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Por aquel entonces yo sólo contaba con trece años y mi abuelo... no recuerdo la edad de mi abuelo porque nunca me la dijo, pero sí recuerdo su aspecto: tenía el pelo largo y blanco, y la cara y las manos muy arrugadas; a pesar de eso su cuerpo era esbelto y fuerte, y no tenía reparos en demostrarlo cuantas veces hiciera falta montándose en los árboles o corriendo conmigo tras algún animal. Recuerdo que los chicos de la aldea me espiaban con ojos envidiosos cuando mi abuelo me contaba historias sobre animales y objetos de nuestra isla o de otros mundos. Él era uno de los pocos abuelos que había en la tribu: la gente de mi tribu moría o desaparecía antes de que nacieran los hijos de sus hijos o cuando éstos eran tan pequeños que no los recordaban de mayores. Mi abuelo me contó un día como había sido su abuelo, su bisabuelo y hasta su tatarabuelo; lo hizo con pelos y señales ya que, según me dijo, los había conocido personalmente. Yo no acababa de creerlo, pero me gustaba la idea de conservar a mi abuelo por mucho tiempo. Mi madre decía que contaba cosas sin sentido, «historias fruto de su imaginación senil». No le gustaba que anduviera con él por ahí escuchando sus cuentos sobre los espíritus.

—Los espíritus están con nosotros en todo momento —comentaba mi madre con otras mujeres de la tribu— saben lo que se habla y también lo que se piensa; no está bien contar mentiras sobre ellos a los niños. Mi suegro va a conseguir que se lo lleven al otro mundo y espero que no arrastren a mi hijo con él.

Mi madre me mandaba a por rábanos casi todos los días, incluso cuando no hacía falta. Así lograba tenerme apartado de mi abuelo durante un rato. En el «Huerto de los espíritus» me encontraba con los demás chicos de la aldea, que hacían el mismo trabajo que yo. Los rábanos estaban buenísimos cocinados de cualquier modo y nadie pasaba un sólo día sin comer una buena ración de ellos. De vez en cuando mi madre ponía los rábanos a secar durante varios días, luego los machacaba muy bien en el mortero del grano, metía aquel polvo pegajoso en un saquito y lo colgaba en algún sitio de la choza, hecha de ramas y paja con un techo más bien bajo. Cada día iba sacando lo que necesitaba para condimentar los más diversos platos.

Después de la recogida de rábanos, todos los chicos visitaban al chamán para que nos aliviase los picores de manos y pies con sus ungüentos mágicos. Siempre nos contaba la misma historia.

—Los rábanos son un regalo de los espíritus. Ellos aran la tierra, ponen la semilla y traen la lluvia y el sol para nuestro huerto. Cumplid sus leyes y siempre será así.

Kusser, que así se llamaba el Gran Chamán, hablaba con la voz de los espíritus desde que se llevaron a su hija. Decía que los espíritus le habían concedido la vida eterna para hacer cumplir sus normas y todos los de la tribu lo creíamos, pues contaba ya con más de cincuenta años. Sabía como curar todos los males: llevaba al enfermo a su choza, una de las más grandes de la aldea, y lo instalaba allí durante una noche. A la mañana siguiente lo devolvía a su choza con las indicaciones que debía seguir para sanar. Sabía lo que iba a acontecer mucho antes de que sucediese: una vez anunció una lluvia de estrellas, precisando incluso el momento del día, una semana antes de que el primer meteorito —como se le oyó llamar a las estrellas— surcara el cielo. Cuando no se obedecían sus palabras, los castigos eran severos: el día que Koei y Leki decidieron dar una vuelta a la isla en barca para celebrar su matrimonio, Kusser lo prohibió terminantemente. La pareja emprendió el viaje a pesar de todo y, a los tres días, la barca que utilizaron para el trayecto volvió vacía a la playa. 

Al regreso de muchas de las visitas a Kusser tras la recogida de rábanos, mi abuelo se acercaba a mí y me llevaba hasta la puerta de su choza; entonces comenzaba a hablarme al oído. Una mañana no espero tanto, me sacó de la cama y me llevó a toda velocidad fuera de la aldea. Yo pensé que me iba a enseñar algo y me extrañé mucho cuando me preguntó si había dormido aquella noche.

Al otro lado de la lanza sagradaWhere stories live. Discover now