Acto 9: Una noche de acampada

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Estuvieron todo el día cabalgando, Pilaia apenas es visible a la distancia pero la Cordillera de Reis no parece más cercana entre las sombrías nubes de la noche. Nuestros héroes se hallan más desanimados, Tomás que iba contento con el ejercicio de cabalgata está ya exhausto, pues normalmente se detiene cuando quiere; Octavo apenas está acostumbrándose a la fuerza del rocino y no siente los músculos. Victra y Hilda están más habituadas a las jornadas largas, pero hasta para ellas la cabalgata se está volviendo imposible.

Fue cuando las gotas de lluvia comenzaron a caer que Octavo cayó en cuenta: Ribera estaba a cinco días de trayecto. Los nubarrones se desplomaron sobre ellos y el torrencial los tuvo calados en cuestión de segundos.

Como pudo, Octavo acercó su cabalgadura a la de Victra y le gritó entre el barullo de aguas que les arreciaba:

— ¡¡Victra, ¿no deberíamos ir pensando en montar el campamento?!

La asesina le miró un momento, por un segundo pensó en continuar un poco más, pero, si debía llevarlos vivos hasta el final, lo mejor era mantenerlos en óptimas condiciones. Además, ella misma estaba comenzando a ceder a la fatiga. Dio un vistazo a los alrededores, preocupada por los posibles peligros propios del camino, pero entre la lluvia y la oscuridad era imposible distinguir hasta los árboles.

— Vale. ¡Preparaos, vamos a acampar! — alzó su voz, tratando que llegara por encima de la lluvia pero, desacostumbrada a usar su voz, los otros dos apenas oyeron que trataba de decirles algo, fue Octavo quien les transmitió el mensaje y finalmente pararon junto a unos árboles solitarios pero frondosos que les darían algo más de cobijo.

Victra saltó del caballo con el equipo ya en mano y comenzó a luchar con la tienda. Con algunas dificultades logró armar todo y se sentó dentro sin decir nada más, su lugar se hallaba alejado del resto, bajo un árbol que crecía aparte de sus hermanos. Estaba tratando de tomar una posición donde pudiera controlar el riesgo más cercano, que en este caso eran sus compañeros de viaje. Ahí podía oír todo, pero permanecía a una distancia prudente.

Octavo llegó el segundo y comenzó a sacar su equipo. La organización le había enseñado lo suficiente y siempre se le dieron bien las manualidades, así que no representaría mucho problema armar la carpa. Sin embargo, antes de poder poner su primera estaca, sintió la mano enorme de Hilda llamándolo bajo el agua.

— ¿PUEDES BUSCAR RAMAS? — Hilda se dejó oír claramente a través del diluvio y Octavo, que estaba demasiado cerca, tuvo un pequeño déjà vu del grito que dio en el ruedo el día anterior.

— ¿Eh? Sí, claro, por... por... por supuesto. — Su voz tímida se perdió un poco, pero asintió fuertemente, arriesgando a dejar caer los quevedos que se hallaban totalmente empapados. — Quizá... es solo que... no deberíamos sepa... ¿Sabes qué? No te preocupes.

Octavo pensó en usar su Don para conseguir madera rápido, comenzó a concentrarse mientras la lluvia bañaba su cuerpo. Pero ambos fueron detenidos por una orden siseante y clara, impregnada de algo del capricho típico de los nobles.

— ¡NI-SE-OS-OCURRA-HACER-UN-FUEGO! — los ojos verdes de Victra brillaron con una luz felina, mientras les miraba con la cabeza fuera de su tienda.

Octavo bajó las manos algo asustado y se ocultó detrás de Hilda, que se quedó sin habla al oír a Victra usar esa voz. Tomás por su parte, sigue jugueteando con Horsefrillos bajo la lluvia, mientras pacientemente espera que le avisen donde debe montar su tienda.

— Pero... — Hilda trató de discutir, pero fue interrumpida de plano.

— Comed las raciones que tenéis para hoy, mañana ya nos arreglaremos. Como sea, NO-PODEÍS-LLAMAR-LA-ATENCIÓN-DE-ESA-MANERA.

Anima: Beyond MemeversoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora