Parte 5. La Noche En Menfis

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Harry se tambaleaba por los pasillos del palacio tarareando canciones de su infancia. Los guardias, firmes como estatuas desviaban la mirada.

La cena había sido un rotundo fracaso, sabía que al próximo día los ánimos estarían por el suelo y que Limbaf buscaría la mejor excusa para regresar a su ciudad. También sabía que debería limar las asperezas antes que eso ocurriera, claro, sin dejar lugar a duda su autoridad sobre él. Buscaría la forma adecuada de hacerle saber que sus acciones en la mesa no fueron las más amables. En tanto a Nefertiti, tal vez un collar o un par de aretes como símbolo de apreciación no serían tan malos.

Nigel sabría que darle, eso de las mujeres nunca ha sido su fuerte.

Por ahora, el vino aún se siente en su sangre y sus ánimos no están para consideraciones. Unos meses atrás, Harry estaría rodeado de mujeres miéntras cantaba y bebía con sus hermanos y amigos; por la mañana, después del desayuno, saldrían a montar y entrenar con las espadas y los arcos, recorrería las construcciones del canal y pasaría por las calles de Menfis con la cara cubierta, comprando fruta y mirando a los niños correr por los techos de las casas.

A veces, se sentaba en medio de la ocupada ciudad viendo a la gente pasar apresurada; hombres y mujeres vendiendo todo lo existente, animales y escarabajos en cajas y cuerdas, joyería y jóvenes mujeres que ofrecen su compañía al mejor postor, viejos pidiendo limosna en medio del polvo y sacerdotes rezando a los dioses en las esquinas. El caos perfecto bajo el sol de Egipto.

Cuando iba a la ciudad, procuraba hacerlo solo, dejaba su caballo unas calles atrás con algún guardia, se cubría la cabeza con una manta y caminaba con algunas monedillas de oro en la bolsa para repartir entre los niños inquietos.

Nigel odiaba ir a la ciudad, no sabía apreciar los oleres ni los sonidos como Harry, el desorden le molestaba y la gente lo artaba. Para Harry era distinto, la ciudad lo hacía sentir un hombre común, el calor del sol le apañaba la vista pero aún así el goze era igual. Le gustaba caminar por las calles y escuchar los ruidos de las casas, las familias y los murmullos secretivos.

Pero ahora no era así. Los días de libertad y diversión se habían acabado para el joven faraón, ahora, no había tiempo para más ruido ni murmullo, no más sol y gentío. Los días de morar sin preocupaciones se habían acabado. Su pueblo no lo necesitaba escondiéndose entre la gente. Ahora debía proteger y salvaguardar de todos aquellos con los que solía alegrar sus días.

Debía velar para que pudiesen seguir en el ajetreo y el sol, para que la mujer del vino siguiese vendiendo, para que los niños descalzos corran sin pesadez y que las familias sigan haciendo ruido y murmurando.

Solo, en su habitación, esperaba la llegada del sueño, pero como ya era costumbre desde hace tres meses, lo único que lograba conciliar era el pensamiento.

Su mente digaba a las calles y los olores. Las mujeres. El vino. Las peleas. El desierto. Podía saborear las manzanas del mercado y escuchar el sonido de las monedillas en su bolsillo. Recordaba a su padre, su voz y su tacto. Pero al abrir los ojos, sólo contemplaba el techo de la cama. Lino y más lino. El vino seguía haciendo de las suyas y por un momento consideró tomar su caballo hacia la ciudad y visitar las calles de Menfis de nuevo.

—Eres en verdad un mounstro. — La voz de Cleopatra arrastró cualquier pensamiento. —Eres tan miserable que no puedes soportar que la gente pueda ser feliz.

Harry rió sin apartar su mirada del blanco lino.

—No tienes en ti un solo hueso bueno. Todo lo que tocas marchitas y destruyes. — Su voz se escuchaba cada vez más cerca, por lo cual sabía que no tardaría en topar con la cama.

Sin embargo Harry sólo volvió a cerrar los ojos.

—Mi hermano ha viajado hasta aquí solo para ser humillado con tus palabras hirientes y tu...

—Es una niña, Cleopatra. — contestó por fin el joven faraón. — No he mentido.

—¿Qué sabes tú de eso, eh? — preguntó ahora con aire burlón. — ¿Qué sabes tú de hijos?

Harry volvió a abrir los ojos ante las palabras, pero no movió un musculo de su cuerpo. Se quedó ahí. Lino y más lino.

—Nada, Cleopatra. Pero lo que sé es que Limbaf no tiene más opción que dar a una niña. — contestó en tono calmado mientras posaba sus brazos detrás de su cuello. — Limbaf sabe que ese bebé no será varón.

—Eso es decisión de los dioses, Harses. Ni tú ni Limbaf tienen autoridad sobre eso. — Ahora Cleopatra estaba directamente al pie de la cama. Su figura observaba a Harry directamente.

—Claro que Limbaf ni yo tenemos decisión sobre eso, Cleopatra. Pero ambos sabemos que pasará sino es así.— La brisa ahora era más sonora, las puntas de las sábanas se desplazaban de un lado a otro y las antorchas bailaban a su ritmo.

Cleopatra guardó silencio.

Harry, sorprendido, levantó ligeramente la cabeza para confirmarlo. Volvió a su posición anterior y cerró los ojos por última vez tratando así de conciliar ya, el sueño.

—Sino es una niña, tendrá que morir, Cleopatra.

Lino y más lino.




Buenos deseos, Fa

Harsés [A.U]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora