Acto 4: Octavo Espósito, el Misionero

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No es exactamente una Iglesia, la construcción a la que nos acercamos es de la Santa Organización de San Judas Tadeo. Una pequeña basílica les fue otorgada, adyacente a la principal Iglesia de la ciudad.

A pesar de ser pequeña y que los años han dejado su marca en los muros, se nota el cuidado con que fue levantada. Sus muros son de piedra tallada, puesta con cuidado para evitar dañar el acabado de su relieve. La pintura está desteñida por el tiempo, pero aún se observan los cuidadosos trazos de azul, blanco y amarillo con que fuera decorada cuando se levantó. Toda su fachada expresa humildad, pero al entrar al interior encuentras primorosas esculturas de santos portando espadas u orando fervorosamente por toda la eternidad.

Justo en el centro del claustro, bajo la profundísima bóveda floreada y adornada por diversos signos sagrados, encontramos a un hombre de estatura promedio, hincado con humildad mientras ora encomendándose a todos los santos. Su complexión se disimula bajo el borlado manto que llevan todos los miembros de la organización, pero allá donde se descubre su cuerpo se adivina que es delgada y más bien de un físico débil. Su cabello lacio y castaño se divide desde el centro de su coronilla, en una carrera que le guía a ambos lados de su rostro. Su rostro joven, que delata su corta edad, porta unos quevedos de factura simple y austera. Lleva el símbolo de la Iglesia en el pecho y un guante negro en su mano izquierda, con la que está apretando un libro que adivino será algún estamento u interpretación propia de la organización.

En estos momentos, está alzando una última plegaria para ser bien hallado en el camino que le depara. Su interior se revuelve, indeciso entre la emoción y la duda, el joven detiene sus rezos cada poco tiempo para observar a sus compañeros. No puede evitar notar la obvia diferencia entre su uniforme impoluto, de un blanco puro y con consignas de un rojo vivo, y las deshechas y borrosas ropas que llevan los más veteranos. En esta institución un uniforme como el suyo es signo de inexperiencia y se siente ansioso por que al fin podrá comenzar su propia carrera, trabajando para cuanto le demande la organización.

En la forma en que habla, y la manera que sujeta el libro, puedes adivinar que en el fondo siente miedo. No lo usa para leer sus rezos, estos los sabe ya de memoria, más bien lo aprieta con fuerza como si sentir ese peso en su mano le trajese paz a su espíritu. Como si protegiese su alma de los demonios que tratan de penetrar en él. Esto no escapa a los demás habitantes de la basílica, que muestran rostros ligeramente preocupados. Sin duda alguna, se halla más nervioso de lo que habitualmente podría estar.

Esto es especialmente así para el hombre que ora junto a él, su rostro seco delata su edad avanzada, como pasaba con el joven. Sin embargo, se halla conservado para la edad que posee, sus cabellos aún mantienen la negrura de la juventud pero algunos rayos canosos comienzan a ganar terreno en su coronilla. Su hábito blanco se ve limpio, pero puedes notar con facilidad que no está nuevo, sus bordes roídos y algunas zonas adelgazadas por el paso de los años hablan de trabajos y faenas que tardaría muchas lunas en contar.

Él es el padre Manuel Justiniano, que ha acompañado al chico toda su vida y que ha venido expresamente a acompañarlo en sus rezos. El hombre termina de repasar las cuentas de su rosario y eleva la mirada a la bóveda, al símbolo de Abel que adorna el centro del complejo entramado. En ningún momento mira al chico, pero su voz se dirige a él expresamente:

— Octavo, ¿en qué estás pensando hoy? Estás muy callado, y no rezas con el cuidado adecuado. ¿Es por Tomás?

Octavo resopló suavemente, tratando de hallar las palabras adecuadas. Cuando habló, su voz aún tenía un tono ronco y notablemente preocupado.

— ¿Por qué más seria, si no, padre Manuel?

— Es un gran día cuando conoces a la persona que te guiará en tu senda hacia Dios, sin embargo, debes ser consciente que, al igual que aprenderás mucho de Tomás, él aprenderá mucho de ti, también. Vamos.

Anima: Beyond MemeversoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora