Día 2

249 43 18
                                    

En Venezuela para las abuelas es ley cocinar sopa de res los domingos, en cantidades industriales, que rinda para toda una vereda o residencia.

Pero solo esa magia la poseen las abuelas, no las madres. A mi parecer es la edad, mientras más vieja eres, más sabes rendir la comida. Por alguna razón cada vez que mi hermana cocina el almuerzo, pareciera que cocina para sus muñecas.

Estaba echado en el mueble viendo como mamá cortaba con lentitud los aliños para el perico, parecía una pereza por tanta pesadez que le dedicaba a cada cortada, no me quería imaginar como prepararía entonces el perico, que no es precisamente el perico que se come con arepa.

—Mamá, naguara, llevas como media hora en la cocina y solo has cocinado dos arepas— me quejé—. Y de paso, en ese budare entran como cuatro, quizás cinco arepas.

— ¿Quién te parió? Mira que tengo un cuchillo— contestó sin mirarme.

De seguro tenía la regla. Verga, la regla las pone intensas.

—Pero mamá, tengo burda de hambre— volví a decir.

—Si te vuelves a quejar te voy a dar— señaló la chancleta—. Yo no soy cachifa de nadie, si no cocino yo, de seguro se mueren de hambre en esta casa.

No dije nada, acaricié a Garrapata, mi perrita, que al menos si me comprendía, de pequeño siempre me gustó tomarla de las patas delanteras y bailar con ella, ahora me doy cuenta que eso era una maldad.

—Anda a inflar el colchón en tu cuarto— dijo mamá—. Tu tía Caro viene y se va a quedar en tu cuarto.

—La loca viene— le susurré a Garrapata—. No te portes bien.

.

.

.

— ¡MI NIÑO BELLO Y PRECIOSO! PERO MIRA QUE GRANDE ESTAS— gritaba tía Caro aplastando mi cara contra sus enormes tetas—. Por mi madre, pero si que estas papiado vale.

—Sigo igualito tía— reí—. Bendición.

—Dios me lo bendiga, me lo cuide, me lo ampare, me lo proteja y me lo favorezca— contestó dándome muchos besos en mi cara—. Ay Isabel, ¿qué tal la comida? Llegandito me encontré una mata de mango y traje algunos, toma Francisco, estos se ven divinos.

Hice una mueca de sorpresa y tomé los mangos, cuando se distrajo, lancé los mangos al envase de comida de garrapata, ella volteo de nuevo a verme e hice como si estuviese masticando.

— ¿Y los manguitos?— preguntó viendo mis manos vacías.

—Estaban tan buenos que me los trague de una— respondí—. Gracias tía, usted siempre tan bella.

Me tomó del brazo y me llevó hasta el mueble, como toda tía que lleva tiempo sin ver a su sobrino, comenzó a interrogarme.

—Cuéntame todo Francisquito, ¿y la novia?, ¿Cómo están las clases?

Por un momento había olvidado que deje a Ivana en visto ayer. Ya era mejor darme por muerto, convertido en puré humano.

Las jevas de uno sí que eran intensas.

—Ay tía, viese usted, puros veintes en mi boleta— mentí—. Y la novia, tan bella como siempre. ¿Cómo está Don Pedro? Me contaron por ahí que lo vieron comprando un anillo, ¿cuándo se casan? Recuerde que seré un damo de honor, no me deje por fuera.

—Pedro me montó cacho. — Quedé hecho piedra—. Pero no importa, el condenado ni siquiera se enteró que yo le monté cacho primero.

Sin palabras para responder aquello, decidí cambiar de tema.

El Venezolano que Odiaba El Mango.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora