49. Lo que nunca te dije

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—Hasta que apareció Anton. —continuó Solae, ahora volteando su mirada hacia él y lo cogió de la mano.

Hasta ese instante Anton había permanecido callado y en segundo plano, pero sin siquiera intervenir ya me había puesto en mi lugar. Tal y como lo había prometido, me la estaba quitando.

Solae no parecía estar actuando, y aunque quería convencerme de que Anton podría estar controlando lo que decía, en el fondo sabía que aquello no era necesario, ya que todo lo que ella me reprochaba era verdad. Nada de lo que había hecho por ella me hacía merecerla, mientras que Anton en tan solo unas pocas semanas la había hecho sentir querida y feliz.

¿Era ya demasiado tarde para decirle lo arrepentido que estaba? ¿Lo que sentía por ella? Porque por más que lo meditara, hacerlo bajo estas circunstancias y frente a todo el mundo, además de inútil, parecía suicida.

Solae y Anton, al ver que yo permanecía callado, dieron el asunto por concluido y comenzaron a rodearme para irse. Se hizo un gran silencio y me di cuenta que todos estaban atentos a mi reacción. Nadie debía comprender lo que estaba sucediendo, ya que ni yo mismo lo entendía del todo. Les debía parecer un loco patético, que además de intentar levantarle la novia a Anton, era suficientemente descarado para meterse con Trinidad. ¿Qué más bajo podía llegar a caer?

—¡Solae! —la llamé, viendo cómo se alejaban y estaban a punto de entrar juntos al salón. Mi grito solo consiguió que más gente se volteara hacia mí. Todos, menos Solae.

—¡Solae, espera por favor! —Corrí a buscarla nuevamente, mientras cada vez se reunía más gente alrededor de nosotros, y con determinación, me puse frente a ella.

—Sé que soy un idiota... —reconocí en voz alta, mientras Solae aún intentaba sobrepasarme. Dí un paso al costado para impedírselo—. Pero un idiota que no se irá hasta que lo escuches —continué, ahora posando mis manos sobre sus hombros. Nuevamente tenía su atención, junto con la de todos los demás presentes.

—¿Es que además de idiota, eres sordo, Alex? —intervino Anton—. Solae ya te dijo que no quiere saber nada más de ti. ¿Por qué no mejor vuelves a besuquearte con Trinidad y dejas de arruinarle la fiesta a los demás?

—Tienes todo el derecho a odiarme y a pensar lo peor de mí... —continué, ignorando a Anton.

—No quiero escucharlo. —respondió Solae, intentando librarse de mis manos.

—Yo también me odio por haberte tratado así, por haberte lastimado. —Buscaba los ojos de Solae, pero su mirada me evitaba, aunque su forcejeo parecía menos decidido—. Desde que me olvidaste, no hay día en que no me arrepienta de no haber sido más sincero. Conmigo mismo. Contigo. De no haberme dado cuenta de lo importante que siempre has sido para mí.

Solae se detuvo, pero aún así no me miró.

—Y es que yo siempre he sido un inútil entendiendo mis propios sentimientos, y aún peor expresándolos. ¿Recuerdas la vez me dijiste que yo no estaba con alguien porque tenía miedo a reconocer mis sentimientos, mostrarme vulnerable y ser rechazado? ¡Tenías razón Solae! Moría de miedo de darme cuenta de lo que sentía... por ti. —Solae finalmente levantó su mirada. Su expresión era indescifrable. Y continué—: Yo intentaba negar mis sentimientos por el terror que me daba perderte y que todo cambiara entre nosotros. No me daba cuenta que por engañarme a mí mismo también te estaba haciendo daño. Que ya te estaba perdiendo.

Inspiré una bocanada de aire y cerré con fuerza los ojos.

—Perdóname por haber tardado tanto en darme cuenta de que lo que siento por ti es mucho más fuerte que una simple amistad y de que en el fondo yo... yo siempre he estado enamorado de ti.

No me conoces, pero soy tu mejor amigo ¡En librerías!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora