VII: La madre terrible

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Octavia Roux había aprendido muchísimas cosas sobre liderazgo gracias a su padre; pero había algo que aún le costaba mucho trabajo dominar, tan sólo de pensar en ello le provocaba un leve temblor en las piernas y hacia que sus manos sudaran. Dar discursos ante una multitud de ciudadanos enojados y millones de personas viéndola a través de las cadenas televisivas no era algo fácil.

Afortunadamente para la morena, se le daba bien la actuación.

Y durante largos minutos, Octavia manejó a la perfección las preguntas de la prensa y de ciertos líderes manifestantes —aquellos que llevaban semanas afuera de lo que solía ser el Cipriani— que le realizaban las preguntas más difíciles. No obstante, la preparación previa a la reunión con la prensa le ayudó a contestar de la manera más diplomática posible.

Lo más difícil de toda la situación no era el ver de cerca el rostro del dolor. Los manifestantes no eran "hippies" —como algunos usuarios en las redes sociales los llamaban— que habían decidido luchar por justicia de un día para otro, no, eran humanos y vampiros de todo Nueva York que habían perdido familiares, amigos y compañeros de trabajo. Eran seres a los que sus vidas se vieron reducidas a cenizas en una noche que suponía alegrías y celebración, no sangre y pólvora.

Ese día, ella se odió un poco más. No sólo por no ser capaz de darles una respuesta definitiva, no sólo por no ser capaz de hacer justicia...se odió porque en esos momentos Octavia Roux notó, inequívocamente, que ella era parte del problema.

Quizá ningún miembro del Concejo de Algol había detonado esas bombas en el Cipriani, ni tampoco habían apretado el gatillo de las armas que dieron muerte a cientos de inocentes. Sin embargo, sí que eran cómplices, de una forma u otra forma su ineptitud y sus debilidades les hacían responsables.

Octavia era parte de un sistema tan putrefacto que le asqueaba el pensar en sentarse en la silla correspondiente al Algol. Le desagradaba cada vez que alguien —sin excepciones— le llamaba "algol" o "mi señora".

Ella era parte del problema y seguramente lo sería por toda la eternidad.

S


Esta vez, cuando Odette volvió a soñar, la habitación en la que se encontró no se sentía tan...sin vida. Y cuando sus ojos se abrieron dentro de la ensoñación, se topó con un cielo nocturno como nunca había visto en su vida; la detective había leído ciertas cosas sobre la contaminación lumínica y cómo limita a los habitantes de la Tierra en su visión del cielo nocturno y la belleza de las estrellas, así que supuso —vagamente— que éste sería el cielo que podrían apreciar tanto humanos como vampiros si las apabullantes luces de la ciudad no se interpusieran.

Su ceño se frunció al analizar un poco más sus alrededores. Ya no estaba tan segura de que se trate de una habitación y es que, más bien, el término "habitación" era su forma de etiquetar algo desconocido y, de esa forma, mantenerse en calma.

—Un muy estúpido sistema de protección, si me lo preguntas —se burló la voz lánguida de una mujer. Odette podía reconocerla y casi le parecía como si llevase toda la vida escuchándola, a pesar de que no conoce a la dueña de tan fría voz. — Nombrar algo que simplemente no alcanzas a comprender sólo para no asustarte. Eres una criatura hilarante, Odette Moreau.

La pelirroja se le quedó mirando con desgana, haciendo que Odette se sintiera como un insecto, como una cosa insignificante frente a esta bellísima mujer con apariencia sobrenatural. La desconocida suspiró, miró a las estrellas sobre ellas y asintió, murmurando algo que Odette no pudo comprender.

De Hombres y BestiasWhere stories live. Discover now