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El tiempo pasó y mi tranquilidad vino con él. Pronto, el otoño maduró hasta convertirse en invierno, luego llegó la primavera y ahora ya era verano de nuevo.

Durante este tiempo había aprendido mucho, de la naturaleza, del amor, de la sanación, pero sobre todo de mí. Sabía, ahora, que podía reponerme de los golpes más crueles del destino y, lo más importante, sabía que mi alma nunca se había perdido y que no necesitaba una razón para vivir, porque la vida en sí, era la mejor razón de todas.

El amor y la paciencia de Aldys me ayudaron mucho. Creo que nunca podré dejar de agradecer a los dioses que la hayan puesto en mi camino. Ella me ayudó a reencontrarme y a entender que la vida es el regalo más sagrado que nos ha sido dado y que no dura por siempre, por lo que debemos disfrutarla al máximo.

En aquel momento, después de tantos meses de haber perdido mi Norte, finalmente, me sentía completo de nuevo, y sabía que era tiempo de regresar a mi reino. Les había jurado, a Sir Dall y a Lady Ros, que volvería cuando estuviera restablecido, y ya lo estaba, pero no quería dejar el lugar en el que me encontraba. El lugar en el que finalmente había aprendido a ser yo mismo. En el que había logrado, después de tantos años, sentirme en paz.

Cada vez que pensaba en partir, recordaba las palabras que Aldys me había dicho cuando llegué a su lado: «estás en casa, a salvo», y en verdad, aquel pueblo se había convertido en mi hogar. Ahí había logrado sentirme protegido, querido y en familia. Pero comenzaba a extrañar a mi gente. Me sorprendía muchas veces pensando en los muchachos, en mis mentores y también, muchas veces, mis pensamientos viajaban hasta Maghy, ya no con la misma romántica ensoñación de antes, ni con melancólica fraternidad, simplemente pensaba en ella.

Sabía que era tiempo de emprender el viaje de regreso, pero no quería dejar a mi reina. El amor que sentía por ella era real y gracias a él me mantuve a flote y recuperé mi cordura. Maghy, por mucho tiempo fue mi mayor ilusión, pero Aldys fue la esperanza de mis días de soledad. Mi fuerza cuando más vulnerable me encontré. Me enseñó lo que era el amor de verdad, y por ello, por el amor y gratitud que le tenía, no quería alejarme de su lado.

―¿En qué piensas Amyr? ―preguntó ella.

―En lo mucho que te amo y en cuán agradecido estoy contigo ―dije besando su mano.

―¿Sabes que tus ojos nunca podrán mentirme? ―sonreí, recostando mi rostro contra su suave palma.

―¿A qué te refieres?

―A que no me estás diciendo la verdad ―sentenció, acariciando mi rostro con dulzura.

―Pero sí te estoy profundamente agradecido ―dije―. Aun así, veo que te es sumamente fácil leer mis expresiones.

―Te lo he dicho antes, tus ojos son gemelos de los míos. Ellos jamás podrán mentirme ―suspiré―. Dime, ¿qué es lo que sucede?

―Creo que es tiempo de regresar a mi reino ―murmuré. Sus ojos reflejaron tristeza y resignación, pero ella no me detendría.

―Prometiste volver cuando hubieras dejado atrás tu tristeza.

―Y lo he logrado ―de verdad lo había hecho―. He aceptado mi destino, Aldys, y ya no sufro como antes lo hacía por la vida que me tocó vivir.

―¿Pero? ―preguntó.

―Pero no quiero dejarte ―dije con sinceridad.

―Debes regresar con los tuyos, Amyr. Debes retomar tu camino.

―Lo sé, Aldys, pero no quiero separarme de ti.

―El amor no debería interferir jamás entre un hombre y sus obligaciones, Amyr. Yo sabía desde el principio que tu destino te alejaría de mí y no pretendo intentar evitarlo.

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