IV: Oráculo

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Si las cosas en la ciudad ya estaban decadentes antes, ahora todo estaba aún peor

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Si las cosas en la ciudad ya estaban decadentes antes, ahora todo estaba aún peor. Mucha gente huía de la ciudad de Nueva York con la esperanza de poder ponerse a salvo, sin importar que dejasen sus hogares detrás, simplemente querían vivir en paz, sin el miedo de que un nuevo ataque acabase con sus vidas o las de sus seres queridos.

Odette no lo diría en voz alta, pero tampoco se mentiría a sí misma: no culpaba a aquellos que huían, de hecho les comprendía e incluso envidiaba. Nueva York estaba lastimado y, aunque la herida fuese a cicatrizar con el tiempo, la detective sabía que continuaría doliendo durante décadas.

Mientras se encontraba en el departamento de Odile, cocinando algo para Murphy e intentando contactar a Illya, se permitió pensar en lo que estaba haciendo y, sin poder contenerse de inmediato el rostro de su hermana mayor se le vino a la mente. Estaban tratando con terroristas hechos y derechos. Sí, Odette había capturado a una cantidad limitada de bastardos locos durante su corta carrera, pero esto estaba completamente fuera de su capacidad ¿no es cierto? ¿No era mejor que tanto ella como Illya se hiciesen a un lado?

—Puedo escuchar los engranajes de tu cabeza desde aquí, —exclamó Murhpy, recostado en el enorme sofá de la sala. — para ya. —Odette sirvió las albóndigas con espagueti que había preparado para su colega y caminó con paso seguro hacia él, colocándole el plato en el regazo, asustándole: — ¡Hey! Tranquilízate, Oddie.

La muchacha le ignoró y se sentó a su lado. Murphy podía ver la tensión en su posición mientras ambos miraban las noticias atreves de la enorme y carísima pantalla plana de Odile. Murphy probó la comida, segundos después hizo una expresión de claro disgusto y asco, pero disimuló muy bien cuando creyó que Odette podría verle. Pero la mujer estaba demasiado metida en sus pensamientos, obviamente muriéndose del estrés; Murphy suspiró, sabiendo que debía decirle algo, lo que fuese, para hacerle sentir mejor: — Deja de darle tantas vueltas al asunto, Odette, hablo en serio. Estás haciendo lo correcto, colega.

— ¿Es realmente lo correcto, Harlow? —espetó, finalmente mirando a su compañero con el ceño fruncido. — Soy una detective novata y de pronto me quiero hacer cargo de un maldito asunto nacional que involucra decapitaciones y edificios enteros viniéndose abajo. ¡Carajo! ¿Qué tal si termino haciendo esto aún peor de lo que ya es?

Murphy no podía refutar sus inseguridades, porque siendo completamente sincero consigo mismo, él también se estaba haciendo las mismas preguntas que Odette; no respondió en un principio, se mantuvo en silencio durante unos minutos y cuando finalmente se le ocurrió algo medianamente decente que decir, el timbre sonó, alertándolos a ambos.

Odette dejó a su amigo en la sala y se encaminó hacia la puerta con una mano sobre su revolver en sus cinturón; sentía como si su corazón se fuese a salir de su pecho, pero cuando por fin se dio cuenta de quién estaba al otro lado de la puerta, soltó un suspiro y rodó los ojos.

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