dirección de la casa... como debí haberlo hecho desde el principio. Mi padre no sirvió para nada después de la muerte de ella. ¡Ella lo echó a perder!

Agatha se interrumpió, momentáneamente perpleja ante sus pensamientos, y una arruga cruzó su fruncida frente. Tenía las manos apretadas con fuerza, y su respiración era entrecortada mientras miraba a su alrededor salvajemente. Gotas de sudor surgieron en sus labios cuando tendió la mano nerviosa hacia la sien, y la oprimió, como ante un dolor intolerable.

—Creo que yo tenía diecinueve o veinte años; tu ma­dre sólo tenía once. Pero yo era lo bastante crecida como para asumir la responsabilidad de dirigir la casa... y me las arreglé mejor que tu abuela.

"Dije a tu madre, la adorable Elizabeth, las cosas que se esperaban de ella, del mismo modo que te he dicho cuáles son tus deberes. Nuestro padre no se metía mucho en las cosas, y cuando lo hacía estaba tan borracho que no reconocía a nada ni a nadie. Elizabeth descubrió pronto el lugar que le correspondía en mi casa. ¡La pequeña advenediza... procurando abrirse camino como un gusano en Graystone, con aquella sonrisa dulce y ladina que tenía! Bueno, tuvo lo que se merecía.

Una sonrisa surgió en la cara de Agatha, pero sus ojos chispearon malignos.

—Nuestro padre murió poco después... de hecho fue un milagro que viviera tanto. No lo eché de menos... sólo interfería; y, además, gastaba demasiado dinero en whisky.

"¿Sabes cómo murió? Es más bien divertido —dijo Agatha mirando directamente a Elysia, como si viera su cara por primera vez—. Creyó haber visto a tu abuela al pie de la escalera. Se precipitó a zancadas y se enredó en el lazo suelto de su salto de cama. Cayó duramente... al pie de la escalera... y se rompió la nuca. No se me ocurrió que pudiera haberme confundido con ella. Yo sólo llevaba su salto de cama para limpiar un poco el polvo... naturalmente, no quena estropear mi vestido —añadió con indiferencia.

—Mi padre era un borracho débil, y su mente no sólo estaba entorpecida por su propia causa sino también a causa del alcohol. Al morir él la propiedad fue mía. Al fin fui dueña legal de Graystone, por ley. Los tribunales también me concedieron la tutoría legal sobre tu madre, una tutoría que estoy segura le pareció detestable. Nunca me agradeció siquiera que le proporcionara un hogar, cuando hubiera podido echarla, que es lo que debería haber hecho. El día en que dejé a ese marimacho mezquino, mentiroso bajo mi techo...

—¡Eso no es verdad! Ella no era... —interrumpió Elysia, con la lengua suelta al fin por la ira, tras haber quedado petrificada por las enloquecidas revelaciones de Agatha.

—Cállate y escucha la verdad acerca de tu preciosa madre, no las mentiras que debe de haberte dicho —rugió Agatha—. Tu madre vivía bajo mi techo, había aceptado mi caridad y no hacía ni la mitad del trabajo que yo le ordenaba para mantenerse, era una haragana al igual que tú. ¿Y cómo me recompensó? ¡Intrigó a mis espaldas y me robó lo que en justicia era mío!

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