Acto 9: Una noche de acampada

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— ¿Raciones frías? — Hilda gimió por lo bajo.

— Tú no eres muy lista, ¿o sí? Está lloviendo, ¿Cómo vas a prender el fuego? — Dicho eso, su cabellera de plata desapareció tras la lona de su carpa.

Siendo bañados por la lluvia, Hilda y Octavo se quedaron viéndose un momento mientras sentían el agua correr por su cuerpo. Un poco avergonzados y con cara de circunstancia, dejaron de mirarse y comenzaron a alzar sus tiendas.

Tomás los miraba mientras Horsefrillos le lamía de un lado a otro, tratando de mantenerlo seco ante la incesante lluvia, sin resultados favorables. Cansado de esperar la atención que recibía por derecho en casa, sacó el equipo de las alforjas de Horsefrillos y las armó rápidamente, cerca de la tienda de Octavo. Cuando acabó se metió dentro y detrás le siguió su caballo, metiendo apenas la cabeza dentro y dejándola ahí, sin mirar a nada y a la vez viendo al infinito.

Estando ahí, tirado en el suelo, se sintió incómodo. No estaba acostumbrado al duro suelo, ni a estar bajo la lluvia, nunca había salido sin estar acompañado por sus padres y todo esto estaba haciendo mermar su ánimo. Queriendo buscar algo que le recordase lo cotidiano, habló a través de la lona hacia donde estaba la tienda de Octavo, a quien escuchaba moverse de cuando en cuando.

— Octavo, ¿Qué tal unos rezos antes de dormir?

Octavo casi se cae dentro de su tienda al oír eso, primero porque no sabía que Tomás había colocado su tienda al lado, ya que la lluvia no le había dejado oírle, y segundo porque EL santo estaba pidiéndole algo en lo que podía ayudar.

— ¡Sí! Por- por supuesto... Será un placer hacer mis rezos nocturnos con un Santo... — Recogiendo el libro y su rosario, salió ignorando la lluvia y como pudo pasó junto a Horsefrillos para ingresar a la tienda.

Cuando Horsefrillos observó a santo y clérigo arrodillarse sobre el suelo de la tienda, bajó la cabeza sumisamente mientras dejaba el resto de su cuerpo de pie, como si se hubiese apagado algún mecanismo dentro. Un aviso llegó a Tomás cuando la cabeza llegó al suelo.

(Dormir.) Tomás miró de reojo a su amigo y se sonrío de lado.

Hilda escuchó ruidos fuera y se sentó con las piernas cruzadas en el suelo, a la entrada de su tienda, con la lona abierta y la espada sobre sus muslos. Se quedó vigilando si ocurría algo que le hiciera tener que correr a defender a Tomás.

Con el paso de las horas, el cansancio fue rindiendo a Tomás y cada vez se hincaba más hasta que su cabeza tocó el suelo, momento en que acabó por dormirse. Octavo se acercó y acomodó lo mejor que pudo el cuerpo del santo, procurando no despertarle. Cuando terminó, le cobijo con una manta y se quedó observando de forma perturbadora su rostro dormido.

(Él es la clave de nuestro futuro, de todo. Tal carga puesta en nosotros, ¿seremos capaces de completarla, señor? Dame fuerzas, San Judas, dame fuerzas.) Octavo se acomodó los quevedos y salió de la tienda esquivando a Horsefrillos, nuevamente, quien sorprendentemente está durmiendo de pie, únicamente su cabeza permanece baja.

Fuera de la tienda, Octavo cruzó miradas con Hilda y miró la espada en su regazo. Con algo de temor, trató de alzar un poco la voz por encima de la lluvia.

— Deberías... quizá sería bueno que durmieras un poco, es probable que la señorita encapuchada nos despierte al alba, para proseguir nuestro camino. — Octavo se abraza a sí mismo, tratando de alentarse a mantener la mirada de la guerrera.

Hilda observó a aquel muchachillo, mientras jugueteaba con lo que ella describiría como una "piedrita", dicha piedra cabía perfectamente en la palma abierta de Octavo.

— ¿Tú te fías de ella? — Con la mirada señaló la tienda puesta a distancia, donde un aura de peligro rezumaba en la oscuridad.

— Solo me fío del Santo Tomás Pepe, pero si Don Rodrigo la puso al frente es porque es de fiar. Él es un noble, no arriesgaría la vida de su único hijo y menos la de un Santo como es Tomás. — Octavo le dio una mirada decidida a Hilda con sus palabras.

La piedra cambió de manos nuevamente, y Hilda miró a Octavo tratando de explicarle cómo funciona el mundo.

— Yo esperaré a ver qué pasa, y entonces decidiré si podemos fiarnos. Hasta entonces haré mi trabajo, cuidar de él. — Esta vez sus ojos fueron a la carpa de la que sobresalía el cuerpo de un caballo. — Tomás.

Hilda arrojó la piedra lejos, con la fuerza suficiente para hacerla rebotar y tomó otra de los alrededores para seguir jugando con ella. Octavo se fue a su tienda, dispuesto a dormir para afrontar la jornada que les vendría mañana, pero se acordó de algo en la entrada de su lona y volteó de nuevo hacia Hilda.

— Por cierto, ¿estás bien, de los combates de ayer? — Octavo miró a Hilda con una confianza que solo adquiría al pensar como médico. Él no lo sabía, aunque quizá lo suponía, pero aquella era una preocupación que Hilda no estaba acostumbrada a recibir por parte de otros. — ¿Tienes alguna herida o alguna articulación resentida?

Un pequeño cosquilleo llegó a ella, pero se sacudió de todo eso y simplemente le dio una sonrisa de medio lado, mientras se volteaba un poco y alzaba su pulgar en una pose de total confianza. Los músculos del brazo se contrajeron notoriamente, como una muestra de la increíble musculatura de Hilda.

El espectáculo que se le mostraba conmovió la curiosidad profesional del tímido clérigo, que se acomodó los quevedos mientras observaba aquel cuerpo bien formado. Esto sobrepasaba incluso a Tomás, realmente era una anatomía perfecta.

(Increíble, magnífico, perfecto. Es, es, totalmente indescriptible.)

Instintivamente, su mano se levantó buscando seguir el trazo de aquellos imponentes romboides que inauguraban su espalda, pero un instinto mayor, el de la supervivencia, disparó las alarmas en su cabeza, enviando la imagen de como los huesos de su mano eran triturados hasta volverse polvo como castigo por tocar a la enorme mujer. Volvió rápidamente la mano a su lugar y giró para entrar directo a su carpa.

Hilda escuchó un par de ruidos mientras mantenía su pose, pero al darse la vuelta solo observó a Octavo desaparecer bajo su tienda.

(Que enanito tan raro.) Hilda regresó a su diversión con piedras mientras el agua seguía cayendo fuera.

Lentamente el cansancio venció a Octavo, Victra se mantuvo en su estado de alerta mientras retozaba y Hilda mantuvo su guardia alta para cuidar de Tomás, pero descanso como pudo a las puertas de su tienda.

Veo que tú también estás por caer, oidor. Apoya tu cabeza en esa hojarasca, será más cómoda que el habitáculo y esta noche no hará frío en esta cumbre, los vientos de la costa llegan con un calor mágico que trata de capturar mi esencia, pero no lo conseguirán.

Anima: Beyond MemeversoOù les histoires vivent. Découvrez maintenant