–Eso puede ser parte del problema, pero no, creo que se trata de algo diferente. Creo que es porque se sienten intimidados por ti. Además, creo que te tienen algo de miedo. Tienen miedo de que les hagas parecer estúpidos e ineptos–.

–¿Cómo te das cuenta de eso?–.
Solo le sonrió por un instante. Y a pesar de que no había nada claramente romántico en su sonrisa, era agradable que le miraran de esa manera. No se acordaba de la última vez que Zack le había mirado así como algo que merecía su aprecio más que algo que utilizar o tolerar.

–Bien, hablemos primero de lo que es obvio: eres joven y eres una mujer. Básicamente eres el ordenador nuevo que llega a la oficina a robar todos sus puestos de trabajo. También eres una enciclopedia viviente sobre ciencia forense e investigación, por lo que tengo oído. Si añadimos la manera en que hoy saliste a la caza de ese pobre periodista, eres el paquete completo. Eres la nueva generación y ellos son los perros viejos. Algo así–.

–¿Entonces es miedo al progreso?–.

–Claro. Dudo que jamás lo vieran de esa manera, pero de eso es de lo que se trata–.

–¿Asumo que esto es un cumplido?–. preguntó ella.

–Por supuesto que lo es. Esta es la tercera vez que me han puesto como compañera a una detective muy motivada y tú eres con mucho la más exitosa y resuelta. Me alegro de que nos hayan emparejado–.

Solo asintió porque todavía no estaba segura de cómo manejar sus cumplidos y evaluaciones. Durante el trabajo, había sido muy profesional y seguía las normas al pie de la letra no solo en lo que se refería al trabajo, sino también en la manera en que la trataba a ella. Sin embargo, ahora que estaba siendo algo menos reservado, a Mackenzie le resultaba difícil trazar el límite donde el Ellington del trabajo terminaba y el Ellington de ocio empezaba.

–¿Has pensado alguna vez en unirte al FBI?–. preguntó Ellington.
La pregunta le dejó tan estupefacta que no fue capaz de responder de inmediato. Por supuesto que había pensado en ello. Había soñado con ello desde niña. Pero hasta siendo una mujer determinada de veintidós años con las vistas puestas en una carrera en la policía, el FBI le había parecido un sueño inalcanzable.

–Lo has hecho, ¿verdad?–. preguntó él.

–¿Es tan evidente?–.

–Un poco. Pareces avergonzada en este instante. Me lleva a adivinar que has pensado en ello pero que nunca has tratado de conseguirlo–.

–Era uno de esos sueños que tuve durante algún tiempo–. dijo ella.
Le resultaba embarazoso admitirlo, pero había algo en la manera en que la estaba analizando que hacía que no le importara tanto.

–Tienes las habilidades–. dijo Ellington.

–Gracias–. dijo ella. –Pero creo que mis raíces son demasiado profundas. Siento que ya es tarde–.

–Nunca es tarde, sabes–. Él la miró, profesional e intenso. –¿Te gustaría que hablara bien de ti y viera si cae en buenos oídos?–.

La oferta que le acababa de hacer la dejó impresionada. Por una parte, lo quería más que nada en el mundo; por el otro, sacaba a la superficie todas sus viejas inseguridades. ¿Quién era ella para estar lo bastante cualificada como para trabajar en el FBI? Sacudió la cabeza con lentitud.

–Gracias–. respondió. –Pero no–.

–¿Por qué no?–. preguntó él. –No es por hablar mal de los hombres con los que trabajas, pero te están tratando mal–.

–¿Qué podría hacer en el FBI?–. preguntó ella.

–Serías una agente de campo brillante–. dijo él. –Qué diablos, y
quizá también elaborando perfiles–.

Antes de que MateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora