Indie

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"Overthinking kills more people
than a heartbreak"


Las risas lo llenaban todo.

Viajando por entre los clientes, colándose a través de los cedidos de la madera y cayéndosele contra los oídos, trazaban su camino entrelazadas con la música. Una música que, por algún motivo, había dejado de gustarle esa noche, a pesar de haber disfrutado de ella en el pasado, apoyado en la entrada de la terraza durante sus minutos de descanso para escuchar los directos de los grupos locales que invitaban con una sonrisa en los labios. En alguna ocasión incluso había llegado a cantar con el público, mecido por la atmósfera que se creaba allí con la misma facilidad con que las olas rompían a escasos metros del porche.

Quizás porque entonces, todo aquello tenía un significado muy distinto que ahora. Que esa noche concreta en la que el acto de coger aire parecía querer enroscarle una soga en el cuello.

Hubo un tiempo prolongado de su estancia en la isla en el que aprendió a vivir como si no tuviera nada que perder. Y las notas acompasadas del indie eran la única medicina que conseguían mantenerlo encerrado en la falsa ignorancia, abriéndose a la vida sin remordimientos porque el presente era lo único que tenía. Australia tenía la capacidad de murmurarle a través de esa música la tranquilidad maternal de seguridad, y aprovechaba cada segundo que le brindaba como si en cualquier momento los altavoces fueran a apagarse para revelarle la verdad insufrible del silencio.

El sonido de la campana lo sacó de sus pensamientos. Tras recoger los platos que Cody, el cocinero, le había dejado en el mostrador los llevó a la mesa asignada.

— Que aproveche— dejó los pedidos y sonrió, repitiendo lo que llevaba haciendo desde hacía un año sin esfuerzo, tan acostumbrado como estaba a la gente, al vaivén, a moverse por él como un pez en el agua.

Aunque esa vez lo estuviera haciendo completamente ausente.

Los clientes, mujeres en su mayoría, le dieron las gracias con amplias sonrisas y volvieron a su conversación una vez se alejó para tomar nota en otra de las mesas. Luego deshizo el camino hasta la barra para comunicar las comandas y continuó su ronda, repitiendo otras tantas veces más el proceso. Después de varios vasos rotos, un par de clientes borrachos y los incesantes gritos de Nuna desde el otro lado del restaurante, el servicio de cenas terminó y pudo salir a tomarse un descanso a la parte trasera.

Se quitó el collar de flores que alguien le había puesto en el fervor de la fiesta y lo puso a un lado de la escalera en la que se acababa de sentar. Dejó salir el aire de sus pulmones poco a poco, apoyando la cabeza sobre las manos. Desde aquel sitio podía ver el Jeep, justo donde lo había aparcado por la mañana, aplastado bajo la luz de las lámparas colgadas en la fachada.

Contuvo lo que le reptaba por la garganta tragando saliva y pensó en lo que le había pasado hacía unas horas.

Media hora fue el tiempo que estuvo sentado frente al volante antes de poder arrancar con vacilación y conducir en piloto automático hasta el almacén. Otros veinte minutos fueron necesarios para poder abrir la puerta tras apagar el motor. Y cinco horas fue el único margen que tuvo su sistema para tratar de regresar al punto de partida, antes de sumergirse sin opción entre la gente, entre sus rostros tan ajenos de felicidad, tan embebidos de algo que a pesar de ser tan familiar se le tornaba irreconocible cada vez que trataba de volver a una realidad donde habría deseado no haber conocido la posibilidad de regresar a casa.

Porque ese había sido su mayor temor desde el principio, comprendió entonces en el silencio seco de la noche. Que ese tenía que llegar, inevitablemente. El día en que el pasado saldría a buscarlo para recordarle que, a pesar de su Carpe Diem, el peso de las cosas que había dejado por el camino iba a terminar por arrastrarlo. Y que era eso precisamente lo que llevaba tirando de él desde hacía semanas, incluso meses. Quizás era el peso con el que cargaba incluso desde antes, sabiendo que la felicidad de un segundo tardaría lo mismo en arrastrarlo hasta la miseria.

Can we meet in the middle?Where stories live. Discover now