Día 7

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—Te voy a devolver el teléfono, sólo para estar pendiente de tu GPS— me advirtió con su dedo acusador—. No me vayas a llamar después, diciéndome que te vaya a buscar a Colombia, porque te atraparon trabajando para un Cartel, no, no, no, yo no parí ningún Pablo Escobar.

Estiré la mano y acepté el teléfono. Al menos mi mamá había sido muy amable de ir hasta Anzoátegui a salvarnos el pejello.

Había luchado como toda una macha contra los policías y guardias, nos defendió como nunca antes y logró nuestra libertad. Fue como una especia de Martin Luther King, solo que en vez de ser negros felices de ser libres, éramos unos guaros felices de salir de una condena y cagados del regaño que nos esperaba.

Como un mongólico me fui en el carro de la Doña y me calé todo el trayecto de vuelta de puro regaño.

—Te quiero aquí no más salgas del colegio.

—Ajá.

—Cero calle.

—Ajá.

—Cero rumba.

—Ajá.

—Venga para acá— me agarró el coco y me dio un beso en la frente—. Dios me lo bendiga, me lo cuide, me lo ampare y me lo favorezca, nojoda, como crecen estos muchachos. ¡Caro, vamos a ver fotos de su infancia!

— ¡Ya preparé el cafecito, comadre!

Fernando me vino a buscar y luego fuimos para donde Juancho. Los tres llegamos completos al colegio, quién diría que el día anterior casi nos metían presos.

Desventajas de ser mayores de edad pero aún estar en el colegio.

—Fal-sos— nos dijo Carlos, no más llegamos juntos al colegio Fernando, Juan y yo.

—Falsos, pero no requeté castigados como este señor— Juan me señaló.

—Menos mal mi mamá no es sapa y no le dijo a sus mamás— le advertí—. Pero aún hay chance.

—Lo haces y te pongo en todas las listas negras habidas y por haber— declaró Fernando.

Lo miré, incrédulo, ese desgraciado era capaz de hacer cualquier cosa. Suspiré, no me quedaba de otra que morir callado.

Me sentía en Maracaibo, con un calor que no jugaba carrito. Me quité el suéter, el olor a violín era tremendo, había pasado toda la noche lavando los baños y justo a las cinco de la mañana, cuando terminé y estaba dispuesto a bañarme, se fue el agua.

Prefería mil veces que me persiguiera la muerte y no la mala suerte. Pero tan mala suerte tenía que la muerte me había dejado abandonado.

Los mangos y sus cosas.

Entramos a clase de física, el viejo verde nos puso un examen sorpresa. Fue la medio hora más eterna de mi vida. Todos salimos vueltos nada.

—Me sentí violado— admitió José—. Y eso que soy el que estudia de este combo.

—Si tú te sentiste violado, qué esperanzas de seguir vivos tenemos nosotros entonces, chico— admitió Carlos—. Ay, Malparida sea, ese viejo calvo nos quiere mandar a todos para reparación.

—No lo digas— saltó de una Fernando—. Mira que Francisco todavía carga la maldición mangonera encima.

—Dios nos libre— Juan se hizo la señal de la cruz.

—Si son exagerados— entorné los ojos—. Toditos son unas jevas.

—Tú parecías lo mismo cuando me llamaste por teléfono borracho para que volviera contigo— dijo Ivana y su combo de amigas uniéndose a nosotros.

El Venezolano que Odiaba El Mango.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora