Capítulo 3: Y nada más

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La chica que saltaba acantilados y regalaba poemas en un puente. La que usaba puntillas en las ramas de un árbol.


No necesitaba acercarse para saber que ella ya se había ido. No podía explicarlo pero lo sentía. Por primera vez había entendido esas palabras tan suyas. ''Simplemente lo sé. No puedo explicarlo pero lo sé'', había dicho ella una vez. Él creía que lo decía porque simplemente no quería decirle nada. Si ella no quería contarle, él lo aceptaba. No iba obligarla a decir algo que no quisiera pero después de tanto tiempo, por fin las entendía. Ella no le había mentido; ella sencillamente no podía explicarlo.

Se había pasado tantas noches enredándolo todo. Suponiendo historias, tramando ideas malsanas cuando la respuesta estaba en la simpleza de su verdad.


Él la había visto con su hermosa trenza coronando su cabeza, con su bonito colgante de plata y su vestido de anchas faldas. Él creía que ella había tomado voluntariamente el destino que se le tenía preparado a él ese día. Lo había tomado sin rechistar. Eso creía, eso quería creer.


Porque esa era una despedida demasiado burda para ella.


Era Lynette quien siempre evitaba el puente al cruzar la acera. Pero León quiso hacerlo ese día. Se había lanzado a las carreritas. Era sencillo.


Ya había cruzado el primer tramo. El otro estaba a una distancia igual. Había autos de todos los tamaños; de los buses grandes hasta los más bajitos y autos privados. Algunos con las cubiertas destartaladas y otros con las luces apagadas. Se supone que cruzar a carreras la acera es sencillo.


Había llegado sola al paradero del bus. Esperaba que alguno llegara como él esperaba que se fueran. Estaba con ese vestido violeta y marfil como su piel, con su colgante de plata, su trenza desordenada y su cuaderno dentro su bolso.


Estaba a medio camino y no lo vio. Venía como un animal furioso, listo a acabar con él. El hombre de aquel vehículo intentó dirigirse hacia el otro lado pero tuvo que dar la cara a la chica que repartía poemas en el puente.


León estaba en el piso y los músculos de Lynette debieron estar bajo alguna especie de maldición porque no se movió. Solo estaba ella y sus pardos ojos congelados como hielo, fijos y determinados desde lo más profundo.


La gente se aglutinaba alrededor de ella pero se hizo paso entre todas ellas. Los autos rodeaban a la gente en medio de la acera y continuaban su camino porque nada importante había pasado.


Allí estaba ella con la trenza deshecha, su colgante de plata y los ojos abiertos.


León se hacía creer que ella lo había salvado.


- ¡Eh, muchacho! ¿Tú conoces a esta niña? -preguntó una anciana con acento extraño.


Allí estaba León Nikolai contemplándola, en silencio, ignorando a todos a su alrededor.

Sus rodillas tocaron el suelo y tomó su mano como aquellos días en la arena. Escuchaba una extraña melodía en su cabeza. En susurros y silbidos se oía la voz de ella. Empezó a verlo todo, como si poseyese un espejo que le mostrase todo lo que le rodeaba. La veía a ella bailando en la arena, regalando poemas, cantando en las esquinas, junto a él en el hospital.


No quería escuchar a nadie y la gente empezaba a impacientarse. Los bomberos aún no llegaban pero no hacía falta, ella ya no estaba. Tal y como Lynette le había dicho tiempo atrás; Adela Lynette no estaría más. Se había ido horas antes que la sociedad la considerase responsable por lo que hacía. Sus malditas palabras se habían cumplido, tal y como ella había dicho.


La gente se preguntaba dónde estaba el auto que había terminado alejando a Lynette de León. Nadie tenía respuesta, nadie se había dado cuenta. La ambulancia llegó, León tomó su cuaderno con notas desparramado por el suelo y se trepó a ella, le hicieron muchas preguntas que no respondió.


Él le había dado el poder de controlarlo. Si un pestañeo era la daga más ponzoñosa, su extraña manera de decirle adiós no tenía comparación alguna.


Él solo la quería a ella, a ella y nada más pero lo había arruinado, ni si quiera la había escuchado. Lynette le había dicho que esto pasaría pero nunca le creyó.


Al llegar a su destino final. León tuvo que despertar. Ni una lágrima le había brotado. Era tan extraño ver la muerte. No se sentía triste ni apenado. Solo la extrañaba, pero eso era normal, él la extrañaba todos los condenados días.

Tampoco era como un vacío, como un agujero negro que se abre dentro de él y succionaba hasta el último rastro de felicidad. Era más bien como un estado de suspensión, como flotar en el aire, como si no tuviese que entender nada: podía acostumbrarse.


Llenó todos los datos que le pidieron y llamaron a los padres de Lynette. Ya no le permitieron verla otra vez. Pero aquel estado de suspensión volvía y parecía ser más fuerte, era una sensación de calma, de serenidad que hasta ahora no había tenido por completo.


Él se quedó esperando de todas formas; entre esas bancas viejas mirando las paredes llenas de losetas blancas. Vio a la madre de Lynette llegar, solo a ella. Pensó que el horario se le había retrasado al padre, pero nunca llegó.


Se puso los auriculares cuando la madre de Lynette gritaba de dolor como si le estuviesen abriendo las vísceras, una por una y como si estuviesen desollándole la piel y las uñas al mismo tiempo. ¿Era este un dolor comparado al que sentía la madre de Adela en estos momentos? No lo sabía, pero podía apostar que perder a su hija superaba en más de diez a cualquier escala mundana.


Y luego se dio cuenta. Él la quería de una forma en que no sabía que podía, pero había sido demasiado tonto. Tal vez era egocéntrico pero también encajaba de algún modo, León la había dejado y ella le había declarado la guerra sin él saberlo. Ella lo controlaba y le había dedicado su última jugada, su última estocada por abandonarla.


De alguna forma sabía que era la última estocada. Y aunque ella no estuviera, sabía que su jugada, no había terminado.


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Hola a todos aquellos que se pasan por aquí. Gracias! No sé cuánto he demorado esta vez, esperen acabo de revisarlo. Ha sido algo así como semana y media, lo cual no es mucho para lo que acostumbro. Bueno ya ya, basta con mi parloteo. Espero que lo hayan disfrutado :) Y... Sería genial si se toman un tiempito para comentar, criticar, lo que les pase por la cabeza ahora, ya saben... Ah y bueno, no es mi costumbre pero si le dan a la estrellita, no es molestia.  Gracias por leer :D

Graine Hesse.

Al borde del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora