EL DESEO DEL DEMONIO 2

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Después de la comida pasaron al salón para oír a De­light, que cantaba con una voz mal estudiada y nasal, acompañada por su inexperiencia en el pianoforte. Hope y Charmian sofocaban risitas y cuchicheos mientras escuchaban el canto de su hermana y su ejecución, pero esta terminó por fin de cantar, tras desafinar todas las notas posibles.

Elysia estaba sentada al lado del caballero Masters, en un sofá: su tía, al entrar en el salón, había elegido el sillón junto a la ventana. El caballero estaba demasiado cerca para que Elysia se sintiera cómoda, su rodilla y su muslo oprimían íntimamente los de ella, y continuamente se acercaba más para murmurar algún comentario tonto en su oído, mientras aspiraba la fragancia de ella y regodeaba sus ojos en la blanca piel de alabastro que revelaba el pronunciado escote.

Pero seguía intrigada acerca de los motivos de haber sido invitada a la fiesta; no veía ninguno. A menos que su tía quisiera recordarle que ella ya no formaba parte de aquel mundo; que, como criada, ya no tenía lugar en una sociedad elegante. Era muy propio de su tía ofrecerle una velada de placer, un vestido nuevo, y al día siguiente volver a reducirla a su situación de criada.

Dio unas tranquilas buenas noches a su tía y se apresuró a llegar al refugio de su cuarto. Al día siguiente fue como si la noche anterior no hubiera existido, y los días de Elysia transcurrieron como siempre. El vestido nuevo desapareció tan misteriosamente como había venido.

—¡Estoy hablando, señorita! —la voz de la tía Agatha interrumpió los recuerdos que tenía Elysia de la velada con los Masters—. ¡Siempre soñando cosas que no debe pensar una chica decente, lo juraría! Bueno, ahora puedes escucharme y alegrarte de que me haya interesado por tu bienestar; no es que lo merezcas, pero eres hija de mi querida hermanastra, y tengo que cumplir con ella estableciéndote como se debe.

El tono de Agatha parecía saborear algo y había una atenta expresión en sus ojos mientras una manchita de vivo color asomaba en cada pómulo.

—No entiendo. —Elysia habló entrecortadamente, intrigada por la extraña afirmación de su tía—. ¿Me ha encontrado usted algún trabajo?

—Oh, sí, en realidad así es. Uno que te parecerá muy interesante... y beneficioso —graznó la tía—. ¿Recuerdas que dije que me había encontrado con el caballero Masters cuando iba a la aldea?

—¿Y qué tiene él que ver con eso? —preguntó Elysia, pensando que tal vez había juzgado mal a la tía Agatha, después de todo. Tuvo una idea súbita y preguntó ansiosamente—. No será un trabajo con ese caballero, ¿ver­dad?

—Oh, no, mi querida Elysia —la tía emitió unas alegres y sofocadas risitas, mostrando la única sugerencia de buen humor que Elysia había visto en su cara—. No se trata de una situación baja entre los domésticos del caballero lo que he aceptado por cuenta tuya, sino... —hizo una dramática pausa, y algo así como un brillo iluminó sus ojos— ...la envidiada posición de esposa del caballero Masters.

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