Capítulo 2

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"Mi querida niña:

Dejó en el mundo de los vivos a mis seres más preciados Alejandra mi dulce niña, Rogelio mi guerrero, y Luis mi eterno amado.

Alejandra cuando encuentres esta carta, espero que ya sepas lo del dinero para tu universidad, pero quiero pedirte un último favor, muchas veces te conté sobre mi historia con Luis Arteaga, a quien tuve que dejar en España por venir a México, y que mi familia jamás me dejo tener comunicación con él.

Búscalo y cuando lo hagas dile que fallecí, pero jamás dejé de amarlo, y llévale la carta que jamás pude enviarle, está en el cajón de mi buró.

Te quiero mi niña y sé que serás muy exitosa en tu carrera de gastronomía.

Atte. Tu abuelita que te adora, Esther"

- ¿cómo se le ocurre irse y dejarme toda esta responsabilidad?- preguntaba muy angustiada mi niña, Alejandra, al terminar de leer mi carta – me siento tan sola en éste momento – dijo ya con lágrimas, que corrieron por su rostro hasta que se quedó dormida.

Por la noche, quizá por el miedo, ella me recordó entre sueños; era aquella Esther joven, tan parecida a ella, que le rogaba entre su plañir que buscara a mi amado Luis, para que pudiese descansar en paz. Después de ello, Ale, despertó intranquila en medio de la madrugada, sacó de un pequeño alhajero mi tan preciada medalla y se la colgó al cuello, para posteriormente, aún sin la luz del sol se puso a empacar sus cosas para tomar su vuelo a Madrid al día siguiente.

Al igual que yo, mi nieta llegó a un país desconocido a la edad de 18 años, sólo que ella jamás había experimentado aquél romance de pareja por ser tan dedicada a su cocina. Pasaron unos cuatro días antes de tener una clase formal.

- Hola, bienvenida al campus – le decía un muchacho, cautelosamente apuesto, a Alejandra mientras le estiraba un folleto de "introducción para alumnos extranjeros" - ¿cuál es tu nombre?, ¿tu nacionalidad? – seguía hablando el chico sin recibir respuesta, de mi asustada niña, más allá de unos ojos en blanco. – que tonto soy, do you speak spanish?- esa pregunta hecha, con un pésimo acento fingido, la hizo despertar de su impacto de primer día de clases.

- Yes i do – le contestó, Ale, mientras tomaba el folleto – soy mexicana, por cierto; bueno también española, es complicado – de repente se sintió, de nuevo, inhibida.

La conversación siguió entre risitas y sonrisas de un par de chicos comenzando una amistad, hasta que mi nieta pudo saber que el nombre de aquel muchacho es Braulio, y estudia la misma carrera que ella un semestre adelante. Él le indicó el camino a su dormitorio, ella se fue con una despedida rápida de beso en la mejilla, muy latina, que estremeció al muchacho flechado por la dulzura de Alejandra.

Cuando por fin tuvo una clase oficial, fue una práctica, y al entrar a la cocina, pienso yo, se deslumbró con todo aquello que había soñado y lo confundió con un enamoramiento por el galante profesor, diez años mayor que ella. Como era de esperarse, era una alumna sobresaliente en las prácticas y dedicada en la teoría, por lo que no tardó en llamar la atención de los docentes como alumna; sin embargo, aquél profesor de su primera clase, Antonio, se fijó en algo más que en sus notas. Él, era un hombre interesante de ojos color aceituna y un acento de la provincia sureña de España, dedicado a su carrera pero sin mucho éxito monetario.

Antonio, podría tener todos los defectos del mundo pero, mi querida niña, Alejandra sólo notaba que se había vuelto su tema de conversación favorito con todo aquél que se encontraba, repetía más veces su nombre que él suyo y se esforzaba más allá de lo normal por ser la primera en su clase. Era la primera vez que sentía algo parecido, se había enamorado, y su confidente sobre cada acercamiento con su profesor, era Braulio, quien no hacía más que escucharla y advertirle que no debía salir con él de manera cautelosa; sin embargo, él presentía que había algo malo en esa relación, aunque en realidad no tenía ningún argumento sólido.

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Una medalla de amorWhere stories live. Discover now