Capítulo XXIII: El mejor amigo.

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Camino hacia mi clase, donde dejé mi mochila, porque son horas continuas en el mismo salón, e iba a estar cerrado con llave, así que no importa mucho. Me siento en el mismo lugar que hace unos treinta minutos, antes de salir a receso, y miro a mí alrededor, no encontrando a Sarah por ningún lado. Su mochila aún está a mi lado, pero no hay rastro de ella, resultándome raro. Tal vez tiene sus vómitos matutinos, o tal vez está hablando con Dante o Ronaldo. Ya no importa. Me tengo que acostumbrar a la idea de que Dante nunca me querrá como nada más que sólo una amiguita. Como debí haber sabido desde el momento en que me fijé en él. Pero, ¡fue inevitable! ¡Dante es como un bello ángel que te deja anonadada con su interminable belleza!

Bufo por lo bajo, apoyando mi cabeza en mi paleta, y esperando a que la profesora entre para prestar atención y no meterme en problemas.

Simplemente quiero dormir, y para cuando alguien carraspea fuertemente en el salón, me doy cuenta de que ya va a comenzar la clase, y mi amiga no ha vuelto. ¿Qué la retiene tanto, maldita sea? Miro nerviosamente a la puerta, y la profesora ya está pasando lista.

—Castro Balderas, Sarah. —Llama la profesora, y como no hay respuesta, levanta la vista de la lista y mira a su alrededor, buscando a Sarah. Mierda, me vas a deber una grande, Sarah.

—Está en el baño, profesora. Creo que se siente mal —Miento, y sé más que nadie, lo mala que soy para mentir. La profesora, Camila, levanta una ceja, y sonríe cínica.

—Ya lo creo —murmura con ironía, y escribe algo en su lista antes de seguir nombrando a los demás. Hasta que llega mi turno que soy la última, pero antes de siquiera pronunciar mi nombre, Sarah llega con la cara colorada y su cabello hecho un desastre, y su falda mal acomodada.

—Perdone el retraso, profesora Pérez —se disculpa Sarah, y yo le miro de mala manera. La clase entera está en completo silencio, juzgando a mi amiga con la mirada, sabiendo lo que ha hecho.

—Tú y tu amiga tienen un punto menos en mi materia.

— ¡¿Qué?! ¿Por qué? —Exclamo sintiéndome atacada.

—Una por cómplice —me mira levantando una ceja, burlándose de mí— y la otra por... ¿qué es lo que verdaderamente estaba haciendo, señorita Castro? —Eso ya no es justo. Las mejillas de mi amiga se sonrojan furiosamente, y balbucea sin saber qué decir.

— ¡Eso no es justo, se está burlando del alumno! ¿No tuvo suficiente con bajarnos un punto a cada una, profesora? —Defiendo a mi amiga, y siento su mirada llena de agradecimiento cuando la profesora Camila me mira a mí en vez, y todos los demás, por consecuencia, también.

— ¿Me está retando, señorita Zaragoza?

—No, profesora. Simplemente estoy exponiendo mi punto de vista de la situación. Si yo estuviera en el lugar de Sarah, no me sorprendería sentirme igual de avergonzada, y más con nuestros compañeros atentos a lo que usted cree que nos está "enseñando". —Ladeo la cabeza.

— ¿Qué es lo que quiere decir? Yo sólo trato de saber por qué llegó tarde, y si tiene alguna justificación —se encoge de hombros, la muy inocente le dicen.

—A usted le pagan por poner el ejemplo y enseñarnos, no para burlarse y entrometerse en la vida de los alumnos. Eso no es dar un ejemplo, señorita Pérez, y no sé si se le pueda llamar "profesora" como tal —me burlo ácidamente con lo último. Todos sueltan un "uhhh", y yo ya lo veía venir. Más cuando la profesora se pone roja de ira.

— ¡A Orientación y estás reprobada de la materia, alumna Verónica! —Se levanta de su silla, detrás de su escritorio, y no me sorprende verla tan eufórica y encabronada con el pequeño debate donde ha perdido dignamente, quiero creer.

Desafiando a Dante (Desamores #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora