Capítulo 33: Futuro cegado

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» Por esa razón te he elegido a ti. Porque eres tan inocente y puro como un ángel. —Se levantó y empezó a caminar lentamente hacia la cámara, sonriendo despaciosamente—. Felicidades, ahora eres la representación de un ángel en la tierra. Sufriendo lo inimaginable, transigente y sin sobrellevarte por lo mundano. Felicidades mi ángel. Tu transformación ha sido completada.

» Por otro lado... Stephine. —Dorothy cambió su sonrisa por una de odio—. Esa... diablilla, ha completado su transformación también. Mi esposo ha tomado su hermosa y delicada piel en el exterior, y la ha transfigurado para mostrar su interior: una pobre diabla, una terrible incursa, una condenada y apenada incursora de la maldad.

» Creyó que escaparía tan fácil. Pero no, le hemos dado una vuelta a la vida, le dimos una vuelta a la situación. ¡Ironías de la vida! Aquella impura ha tenido su cuota de dolor, así como estoy recibiendo la mía en estos momentos. ¡Ay de mí! Ni el dinero me puede sacar de este infierno. Este infierno de arte viviente, virtuoso y clemente.

» No llores mi ángel. No es tiempo para llorar. —Tomó un jarrón carísimo y lo reventó contra el suelo. De ahí levantó un trozo filoso, dispuesta a usarlo como un arma—. Es tiempo para seguir con el show. No me importa si no me acompañas, casto ser. No me importa nada sin Theo. Por eso aprovecharé lo que me queda de vida para marcar a otros con el dolor verdadero, de ese que te carcome por dentro hasta la muerte.

—Ya estoy abajo —confirmó Hildur—. ¿Hacia dónde voy?

—¡Todos deténganse! ¡Es hora de un nuevo video! Esta vez tuvimos que mandar a varios espías a que los observaran de cerca, para así tener más material para los videos. ¿Están listos? ¡Todos acérquense a una pantalla! —Harland anunció. Mi pantalla se tornó negra, y de inmediato inició el video.

***Sonnet***

En el video aparecía una calle de la Ciudad Onírica, la pude reconocer. Era una de las calles en la que había más bares. El guardaespaldas de ojos verdes estaba grabándose a sí mismo, sosteniendo la cámara lista para grabar. La tenía cerca de su cintura, apuntando a la cara.

Se empezaron a escuchar unas risas no tan lejos. Él tornó la cámara. La calle estaba casi vacía. Había dos chicas riéndose a carcajadas, estaban de espaldas. Él las estaba filmando mientras caminaba a una distancia razonable.

Una tenía una larga peluca de color azul, y la otra una corta de color negro. Se reían mucho y pasaron cerca de un joven que estaba sentado en la acera. Ellas iban detrás de otro hombre, que no vio al chico y tropezó con él. Se volteó y le pegó una patada en la cara.

El chico cayó al suelo, con la nariz sangrante. El hombre se fue maldiciendo. La chica de la peluca negra se rio, pero la de la peluca azul se acercó al chico. Se puso de cuclillas.

—¡Mierda Daisy! ¿Para qué paras? Ya voy tarde carajo. —La de la peluca negra estaba muy agresiva, y carecía de empatía totalmente. La estaban grabando, pero solo de espaldas.

—Puedes irte si así lo deseas, mira lo que le hicieron. —Daisy le hizo señas a su amiga para que se fuera.

—¡Pfft! Bien, te jodiste entonces. Adiós. —Ella se fue caminando sola, hasta desaparecer de la escena.

•—Empezar segunda música: Remember – Lucas King (sino poner la primera de nuevo)—•

—Hey, ¿estás bien? —Daisy le ayudó a incorporarse de nuevo—. Se te cayó esto...

Levantó un tarro de metal con cientos de monedillas, ella las rejuntó y las metió en él. Luego se lo dio. Él estaba sangrando por la nariz, y llorando mucho.

—G-gracias... —Él tocó el brazo de Daisy hasta llegar al tarro.

—¿No tienes dónde vivir? —preguntó ella—. ¿Qué haces aquí?

—N-no... —Lloraba—. Disculpa... me voy.

—¡Espera! —dijo ella antes de que él se levantara—. Cuéntame de ti. ¿No ves qué linda está la luna? ¡Está llena!

Él bajó la cabeza.

—No... no puedo ver. —Él se secó la sangre y las lágrimas con su camisa negra de manga larga—. Lo siento.

El guardaespaldas había encontrado el ángulo perfecto para filmarlos, estaba grabando desde un callejón oscuro.

—¡Oh! Lo siento... ¿Cuál es tu nombre? —preguntó ella con sorpresa—. Me llamo Daisy.

—Daisy... tienes una voz dulce. Me llamo Samuel. —Una sonrisa tímida se dibujó en su rostro—. Mucho gusto. ¿Te puedo tocar la cara?

—Adelante. —Ella tomó sus manos sucias y rasgadas, y las puso en su cara sin pensarlo dos veces—. ¡Espero que pienses que soy linda, eh!

—Lo eres. —De sus ojos cohibidos salían lagrimillas, pero esta vez de felicidad.

—Me tengo que ir Samuel, ¡pero prometo que regresaré! Te aseguro que el destino ha cruzado nuestros caminos. Prometo que volveré a este lugar y hablaremos con más calma. —Ella le dio un beso en la mejilla—. Te veo luego.

—Adiós... Daisy... —Se puso la mano en la mejilla, justo donde Daisy había dejado un beso azul pintado sobre la suciedad del día a día, mientras todo era limpiado por una dulce lágrima.

La cámara dejó de grabar, luego inició de nuevo. El mismo sujeto empezó a filmar, primero apuntándose hacia la cara. Luego enfocó a Daisy. Estaba caminando detrás de ella, esta vez de día. Había más gente en la calle y Samuel estaba en la acera, moviendo el tarro con monedas, con la misma ropa de antes, sucio y descuidado.

Samuel movió la lata y sin querer chocó con un joven, quien le escupió en la cara.

—¡Estúpido, voy caminando! —gritó alejándose, mientras que el sonido de los motores y las charlas del día a día lo camuflaron rápidamente.

Samuel se limpió y siguió pidiendo dinero. Aunque el sol estuviera en su punto más alto, él tenía los ojos abiertos como si nada. Se veía exótico, y a pesar de que la gente pasara a su lado, y que de vez en cuando lanzaran una moneda, mientras él soltaba un tímido "gracias" parecía estar solo en el universo.

Daisy se paró frente a él, proyectando sombra en aquel día caluroso. Él sintió el cambio de temperatura y movió el tarro para que le pusieran dinero. Ella puso una moneda.

—¡Hola! —se sentó junto a él—. ¿Me recuerdas?

—Tengo esa voz registrada en mi corazón. Hola Daisy. Bonito día, ¿no? —preguntó él sonriendo.

—Así es. —Ella no tenía su peluca puesta esta vez—. Por eso decidí hacer un picnic contigo. ¡Traje sándwiches! No se qué te gustaba, así que hice de tres tipos.

—¿En serio? —La ilusión se irradiaba a través de todas sus expresiones faciales, lo que supuse, que, al nunca verse en un espejo, no sabía que lo delataban del todo.

—¡Claro! Come de este, a ver si te gusta. —Ella sacó algunos y le dio, mientras comían entre risa y risa. Aquella escena... me hacía sentir un pequeño dolor en el corazón.

Me encontraba invertido... el sufrimiento no me causaba ningún dolor, mientras que aquél diminuto destello de felicidad hacía que sintiera cómo mi corazón estaba siendo triturado.

El Juego Macabro (#2 En actualización) - GRATISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora