Acto 12: Una casa perdida en las montañas

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El grupo siguió subiendo por el borde de la Cordillera de Reiz, no llegarían a los picos nevados, pero desde la altura que estaban alcanzando comenzaban a vislumbrar luces y formas a la distancia, en las faldas del monte que cruzaban. Hacia la tarde, el paisaje rocoso cambio a una pequeña ladera, más llana y llena de césped. Siguieron andando.

Cuando la noche llegó, comenzaron seriamente a buscar refugio para descansar. Estaban en eso cuando oyeron una guitarra sonar a lo lejos. Alguien tañía el instrumento en una casa lejana, perdida en el monte, era una tonada experimentada pero estaba lejos de ser prodigiosa. Volvieron la mirada hacia una casa, con una luz en el interior, que estaba a unos trescientos metros.

Tomás tomó la iniciativa, y estuvo a punto de cabalgar como desaforado hacia la música. Antes de que pudiera rascarle la oreja a su percherón, Victra puso una mano en el pecho y buscó sus ojos con los suyos.

— Si tratas, siquiera, de ir hacia allá haciendo un alboroto, te voy a tumbar y te voy amarrar de pies y manos a tu caballo, para el resto del viaje. Necesito tu presencia, no tus habilidades, no me tientes, cerebro de bota. — Victrá siseó bajo, tratando de emitir su aura asesina.

Tomás no entendía muchas cosas, pero la idea de ser amordazado era mala, así que miró sonriente a Victra, con una nueva solución en mente.

— Ve tú. — Era el plan perfecto, ella era totalmente capaz de escabullirse hasta allá, ver si era seguro y volver. Aunque Tomás no midió nada de eso, solo que Victra era la única a la que no le podían prohibir nada, porque ella tomaba las decisiones.

Los demás la miraron suplicantes, después del horrible día que habían pasado, dormir bajo techo era una recompensa aceptable. Hilda le dio una mirada profunda, mientras señalaba con la cabeza hacia la casa, apoyando a Tomás.

Victra suspiró, pero ella también estaba devastada a todos los niveles. Se tapó la cara y se colocó la capucha, dejando su pequeño corcel al cuidado de los demás y se fue acercando a la casa.

Por entre el pasto, por entre los desniveles del terreno, una sombra se funde con la oscuridad de la noche, que la luna no ha querido alumbrar este día, rodeada en un vestido de densas nubes.

Cuando se acercó lo suficiente, vislumbró una casa humilde y acabada, de madera, barro y paja, el hombre que tañía la guitarra era un anciano de porte humilde que estaba en una mecedora rústica, mirando distraído a la noche. Detrás de la casa había un puñado de vacas esparcidas por aquí y por allá.

Victra, se volteó y empezó a hacer señas para que se acercaran. Los cuatro se reunieron cerca de la senda desdibujada que daba a la casa y se montó en su caballo, así llegaron pacíficamente ante el anciano.

Cuando pudieron verle bien, notaron a un hombre desgastado, pelo marrón oscuro y cano, de sesenta y pocos años, con ropas desgastadas y raídas, llamaba la atención el chal severamente remendado, que parecía haber soportado hasta este día por la mera obsesión del anciano. Al ver al grupo, saludo con una inclinación de la cabeza.

— Buenas noches, ¿Qué os trae por aquí? — el anciano miró detenidamente a todos, pero se detuvo en Tomás y la cruz que llevaba enmarcada en su casaca, aunque esta estaba aún manchada de sangre.

— Estamos paseando en nombre de Abel, soy la cara de la Iglesia ¿era así? — Sintiendo la mirada del viejo, Tomás pensó que la pregunta era dirigida a él y respondió lo que le había dicho su padre en días previos.

El anciano abrió los ojos totalmente sorprendido y extasiado, dejó suavemente la guitarra a un lado y se acercó a Tomás Pepe, arrodillándose junto a Horsefrillos.

Anima: Beyond MemeversoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora