Día 6

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Definitivo, camaradas, las colas de la gasolina eran más largas que la muralla China.

—Soldado caído, pi piiiiii— pitó Fernando en su carro, conmigo en el asiento del copiloto y Juan detrás—. ¡Soldado caído coño de tu madre, mueve ese carro que no te cuesta nada!

Le pitó hasta decir basta, el carro de enfrente decidió por fin moverse y avanzar en la madre cola en la que llevábamos una hora.

La gasolina haciéndolos la vida imposible.

El calor era insoportable, el sol a pesar de la temprana hora de la mañana había salido con su típico: aquí estoy, listo para quemarte. El sol de los TeleTubbies se quedaba estúpido al lado de este.

—Sabes que vamos a llegar tarde a clases, ¿no?— bostezó Juan.

Eran las 7:15 am. Fernando como buen compadre nos había pasado buscando, con la condición de no poner medio para la próxima pea.

—Nuestro soldado caído dudo que quiera ir a clases— me palmeó la espalda.

—Sin comunicación con el mundo del internet, esclavo de tu casa, recién botado por la novia— Juan volvió a bostezar—. Ay, papá, la maldición mangonera sí que es verdad.

— ¿Me lo dices o me lo preguntas?— pregunté, exhausto.

—Epa, los tres tenemos dieciocho, ¿verdad?— preguntó de repente Fercho.

Arrugué la frente.

—De a bolas, llevamos un siglo en el colegio, y ni repetimos— se quejó Juan.

— ¿Cargan cédula?

— ¿Nos vas a hacer comprar coca o qué?— pregunté.

—Vámonos pa la playa, pues— más que una pregunta, fue una afirmación.

Comenzó a darle golpes de emoción al volante.

— ¡Pa la playa nos fuimooos!— exclamó bajando el vidrio—Mi rey, échame 91, mira que nos vamos para la playa.

—Ya va, ya va, bájate de la nube— lo calmó Juan, reaccionando—. ¿Cómo que nos vamos a la playa?

—Mira ve, ¿te lo explico con palitos o qué?— Fernando se volteó—. Nos vamos ahorita y llegamos como en tres horas, nos venimos tipo cinco y no decimos que lo quemado fue por una cola para bachaquear, nos saltamos el colegio, nos vacilamos la arenita playita y bórralo menor.

— ¿Vamos a falsear a Carlos y a José?— preguntó Juan.

—Bueno, mano, los que disfrutan de la playa callados, disfrutan dos veces— recalqué.

Fernando le pagó al chamo de la gasolina y se estacionó frente a la bomba.

— ¿Sí o no? Compramos chucherías y listo.

— ¿Con qué plata?— preguntó Juan.

Fernando chasqueó la lengua.

—Mi prima me acaba de mandar como quinientos dólares, bicho.

Benditas las remesas que te envían del extranjero. Yo tenía amigos por todo el mundo, y ningún desgraciado me enviaba dólares.

Definitivamente debía usar mi plan B de guindar un letrero en mi balcón de "Rescátame Becerro".

—Ah no vale, ¡estamos resueltos, papá!— froté mis manos emocionados.

Miramos a Juan.

Abrió la ventana del techo del carro. Por un momento pensé que se iba a matar.

El Venezolano que Odiaba El Mango.Where stories live. Discover now