Capítulo 11: Enfrentándose a Gryffindors

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–Fue una excelente idea por su parte, señorita Granger –admitió Snape. Vio cómo la chica se sorprendía al darse cuenta de que le había hecho un cumplido– ¿Qué puede decirme de ese hechizo, La Voz del Rey? –fuese lo que fuese que Albus había descubierto al respecto, le había sobresaltado, y pocas cosas sobresaltaban a Albus Dumbledore tras un siglo y medio de vida.

–Bueno, ya me oyó ayer, señor –explicó Hermione– Es un precursor del Imperius, pero menos poderoso. Es efectivo, sin embargo, cuando funciona.

– ¿Cuándo funciona? –dijo Snape. Ella asintió, pensativa.

–Así es, señor. No parece que vaya muy bien. Yo no llegué a conseguir que funcionase, y tampoco Ron.

–Pero funcionó con Potter.

–Sí, señor –corroboró ella– Al final se nos ocurrió que requiere a alguien realmente poderoso para usarlo, razón por la cual habría caído en desuso.

– ¿Encontraron otros hechizos caídos en desuso?

–Unos cuantos –admitió ella– pero la mayoría no eran muy útiles para nosotros. No es como si pudieses practicar expulsar demonios con tus amigos. Para empezar tendrías que haber invocado al demonio previamente.

Severus palideció al oírla.

–Señorita Granger, espero que no habrán estado trasteando con invocaciones –esos temas estaban considerados quizás las más oscuras de las Artes, y no había forma de practicarlas sin mancillar la propia alma para siempre.

– ¡Por supuesto que no, señor! –exclamó ella, con una expresión tan furiosa ante la idea que un alivio mayor de lo que habría admitido jamás se apoderó de él. La idea de que Harry Potter pudiese tener escarceos con semejante oscuridad le alarmaba de una forma impensable– Contrariamente a lo que pueda pensar, ¡no somos estúpidos! Y si Harry no quiere usar las Imperdonables ni siquiera en defensa propia, ¿cómo podría usted llegar a creer siquiera que se dedicase a jugar con algo así?

–Señorita Granger, creo que sus deducciones se basan en un malentendido. No es su inteligencia lo que estoy poniendo en duda. Es la naturaleza de los Gryffindor, tan dada a lanzarse a ciegas, lo que me inquieta –vio un leve arranque de diversión en la mirada de ella cuando reconoció su cumplido retorcido. Que bruja tan lista; casi podría llegar a apreciarla.

–Sabe, señor... Los Slytherin no tienen el monopolio de la astucia.

–Eso le gusta al Director decirme –accedió Severus apaciblemente– Gracias, señorita Granger. Eso es todo.

Ella se levantó para salir, pero se detuvo junto a la puerta, mirándole de reojo.

–Profesor, ¿por qué el Director no hace nada al respecto de esa clase? El profesor Dubloise este año es tan malo como fuera el profesor Mackrel. ¿Es que no hay profesores mejores?

Severus frunció levemente el ceño.

– ¿Me está preguntando por qué motivo no doy yo la clase? –ella asintió, y Severus continuó hablando– Porque no representaría la menor diferencia, señorita Granger. No es muy conocido, pero la mayoría de magos y brujas no tienen el más mínimo talento para las Artes Oscuras o su Defensa. Esto se debe a que requiere un temperamento muy específico. Esa es una de las razones por la cual los requisitos para ser Auror son tan estrictos. Hay muy poca gente que sea apropiada para ello, y señalar a la mayoría su falta de habilidad en la defensa generalmente causa pánico. Aquellos con capacidad y temperamento apropiado, como usted, el señor Weasley y el señor Potter, generalmente acaban aprendiendo lo necesario por muchas trabas que se les pongan.

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