Día 5

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El colegio era tan feo que el matadero de gallinas podía fácilmente pasarse por él. Era una cárcel. No había casilleros, a veces no había suficientes pupitres y tenía que ir a chiguirear uno al salón de al lado.

En el patio donde permanecíamos durante el receso, habían matas de mango, apenas entré a las siete de la mañana, los vi, los mangos más maduros que pude haber visto n toda mi vida, guindando en la mata a punto de caer.

Sin dudarlo, me puse el bolso en la cabeza, sean pendejos los demás, ya la maldición me tenía hasta los tequeteques.

— ¿Y a ti qué te dio?— me preguntó Juan, cuando me senté en las gradas de la cancha junto a él.

—La pinga de ratón no me quiere dejar existir, mano— me tiré como un plátano en las gradas—. ¿Tú no?

—Yo ni sé qué pasó ayer después de que le enviamos el mensaje a los muchachos por whatsapp— se encogió de hombros—. Para mí que me jodieron cuando llegué a mi casa y ni me acuerdo.

—Mano pero si te viniste al colegio de mi casa.

Me miró.

— ¿Vengo de tu casa?

Su pea había sido, sin duda alguna, una pea trifásica. Se le notaban las ojeras, que estaba que le llegaban a los pies. Si él estaba demacrado, yo debía estar igual, ni siquiera había querido desayunar, y eso que yo era de los que siempre se levantaba buscando algo que comer en la cocina.

—Ay papá, estamos mal— le di una palmada en la espalda.

Al rato llegaron los muchachos y un par de amigas, nos pusimos a hablar paja un buen rato, no venía la vieja de química, entramos a segunda hora a matemática.

Entré al salón, dispuesto a irme con el combo de siempre.

—Eh, Señor Francisco, usted se sienta en la primera fila— me advirtió la profesora.

—Vasié, ni que tuviésemos puesto fijo.

Ya la vieja le picaba el culo, o no le dieron webo anoche, alguna de las dos debía ser la valida.

—Allá atrás no va a prestar atención— alzó una ceja.

— ¡Aquí atrás somos el hampa, mi señora! ¡Nadie presta atención!

—Por eso es que van raspados, toditos— nos señaló con su dedo acusador, me miró y señaló el pupitre vacío de la primera fila—. Te sientas o te siento, Francisco.

—Siénteme pues— alcé los brazos de lado a lado.

La profesora me miró con cara de asco.

—Ay, mariquitoooo— Carlos llegó tarde y me dio un tanganazo en la nuca.

—Bueno, hijo de tu...

— ¡Francisco!— me regañó la vieja.

Me senté.

Estiré mi brazo hacia mis compadres.

Todos negaban con la cabeza, decepcionados. Nos había separado.

— ¡Cállense la jeta, nojoda!— la profesora dio golpes con su borrador a la mesa—. Puro carajito necio en esta verga, presten atención, voy a nombrar a los posibles señores que vayan a reparación, y sí, puro pene va a haber aquí en Julio, las damas se van de vacaciones.

Las chamitas del salón se rieron como unas jevas, se sacudieron el cabello y nos dejaron morir.

La profesora poco a poco fue nombrando a quienes, si no acumulaban ciertos puntos, iban para reparación.

—Carlos, te faltan tres puntos— le dijo.

—No vale, ¡Verónica, tu si eres bella, chica! ¿Me puedes ayudar en el próximo examen?— le gritó Carlos desde la otra esquina del salón.

—Sí, webón— Verónica como toda una dama le sacó el dedo medio.

Estas damas parecían tener más bolas que un macho con pecho peludo.

Me reí a carcajadas.

—Ajá, Francisco, así te quería agarrar— la profesora se puso en frente de mi pupitre—. Tú ya estás muerto, querido, vas directito a reparación.

Hice una mueca de sorpresa.

— ¿Y eso?

—"¿y isi?"— se burló Ivana.

Volteé a verla con las cejas levantadas.

—Ah coño de tu madre, sigue burlándote, mira que te va a llevar un carrito de helados.

— ¡Bueno, a ti que te pasa, mongólico, respeta!— me gritó una de sus amigas.

Las mujeres sí que eran peligrosas, insultas a una de las serpientes y te salen todas las culebras del monte a degollarte. Eran como una banda de motorizados, pero peor. Una banda de culebras con veneno en los colmillos.

Bendito el hombre que sale ileso entre ellas.

— ¡Coñazo, coñazo! Coñazo...— Fernando dejó de gritar al darse cuenta que nadie lo seguía.

—Y están a punto de ser bachiburros de la república— se lamentó la profesora—. Ya está, chico, mentalízate, que vas a reparación.

Y también me tendrán que reparar el corazón, porque Ivana me lo partió.

Esa muchacha me tenía galleta.

.

.

.

— ¿Cómo es la vaina?

Me tiré en el mueble.

—Que voy a llevar matemática a reparación— repetí.

De pronto mi mamá apareció detrás de mí con su chancla.

— ¿Có-mo, que, vas, a, re-pa-rar, ma-te-má-ti-cas?

— ¡Cónchale yaaa! ¡Pure bájale dos!

Me sobé el brazo de tantos chancletazos que me había dado.

Se sentó en el mueble de enfrente. Unió sus manos y me miró por encima de sus lentes.

— ¿Tu qué crees? ¿Qué tengo una mata de plata en el balcón?

—Yo sé, mamá, pero...

—Eh— alzó su dedo índice—. Nada de peros.

—Ajá, sí...

— ¿Tú quieres que yo te mate?

—Esoooo, fuertes declaraciones— dijo la tía, saliendo en bata de la cocina—. ¿No quieren un cafecito?

Mi mamá la ignoró.

Me fulminó con su mirada matadora. Ni los ojos de Chávez provocaban tal miedo.

—Me vas a lavar ambos baños— se levantó y sacudió sus pantalones—. Me vas a dar tu teléfono y tu laptop. No te quiero la botella de ron porque soy una madre considerada.

—Coño bien, al menos me puedo emborrachar en mi depresión— susurré, levantándome.

— ¿Cómo? ¿Coño bien?— se volteó, negó con la cabeza—. Hasta te voy a quitar la de anís, muchacho malcriado.

—Ay, mija, cría cuervos y te sacarán los ojos— le dijo tía Caro una vez mi madre entró en la cocina.

Me quedé mirando mi cara en un espejo frente a mí.

Busqué los trapos para lavar el baño que mi tía Caro había dejado más podrido que una cloaca.

Me metí en la ducha con una escoba. Pise mal, me resbalé, pegué el culo al piso, me agarré de la cortina, se vino con todo y tubo, rompí el tubo del lavamanos, no salió nada.

El agua se había ido.

Día 5: Ya no lo soporto, los mangos me han vuelto loco.

El Venezolano que Odiaba El Mango.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora