Prólogo

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Es la primera vez en mis dieciséis años de vida que viajo en un avión tan solo con mi hermana. Tampoco recordaba cuál era la sensación de volar, porque cuando lo hice era bastante pequeña. Recuerdo que la primera y única vez que viajé fue para ir de vacaciones a Roma con mis padres, pero apenas tendría seis años.

He tenido una buena vida con mi familia. Mi madre era abogada y mi padre médico, por lo que nunca andábamos escasos de dinero. Siempre me daban todo lo que quería –que no solía ser casi nada, porque yo nunca he sido una niña consentida que se le antojaba todo lo que veía-, por lo que nunca me ha faltado de nada.

Me crié en Chicago. Tuve una infancia rodeada de amigos y de personas que me querían, pero que ahora he dejado atrás.

En el instituto era –por así decirlo-, muy popular. Seguía con mis mismos amigos de siempre, sacaba buenísimas notas y era una de las personas más felices del mundo. Mis padres estaban muy contentos conmigo.

Éramos felices. Pero claro, éramos. Porque ahora todo ha terminado a causa del accidente de coche que tuvieron hace cinco días, en el que fallecieron en el acto.

Si soy sincera, nunca me esperé quedar huérfana con tan sólo dieciséis años. Pensaba crecer mientras ellos veían como entraba en la universidad y me sacaba poco a poco mi carrera de derecho. Quería verlos contentos, quería que se sintieran aún más orgullosos de lo que ya podrían estar. Quería verlos envejecer juntos, pero no ha podido ser así.

Mi padre era un buen hombre que hacía todo lo posible por salvar las vidas de la gente. Trabajaba en el hospital, algunas veces de mañana, otras de tarde u otras de noche. Empleaba mucho tiempo en ello, por lo que casi nunca le veía por casa. Pero le quería muchísimo, porque desde pequeña me trataba como si fuese una pequeña princesa.

Mi madre era una conocida y buenísima abogada que ayudaba en todo lo que podía a las personas que la necesitaban. Digamos que empleaba su vida en ello. Era una madre modelo porque nos cuidaba mientras trabajaba en el despacho de nuestra casa.

Ambos dos eran unas buenísimas personas de las que yo siempre estaré orgullosa.

Mis padres siempre fueron muy protectores con nosotras, sobre todo de Helen, mi hermana, que tiene tan sólo ocho años.

Ella es muy tímida y reservada, sobre todo muy débil, a diferencia mía. Desde la muerte de nuestros padres no ha hablado. Servicios Sociales ha pensado en llevarla a un psicólogo pero, ¿para qué? Eso no la va a ayudar mucho más, porque no los va a resucitar.

Se tiene que mentalizar de que el mundo no es todo color y fantasía.

Me pregunto cómo se puede parecer tan poco nuestro físico si somos hermanas. Ella es rubia con ojos azules, más alta de lo que yo era a su edad. Su piel es blanca como la nieve, sus labios rojizos, su pelo liso que le llega unos centímetros más por debajo de los hombros, sus cortas pestañas y su cuerpo tan delgado. Ha adelgazado mucho desde la muerte de nuestros padres.

Yo soy completamente distinta a ella. Una chica morena con ojos grandes color miel y pestañas largas. Mis labios son algo carnosos, pero no tienen ese color rojizo que tiene mi hermana, sino uno rosado muy simple. Mi pelo es castaño, largo y completamente liso –excepto que en las puntas se me forman unos pequeños tirabuzones-. Y soy bajita y delgada, por lo que apenas aparento tener dieciséis.

Lo único que es idéntico es nuestra nariz pequeña y recta.

No sólo no nos parecemos en el físico, sino que en personalidad también somos bastante distintas.

Helen es bastante tímida. Le da miedo lo prohibido y no es una de esas chicas valientes y fuertes, para qué nos vamos a engañar. Su carácter es tranquilo y pacífico, porque es una buena chica. No le gusta hacerle daño a alguien ni aunque se lo merezca.

Y si yo pudiera definirme, podría decir que soy una chica que se arriesga en todo y que le encanta lo prohibido. Valiente, sincera, terca, fuerte y bastante astuta. Mi carácter es todo lo contrario al de mi hermana. En un principio puedo ser tranquila, pero si me tocan las narices…

Mejor que nadie lo haga si no quiere atenerse a las consecuencias.

-Pasajeros –dice una azafata que sale de la cabina del piloto. Lleva unos tacones negros con un vestido a juego. Todavía me pregunto como esas mujeres pueden aguantar tanto tiempo con esos zapatos. Yo una vez probé a ponérmelos y por poco termino en el suelo-. En diez minutos estaremos en New York.

Diez minutos y conoceré a mi nueva “familia”.

No creo que termine de encajar bien ahí, no porque no pueda, sino porque no me veo capaz de sustituir a mi verdadera familia por una que no conozco de nada.

Así es, una familia de acogida ha decidido cuidarnos a mí y a mi hermana la temporada que haga falta, cosa que agradezco porque son las únicas personas que se han ofrecido a ocuparse de una adolescente y de una niña pequeña.

Por lo que me ha dicho Michael –un trabajador de Servicios Sociales-, es una familia bastante adinerada con una hija de mi edad cuyo nombre ahora no recuerdo. Viven en un ático bastante grande de tres plantas en pleno centro de New York, por lo que tienen suficiente espacio para nosotras y hasta para un zoo.

No me hace gracia la idea de meterme en la casa de unas personas que no conozco de nada, pero no me queda otra opción.

La madre debe ser científica y el padre profesor en una universidad privada, por lo que no tienen mucho tiempo, pero tienen contratada a una señora que hace las labores domésticas del hogar y cuida de la hija.

Pienso que para tener dieciséis años tendría que saber cuidarse solita de sí misma, pero bueno.

Por lo que tengo pensado, cuando cumpla los dieciocho y entre en la universidad, trabajaré y con el dinero que gane me compraré un apartamento en New York. Quiero ser lo más independiente posible para molestar lo mínimo.

Volver a Chicago no me ayudaría para nada a centrarme, sino a rememorar viejos recuerdos que me harían caer en una depresión o algo así.

Quiero empezar una nueva vida en otro lugar, aunque debo reconocer que separarme del anterior no me ha sentado nada bien, ya que he dejado atrás a mis amigos, mi casa, mi vida…

Pero las circunstancias de la vida lo han decidido así, por lo que el tiempo en el que esté con la familia de acogida intentaré ser lo más amable y agradecida posible.

Iré a un nuevo instituto, lo que eso significará que conoceré a gente nueva, aunque con el tema de los estudios seré igual que siempre. No voy a dejar de estudiar por la muerte de mis padres porque aparte no les gustaría. Quiero seguir siendo Sam Brown.

Y quiero ser una chica con una vida normal.

No le quiero dar pena a nadie.

AudazWhere stories live. Discover now