Acto Segundo

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ESCENA I

Patio en el castillo de Macbeth

BANQUO, FLEANCIO Y MACBETH

BANQUO. - Hijo, ¿qué hora es?

FLEANCIO. - No he oído el reloj, pero la luna va descendiendo.

BANQUO. - Será media noche.

FLEANCIO. - Quizá más tarde.

BANQUO. - Toma la espada. El cielo ha apagado sus candiles, sin duda por economía. Me rinde el sueño con mano de plomo, pero no quiero dormir. ¡Dios mío! contén la ira que viene a perturbarme en medio del reposo. Dame la espada. ¿Quién es?

MACBETH. - Un amigo tuyo.

BANQUO. - ¿Todavía estás en pie? El Rey se ha acostado más alegre que nunca, y ponderando mucho tu hospitalidad. Manda un diamante para tu mujer, a quien llama su linda huéspeda.

MACBETH. - Por imprudencia quizás haya caído mi voluntad en faltas que, a disponer de su libre albedrío, hubiera evitado.

BANQUO. - No sé que hayas cometido ninguna falta. Ayer soñé con las brujas. Por cierto que contigo han andado verídicas.

MACBETH. - No me cuido de eso. Ya hablaremos otra vez con más espacio, si eso te complace.

BANQUO. - Cuando quieras.

MACBETH. - Si te guías por mi consejo, ganarás honra y favor.

BANQUO. - Siempre que sea sin menoscabo de la lealtad que reina en mi pecho.

MACBETH. - Vete a descansar.

BANQUO. - Gracias.

(Vase con su hijo)

MACBETH. - (A su criado). Di a la señora que me llame cuando tenga preparada mi copa. Tú, acuéstate. ¡Me parece estar viendo el puño de una daga vuelta hacia mí! ¡Ven a mis manos, puñal que toco aunque no veo! ¿O eres acaso sueño de mi delirante fantasía? Me pareces tan real como el que en mi mano resplandece. Tú me enseñas el arma y el camino. La cuchilla y el mango respiran ya sangre. ¡Vana ilusión! Es el crimen mismo el que me habla así. La Naturaleza reposa en nuestro hemisferio. Negros ensueños agitan al que ciñe real corona. Las brujas en su nefando sábado festejan a la pálida Hécate, y el escuálido homicidio, temeroso de los aullidos del lobo centinela suyo, camina con silencioso pie, como iba Tarquino a la mansión de la casta Lucrecia. ¡Tierra, no sientas el ruido de mis pies, no le adivines! ¡No pregonen tus piedras mi crimen! ¡Da tregua a los terrores de estas horas nocturnas! Pero, ¿a qué es detenerme en vanas palabras que hielan la acción? (Oyese una campana). ¡Ha llegado la hora! ¡Duncan, no oigas el tañido de esa campana, que me invita al crimen, y que te abre las puertas del cielo o del infierno!

ESCENA II

LADY MACBETH Y MACBETH

LADY MACBETH. - La embriaguez en que han caído me da alientos. ¡Silencio! Es el chillido del búho, severo centinela de la noche. Abiertas están las puertas. La pócima que administré a los guardas los tiene entre la vida y la muerte.

MACBETH. - (Dentro). ¿Quién es?

LADY MACBETH. - Temo que se despierten, antes que esté consumado el crimen, y sea peor el amago que el golpe... Yo misma afilé los puñales... Si su sueño no se hubiera parecido al de mi padre, yo misma le hubiera dado muerte. Pero aquí está mi marido...

MACBETH. - Ya está cumplido. ¿Has sentido algún rumor?

LADY MACBETH. - No más que el canto del grillo y el chillido del búho. ¿Hablaste algo?

Macbeth [Shakespeare]Where stories live. Discover now