Capítulo 1

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Son pocas las personas que tienen la fuerza suficiente para poder enfrentar la muerte de sus seres queridos y yo no soy una de ellas.

La tristeza que deja una pérdida, el dolor de saber que nunca más volverás a escuchar la melodía de una sonrisa y el temor a la soledad, son cosas a las que jamás he sabido enfrentarme. No tengo el arrojo suficiente ni la voluntad para hacerlo. Y cuando Clèment Challant (mi joven sobrino), murió en mis brazos después de salvar la vida de mí mejor amigo y la mujer a la que amaba (porque yo no fui lo suficientemente rápido o diestro para protegerlos a los tres); cuando vi su cuerpo arder en una pira funeraria (que yo mismo había encendido); cuando la última promesa que le había hecho a mi hermana (en su lecho de muerte) se rompió; algo en mi interior se hizo pedazos y de mi osada figura, del caballero y el príncipe, solo quedó una sombra.

Creo que la pena me condujo a la locura. Y la locura, a su vez, me llevó por caminos inesperados.

Habiendo perdido a mis padres y a mi hermana cuando aún era muy joven, la vida de Clèm era lo único que le daba sentido a la existencia de Anjou Challant —el personaje que los ancianos de mi familia habían creado para mantenerme a salvo—, y sin él, yo, el príncipe Valan Eumann Andrews, heredero al trono de mi reino y, ahora, último miembro vivo de mi familia, ya no tenía razón alguna para vivir. 

Abatido, derrotado, solo y loco de dolor, partí sin volver la vista atrás. Dejé mi reino, mis responsabilidades y a mis amigos porque no me sentía digno de ellos. Porque ya no era quien alguna vez había sido. Y porque prefería perderme a mí mismo antes que perder a alguien más. Eran muchas a las personas a las que aún amaba y si la vida decidía quitarme a otra más..., yo no..., yo..., temía demasiado lo que podría suceder si algo así pasara. Así que después de darle el último adiós a mi sobrino huí como un vil cobarde. Olvidé el honor y la gloria, le dije adiós a los personajes que había sido a lo largo de mi vida y desaparecí.

No tenía idea de a dónde ir, pero con el camino a mis pies seguí adelante, siempre adelante. Hasta que después de algunos días vagando sin rumbo, escuché el relato de un viajero que iba a lejanas tierras santas en busca de una reliquia sagrada.

El hombre decía, con marcada ilusión y gran esperanza, que ese mítico objeto era milagroso; que sanaba a los enfermos, que otorgaba gran poder a quien lo poseyese, y que podía incluso revivir a los muertos. El poder no me interesaba, no lo necesitaba, pero sabía que mi alma estaba enferma, moribunda, e, ingenuamente, pensé que solo podría sanarla echando el tiempo atrás y volviendo a la vida a todos aquellos que me habían abandonado en estas tristes tierras mortales. Trayendo de vuelta a papá para guiarme, a mamá para cuidarme, a mi hermana para consolarme y a mi sobrino para perdonarme. 

Quería encontrar esa reliquia, estaba obligado a encontrar esa reliquia, para ver de nuevo a mis padres, para gritarles cuánto los había hechado de menos. Deseaba encontrar esa reliquia para implorar el perdón de mi hermana por no haber cuidado como debía a su hijo. Necesitaba encontrar esa reliquia para devolver a Clèm a la vida, aunque fuera a cambio de la mía.

Me aferré a la idea de su magia porque era mi última esperanza. Pero la pequeña parte sana de mi mente que aún quedaba, susurraba continuamente que no funcionaría, que las palabras que había escuchado no eran más que estupideces y mentiras. Que estaba persiguiendo una quimera. Sin embargo, esa misma parte sana de mí, me dijo que tal vez, solo tal vez, el motivo de mi búsqueda era encontrar no una reliquia, sino la paz que había perdido y la ilusión que me había abandonado. Me susurraba que tal vez el milagro no estaba en la magia del objeto mismo, sino en su santidad, en su conexión con Dios. Y si ese Dios, cualquiera que fuese, estaba allí para protegerla, quizás, solo quizás, podría encontrarlo, encararlo y preguntarle directamente: ¿por qué había destruido así mi vida? ¿Por qué desde mi más temprana infancia había decidido arrebatarme el amor y la felicidad? ¿Qué era aquello tan grave que había hecho en esta vida, o en alguna de las anteriores, para merecer un castigo así de severo?

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